En el camino de la precariedad

El protagonista de La felicidad de los perros es un hombre de mediana edad en paro, antiguo trabajador en los astilleros de Vigo. Un hombre que se embarca en un viaje de Galicia a Madrid en busca de una promesa de trabajo, aunque en el fondo lo que le persigue es la falta de destino. Ópera prima del gallego David Hernández, rodada en blanco y negro, con un presupuesto mínimo y a lo largo de varios meses, la película se acabó en 2018 y tuvo un breve periplo por festivales. Entonces, como dice un personaje del filme, la crisis parecía cosa del pasado.

La felicidad de los perros es una película sombría, como lo es el ánimo de su orgulloso y lacónico protagonista, condenado a deambular por carreteras y hoteles de mala muerte en busca de ese futuro en el que ni él mismo cree. Una road movie sobre la precariedad laboral que conecta el pasado con el presente y cuyo plano final parece un símbolo involuntario del destino no de un hombre sino de millones que, como él, están obligados a caminar con una mochila cargada de pesadas piedras.

Quizá David Hernández se inspiró en las consecuencias de la crisis de 2008, un fantasma revivido por el coronavirus y que otorga una deprimente vigencia al desamparo que el filme retrata. Resulta extraño contemplar los largos planos de un Madrid de calles concurridas que enmarcan la soledad del protagonista, interpretado por Fran Paredes, a quien le llega la mejor réplica de manos del actor Santi Prego, que borda al alcohólico que conoce en un parque de la ciudad. Soledades que se multiplican entre casas abandonadas, gasolineras de carretera, vagabundos borrachos, baños y cocinas sucias y unos fundidos en negro que filetean este viaje a un abismo otra vez demasiado cercano.