Los bravos toros de Victoriano del Río ridiculizan a los toreros en Nimes
Muy decepcionante el público francés, farandulero y generoso
Un corridón de toros de Victoriano del Río se lidió este viernes en la feria de Nimes. Un corridón de un hierro comercial, tantas veces criticado, y hoy elevado a las alturas por el juego excepcional de seis ejemplares que protagonizaron una tarde para el recuerdo, quizá la mejor de lo que va de temporada.
Toros muy bien presentados, serios, hondos y astifinos; bravos en general en los caballos, largos en banderillas y encastados y con movilidad en el tercio final.
El tercero, de nombre Descreído, de 542 kilos de peso, de preciosa estampa, recibió el honor de la vuelta al ruedo tras una demostración de bravura y fiereza en los tres tercios. Embistió con largura en el capote, metió los riñones en los dos encuentros con el picador, galopó a la llamada de los banderilleros y persiguió la muleta incansable y con encomiable pujanza.
Tres orejas cortó Enrique Ponce; una, Emilio de Justo, y una vuelta al ruedo dio Curro Díaz. Pues ninguno de los tres estuvo a altura de sus oponentes; los tres hicieron el ridículo frente a la calidad de los toros.
Y el público francés, en tantas ocasiones envidiado, también quedó en evidencia. Esas son las cosas que tiene la televisión, que muestra las grandezas y las miserias de los que en ella aparecen. Y el público de Nimes —plaza de primera— demostró ayer que es tan farandulero y generoso como el de cualquier plaza de segunda de la piel de toro.
Se lució Emilio de Justo con el capote por verónicas y chicuelinas ante el buen tercero. Brindó a la concurrencia, sometió al toro por bajo con mando y se perdió, después, ante el vendaval de bravura y movilidad del toro. Tandas cortas, sin la profundidad requerida, ni con la calidad que pedía su oponente. Más cortó de embestida fue el sexto, al que tampoco acabó de cogerle el aire.
Dos orejas del cuarto paseó Enrique Ponce tras una faena larga, como todas las suyas, insulsa, ante un toro de dulce condición. Dos orejas. Inexplicable, pero cierto. Y todo aderezado con los sones de la banda sonora de La Misión, que invitaba a la siesta. No había más que ver la cara de soberano aburrimiento del músico encargado del tambor.
Y otra más cortó en su primero, un toro exigente y repetidor, al que toreó a media altura y sin reposo, en una labor tan interminable como cansina.
Y Curro Díaz no se sintió a gusto. No dijo nada ante la buena clase de su primero, y el buen comienzo de muleta al quinto se desvaneció antes de lo previsto.
En dos palabras: impresionante corrida de Victoriano del Río, de las que hacen afición y tres toreros hechos al destoreo. Y vaya decepción con el ‘entendido’ público francés.
Babelia
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