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Universos Paralelos
Columna
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Memoria secreta del Madrid canalla

Mitos y leyendas de los barrios madrileños, más allá de Malasaña y Lavapiés

Diego A. Manrique
Imagen de la portada del libro 'Macarras interseculares'.
Imagen de la portada del libro 'Macarras interseculares'.

Me van a disculpar, pero necesito hacer un viaje en el tiempo. En 1977, una pequeña editorial madrileña me encargó una introducción al punk rock para una colección divulgativa titulada De qué va. Ningún problema: venía de Londres, conocía las raíces del movimiento y había cosas frescas que contar (de hecho, todavía no se había publicado un solo tomo sobre el punk en el Reino Unido). Pero cometí una tremenda pifia. Empeñado en naturalizar el concepto, el libro se tituló De qué va el rock macarra (La Piqueta). No solo sonaba feo: resulta que lo de punk se popularizó inmediatamente (aunque tuvo diversas pronunciaciones) y no necesitó traducción.

Así que me reconforta abrir Macarras interseculares (Melusina), la nueva obra de Iñaki Domínguez, y encontrarme con esta frase: “punk y macarra vienen a significar lo mismo”. Restañada mi herida, me sumerjo nuevamente en un libro vertiginoso, que ofrece un recorrido por diferentes barrios de la capital a través de sus bandas juveniles, desde los Ojitos Negros de principios de los sesenta, ya detectados en su tiempo por la revista musical Fonorama.

De hecho, se recoge una leyenda urbana que sitúa a los pandilleros madrileños como desinteresados protectores de Los Dayson, conjunto de Alcoy donde cantaba un imberbe Camilo Sesto. Algún contacto debió de haber pero nada esencial, ya que el grupo nunca destacó. Pero no importa: como avisa el autor en el prólogo, Macarras interseculares es “un tratado de mitología urbana y de folclore contemporáneo”, no muy lejano de las recopilaciones de cuentos populares de los hermanos Grimm.

Así que no exijan rigor histórico. No esperen confirmar o desmentir la especie de que toneladas de heroína llegaron a España (al mundo entero, en realidad) gracias a los partidarios del sha de Persia, que al borde del obligado exilio convirtieron sus posesiones en cargamentos de opiáceos. Los iraníes mandaron en el negocio madrileño del jaco, asegura Domínguez, pero supieron retirarse o desaparecieron: ninguno estuvo al alcance del autor. Que básicamente entrevista a todo implicado que se pone a tiro, desde propietarios de barras americanas en Costa Fleming a porteros de locales bakala.

Antropólogo de formación y. por lo que se deduce, al menos durante un tiempo, fiestero de vocación, Domínguez no exhibe los melindres de los historiadores: tolera errores de la memoria, exageraciones, fantasías. En cuestión de verosimilitud, muchas de las narraciones tienen idéntica fiabilidad que las canciones de navajeros de Sabina. Pero responden a la misma necesidad de construirse el personaje de héroe, capaz de aguantar el tipo ante los malotes.

Entre los cicerones de Iñaki Domínguez, encontramos a Alberto García Alix, Jesús Ordovás o Miguel Trillo (que también aporta algunas de las fotos más desconocidas de su archivo). Para ponerlo en términos que puedan entender los nativos digitales: esto no es Breaking bad, esto ocurrió de verdad. Más o menos.

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