Muere Leon Fleisher, legendario pianista con una y dos manos
Representaba la gran tradición pianística del siglo pasado, grabó versiones inolvidables de los conciertos de Beethoven y Brahms, y luchó contra la distonía focal
Ten cuidado si se cumplen todos tus sueños. Parece un proverbio, pero es el resumen de la biografía de Leon Fleisher (San Francisco, 1928). La leyenda del piano clásico con una y dos manos que falleció, el pasado domingo en Baltimore, a los 92 años, como consecuencia de un cáncer. En su libro de memorias, titulado Mis nueve vidas. Una memoria de muchas carreras musicales (Doubleday, 2010), que publicó junto a la crítica musical Anne Midgette, se presenta como un héroe cuya arrogancia fue reducida por los dioses. Un muchacho predestinado por su madre para ser, o bien el primer presidente judío de Estados Unidos, o bien un gran pianista de concierto. Acertó en lo segundo.
Fleisher fue un prodigio admitido en la clase del gran Artur Schnabel, a pesar de que no enseñaba a niños. Un adolescente que causó sensación, con 16 años, tras debutar en el Carnegie Hall de Nueva York, tocando su adorado Concierto para piano nº 1 de Brahms, bajo la dirección de Pierre Monteux. Pero también un joven de 23 años que se convirtió, con esa misma composición, en el primer norteamericano en alzarse con el primer premio en el prestigioso Concurso Internacional de Música Reina Elizabeth de Bruselas. O que la grabó en 1958 con su director y orquesta predilectos: George Szell y la Orquesta de Cleveland. Ese disco es un clásico y le siguieron hasta 1963 una inolvidable integral de los conciertos de Beethoven junto al Segundo de Brahms, el Veinticinco de Mozart y los de Schumann y Grieg (Epic/Sony).
Pero todo cambió para Fleisher a finales de 1964. “Estaba en la cima de mi carrera, listo para conquistar el mundo, y fuera o no culpable de arrogancia, el trueno de Thor cayó y me golpeó con dureza”, afirma en sus memorias. Perdió progresivamente la movilidad en dos dedos de la mano derecha y tuvo que abandonar el piano. Ningún médico supo darle una explicación. Y empezó un calvario personal para recuperar su mano, una situación que el realizador Nathaniel Kahn convirtió, en 2006, en el documental Two Hands que fue nominado a los Oscar. No le ayudó ni la acupuntura ni la hipnosis ni tampoco el budismo zen, se sumió en una depresión y llegó a considerar el suicidio.
Inició una metamorfosis artística, pero también física. Se dejó barba y pelo largo y comenzó a circular en Vespa convertido en una figura casi mefistofélica. Pero encontró refugió en la música. Y el pianista clásico se subió al podio para dirigir obras contemporáneas. Se centró también en el repertorio para la mano izquierda. Tocó y grabó varios conciertos comisionados por Paul Wittgenstein, el pianista austriaco que perdió su brazo derecho en la Primera Guerra Mundial, como el Concierto para la mano izquierda de Ravel y el Concierto nº 4 de Prokófiev. E incluso participó en el estreno absoluto, en 2004, de Klaviermusik mit Orchester op. 29 de Paul Hindemith, con Simon Rattle y la Filarmónica de Berlín. Una composición de 1923 que Wittgenstein rechazó tocar y cuyo manuscrito se localizó casi ochenta años después.
Fleisher nunca renunció a luchar por su mano derecha. A comienzos de los ochenta, la cirugía del túnel carpiano le permitió volver a tocar con ambas manos. Y planeó un solemne regreso en 1982 con un concierto televisado, aunque todo fue un espejismo. Diez años más tarde encontró otra solución en las inyecciones de bótox combinadas con el método Rolfing, una técnica de masaje efectiva para liberar las tensiones. Y con 66 años comenzó otra carrera musical, de nuevo con sus dos manos, al tiempo que los médicos le confirmaron que padecía distonía focal. Volvió primero con música de cámara y pronto pudo regresar a su querido Concierto nº 1 de Brahms. Uno de los principales testimonios de su recuperación lo escuchamos en el disco Leon Fleisher Two Hands (Vanguard/Sony) de 2004 que culmina con una versión admirable de la Sonata D. 960 de Schubert. Con esa combinación de arquitectura y musicalidad, que heredó de Schnabel, pero a la que añadió una personal nitidez e indefectibilidad, que nos invita a seguirle hasta el infinito.
No sería posible cerrar un retrato preciso de Fleisher sin destacar su talla docente. Fue un profesor inteligente, perspicaz y entregado a sus estudiantes del Peabody Institute. Por su aula pasaron pianistas tan conocidos hoy como el ruso Yefim Bronfman, la francesa Hélène Grimaud y el estadounidense Jonathan Biss, pero también el español Claudio Martínez Mehner.
No obstante, su relación con España fue esporádica. Debutó en 1952, con la Orquesta Nacional y Ataúlfo Argenta, tocando Franck y Liszt, tras vencer en el concurso de Bruselas. Y en los noventa colaboró con la Escuela Reina Sofía. En noviembre de 1995, Fleisher tocó con la Orquesta de RTVE, en su doble faceta: el Concierto nº 12 de Mozart con dos manos y el Concierto para la mano izquierda de Ravel. Y el titular de EL PAÍS fue certero: “Leon Fleisher no se rinde”. Nunca lo hizo.
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