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Juan González Álvaro, la memoria infinita de un editor

Fallecido en Madrid a los 65 años, contribuyó a modernizar la apuesta global del Grupo Santillana

Juan Cruz
Juan González Álvaro, en una entrevista en 1999.
Juan González Álvaro, en una entrevista en 1999.Cristóbal Manuel

Su compañera Maite Suñer, que trabajó con él en Ediciones Generales de Santillana, de la que fue director general entre 1988 y 2011, decía ayer de Juan González Álvaro: “Era un hombre alto, desgarbado, con inteligente sentido del humor y gran ironía. Y siempre estaba tranquilo”. El editor que ayudó a Isabel Polanco a modernizar la apuesta global del Grupo Santillana por las ediciones generales murió ayer a los 65 años en Madrid, su pueblo.

Su compañera María Cifuentes, que dirigió Taurus y ahora es editora en Galaxia Gutenberg, nos dijo: “Trabajé muy bien con él porque le gustaba más la edición que la gestión, y eso le hacía competir, comprender y discutir los proyectos editoriales con los responsables de cada sello. Era muy culto, sabía tanto de ensayo como de literatura, y era todo un genio para inventar buenos títulos para los libros, cortos y certeros. Recuerdo también su humor, su retranca, las risas que compartimos y su afición por la música techno. Y me gustaría destacar su enorme amor por sus dos hijos y cuánto le gustaba hablar de ellos”.

Era, aparte de todo lo que le atribuyen sus compañeras Maite y María, un editor con una memoria portentosa, casi infinita, y una intuición que completaba sus mejores dotes como editor de libros… y de autores. Fernando Esteves, que trabajó con él desde Argentina y luego en España, lo recuerda como “un amante de los libros, con un fino sentido del humor. Culto. Con buen gusto”.

Francisco Cuadrado fue también su compañero; ahora es director de Educación del Grupo Santillana, y decía ayer sobre Juan González: “Era un editor con instinto, observaba la sociedad con mirada abierta, siempre pendiente de los cambios y de las nuevas tendencias, y trataba de plasmarlos en los libros que editaba. Más interesado por la no ficción, y lo que desde allí podía aportar al debate. Sobre su instinto siempre recordaré que se pasó una década insistiendo en que deberíamos contratar la poesía de Bob Dylan: ‘Ganará el Nobel y les va a interesar a las nuevas generaciones”.

Compañera de Juan González en la sede colombiana de Santillana, y ahora directora editorial de la división literaria de Penguin Random House, Pilar Reyes señala a Juan como “un gran editor, una persona muy preocupada por enseñar el oficio de hacer libros, por fomentar una formación en profundidad, donde editores en ejercicio compartieran su experiencia con los más jóvenes. La base, para Juan, era leer mucho. Un gran editor lo sería si era además un gran lector. Él lo fue. Amaba la poesía sobre todos los géneros”. Emiliano Martínez, que fue director general de Santillana y ahora es vicepresidente de la Fundación del grupo, lo recuerda como un hombre “de comentarios precisos y breves, en reuniones de trabajo o en conversaciones sobre la actualidad del mundo del libro. Propio de un editor que tenía una buena visión del conjunto y un conocimiento preciso del teclado con el que opera”.

Docente abrumador

Juan se había iniciado en la actividad educativa de Santillana, “que era un buen escenario de aprendizaje”, dice Martínez. “Pasó a Espasa, y tras unos años volvió a las renovadas Ediciones Generales de Santillana. José Manuel Lara, patrón de Planeta y, por tanto, de Espasa, me comentó en buen tono: ‘Habéis fichado a Juan González’. Le contesté que sí, que Juan había vuelto a su casa. ‘Claro’, me dijo Lara, ‘pero tras un máster importante’. Tenía razón. Como director general, así lo demostró”.

Cuando dejó Santillana, Juan González asumió la dirección del Máster en Edición de Santillana con la Complutense. Y lo dirigió hasta la última clase, la pasada semana. Raquel González, que coordinó ese Máster, comentaba ayer: “Era un gran docente. Los alumnos le escuchaban horas sin aburrirse porque todo lo que contaba era interesante. A veces abrumaba su conocimiento editorial”. Ella valoraba su gran memoria. Su pasión por estar con otros, por enseñar. “Era informal, elegante, culto, divertido, buena persona”. Y, añade Raquel, “fue un hombre feliz”. “Era un hombre muy inteligente y un editor muy intuitivo”, dice Ana Rosa Semprún, que trabajó con él en Santillana y ahora ocupa el puesto que Juan González tenía en 1988, al ponerse al frente del equipo que dirigió Isabel Polanco.

Aparte de los libros, editarlos, promoverlos, sobre todo leerlos, su pasión fueron sus hijos, Rocío y Jaime, lo que estudiaban, lo que decían. Los tuvo en su matrimonio con Belén Cela. Su compañera ahora, desde hace más de 20 años, era Ruth Toledano, poeta, escritora, con la que colaboró en iniciativas editoriales, algunas de ellas en EL PAÍS, y en el citado máster.

Con todo lo que han dicho de él los que lo conocieron bien puede hacerse el retrato ideal de un editor. Además, como han dicho varios, era una buena persona, alguien nacido para hacerles alegre, y más inteligente, la vida a los otros. Un editor, también por eso, ejemplar.

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