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Cees Nooteboom: “España, en lo esencial, es un país que no se ha reconciliado”

El escritor holandés recibe esta semana el premio Formentor de las Letras 2020

Juan Cruz
El escritor holandés Cees Nooteboom retratado en Venecia en 2017.
El escritor holandés Cees Nooteboom retratado en Venecia en 2017.Awakening (EL PAÍS)

A los siete años, el 10 de mayo de 1940, Cees Nooteboom escuchó por primera vez el ruido del mal. Estaba en su casa, al lado de su padre, que desde la ventana escuchaba los bombardeos de los nazis sobre La Haya. A los 16 años él se marchó de casa, a escuchar el sonido del mundo, y ahora está en Ámsterdam, pendiente del extraño, fatídico rumor de la pandemia. De ese largo viaje que lo llevó a todas partes surgieron numerosos libros, algunos sobre su experiencia de más de 40 años en Menorca, de donde ahora, confinado en su propia tierra, siente sobre todo nostalgia por el jardín.

El viernes recibirá en Mallorca el premio Formentor, que puso en marcha Carlos Barral y que volvió a reactivar el editor y escritor Basilio Baltasar. Nooteboom publica en español este otoño Venecia (Siruela), su visión de la hermosa ciudad italiana, y ya está en las librerías su último libro de poemas, Despedida. Poemas en tiempos del virus (Visor). Se muestra feliz como un muchacho, aunque tiene 88 años y acaba de pasar nueve veces por diferentes causas por distintos hospitales. Activista de la idea de Europa, aquí habla de las amenazas que el virus añade a las que ya tienen el mundo y el Viejo Continente.

Pregunta. El ruido de la pandemia se viene a unir a los sonidos de su larga vida.

Respuesta. Y va a estar con nosotros todo el tiempo, porque no se ha acabado. Entrará en los sueños, en las pesadillas, la gente va a estar marcada por esto de una manera muy profunda. Incluso si se encuentra una vacuna, seguirá ahí en la memoria, marcará a toda una generación. A los que ahora van al colegio, a los que empiezan a vivir. Estaba pensando en sitios como Córdoba o Sevilla, en los pobres padres que viven en casas chicas en las que hace mucho calor y tienen que estarse sentados con sus hijos, tratando de educarlos, personas que probablemente no dispongan de ordenador. Todo esto es peor de lo que pensamos, porque no es tan solo cuestión de dinero o de trabajo, es algo que afecta gravemente a la cabeza.

P. Recuerda a una guerra.

R. A mí me lo recuerda. Hay algo muy extraño en esta enfermedad. Lees la prensa o miras la televisión y te relatan contagios y muertos como algo abstracto, porque tú estás vivo, no estás en el hospital, pero sabes que a tu alrededor hay muchas personas que están enfermas y, además, un día podrás ser tú. Pero no estás enfermo. Si comparamos con las cifras los que no están enfermos forman un grupo mucho mayor. Somos víctimas en potencia, y esta es la amenaza que tenemos encima.

Mi padre había puesto una silla en el balcón. Viéndolo retrospectivamente, me resulta muy conmovedor pensar que mi padre, que observaba la guerra desde su balcón, no supiera que él habría de morir en el bombardeo de La Haya

P. ¿Aquel sonido de las bombas nazis sobre La Haya sigue presente en sus recuerdos?

R. No se olvida. Vivíamos cerca de un aeropuerto militar. Mi padre había puesto una silla en el balcón. Viéndolo retrospectivamente, me resulta muy conmovedor pensar que mi padre, que observaba la guerra desde su balcón, no supiera que él habría de morir en el bombardeo de La Haya cuatro años después. Nuestra casa quedó totalmente destruida. La guerra era ruido, bombardeos, aviones. La pandemia, en cambio, es silencio, está en los hospitales. Hay tragedias terribles en las residencias de ancianos. Yo mismo estuve en el hospital, en Alemania, en los últimos meses. No quiero hablar mucho de ello, pero me entiende si le digo que a mi mujer, Simone, no la dejaron visitarme… Había silencio: la pandemia es un silencio amenazador para la gente, para los que realmente están implicados.

P. Un silencio que también amenaza a Europa…

R. Yo creo en Europa. Y veo cómo algunos regímenes, como los de Hungría y Polonia, que no compartieron nuestro pasado, tampoco están compartiendo ahora nuestro futuro, porque no comparten nuestro presente. Hungría y Polonia y otros países que deberían acoger a algunos de los refugiados y no tienen que ser héroes por ello, pero al menos deberían conmoverse ante la situación de los que se ahogan en el intento de llegar. Estos países que no aceptan a nadie están despertando un espíritu muy triste. Los refugiados arriesgan sus vidas, pero vienen, vienen como gotas, uno, dos, tres, cinco, pero al final vienen, y deben ser bienvenidos…

P. La disgregación es otra amenaza que aborda en su libro El desvío a Santiago, a propósito de un encuentro con Jordi Pujol en Cataluña. Decía usted que era posible que un día viéramos en un embajador catalán en Riga, uno letón en Zagreb, otro esloveno en Bastia. Señalaba esa paradoja de “crecer y menguar al mismo tiempo”.

R. Al tiempo que Europa trata de unirse hay partes de distintos países que están intentando separarse. Lo hemos visto en Italia, aunque ahora ahí eso ha ido a menos. En España es un fenómeno que no se acaba. No puedo decir que no quiero hablar de la política española, porque leo las noticias, tanto aquí como cuando estoy en España, aunque ahora no puedo volver a mi querida casa de Menorca. Veo que ante esta pandemia no hay unidad. Desde el punto de vista político, andan todo el rato a la gresca. Uno pensaría que este sería el momento de unirse y ayudar a los que están enfermos… En un punto de El desvío a Santiago, reflexionando sobre la Guerra Civil, escribí que España puede ser cruel y también puede ser lo contrario. Pero España es un país que en lo esencial no se ha reconciliado. Hablamos de la reforma de 1976; ahí había mucha esperanza en la reconciliación, estaban Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, todo el mundo quería eso. Hoy, sin embargo, vemos que esa división sigue ahí. También hay una gran división económica, algo que por cierto ocurre ahora mismo en todas partes. No sé, es muy desconcertante.

En Holanda también hubo críticas al ministro de Economía holandés por su severidad, porque no ha abierto la mano con Italia o España para decirles: “Os ayudaremos”

P. ¿Cómo vivió usted las diferencias holandesas con el Gobierno de Sánchez en la agitada reunión de Bruselas sobre la reconstrucción de Europa?

R. En Holanda también hubo críticas al ministro de Economía holandés por su severidad, porque no ha abierto la mano con Italia o España para decirles: “Os ayudaremos”. Al mismo tiempo, sí que hay ayuda. Los holandeses somos contribuyentes netos. Es cierto que pagamos mucho, pero nuestra actitud podía haber sido mucho más comprensiva.

P. ¿Cómo se sentía esos días, español, holandés, europeo?

R. Europeo. No puedo evitar ser holandés, pero mi amor por España está ahí de siempre. Yo mismo estoy hecho un lío políticamente, pero este es el primer verano en 40 años en que no he ido a España. Es toda una privación.

P. ¿Cómo va el diálogo con su jardín?

R. Tengo un viejo amigo de Nueva Zelanda que vive en Menorca. Se da una vuelta por mi jardín y me cuenta cómo están mis cactus. Cuando veo el pronóstico del tiempo para España y anuncian grandes tormentas sobre las Baleares, entonces me preocupo y le llamo. También hablo con un jardinero menorquín, que a veces se da una vuelta por allí.

No puedo evitar ser holandés, pero mi amor por España está ahí de siempre

P. En Los europeos trató las cicatrices que son visibles en el continente, de Gernika a Sarajevo. ¿Qué le dice ahora el nuevo mapa de Europa?

R. Suena un poco sentimental y ridículo, pero diría que me habla de esperanza. Veo todos los peligros, en cada uno de los países. Hay países que están en Europa porque les sale rentable, pero no me parece que sean verdaderamente europeos, pero tampoco podemos decir “pues que se vayan”…, porque pertenecen a Europa y porque acaso en una nueva generación sus líderes sean un poco más europeos… Recuerdo Europa después de Yalta, en 1946, cuando viajaba por Alemania. Incluso mis amigos que habían estado en campos de concentración, que tenían motivos para mirar con resquemor a Alemania, eran partidarios de la reunificación. Debemos tener presente que Europa quiere sobrevivir en estos tiempos en que Estados Unidos se ha vuelto un país muy extraño, no sin sus peligros, y por otro lado está China. Si Europa quiere ser algo tiene que estar muy unida, no solo en el aspecto monetario sino también política y filosóficamente.

P. Resulta interesante que el político europeo más respetado sea ahora mismo una mujer, la canciller alemana Angela Merkel.

R. Y ocurre que Merkel y Macron, que tienen sus diferencias, no dejan de hablar entre ellos. Los países más pequeños siempre tendrán miedo, sobre todo aquellos que en el pasado sufrieron de países más grandes. Esta semana he recordado la reunificación de Alemania; estaba en Praga, y ahí estaba Mitterrand, quien solo dio su visto bueno a la reunificación como medio para facilitar la moneda única. No debemos olvidarlo: todo el mundo ha tenido que hacer concesiones. ¡Ocurrió hace 30 años! Recuerdo la pasión, con partidarios y detractores, y vemos que la historia se mueve más rápido que las mentes.

Pasado y presente literario en Formentor

Un grupo de independientes y exitosos editores europeos arrancaron el premio Formentor en 1961, que fue concedido, entre otros, a Jorge Luis Borges, Samuel Beckett, Saul Bellow, Jorge Semprún y Witold Gombrowicz. Tras su recuperación, el premio lo han recibido Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Ricardo Piglia, Roberto Calasso, Alberto Manguel, Mircea Cartarescu y Annie Ernaux. Este año se celebrará coincidiendo con la entrega del premio un encuentro de editores independientes en lengua española, además de las conversaciones programadas entre el 18 y el 20 de septiembre, y tituladas Bagaudas, goliardos y estilitas. Acróbatas del mundo antiguo y moderno. La cita contará con la participación estelar del premio Nobel sudafricano J. M. Coetzee, que pronunciará una conferencia sobre la autobiografía como género literario. También hablarán el profesor británico Edward Wilson-Lee, especializado en la historia de bibliotecas; la escritora etíope, Maaza Mengiste; o el mexicano David Huerta.

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