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Insomnio y ligereza del odio

Lo visto en el caso George Floyd lo describió Wislawa Szymborska en ‘El odio’: “Qué bien se conserva / en nuestro siglo el odio./ Con qué ligereza vence los grandes obstáculos"

Juan Cruz
El diputado de la Chunta Aragonesista, José Antonio Labordeta, se enfrenta al ministro de Fomento, Álvarez Cascos, durante una intervención en el Congreso de los Diputados en marzo de 2003.
El diputado de la Chunta Aragonesista, José Antonio Labordeta, se enfrenta al ministro de Fomento, Álvarez Cascos, durante una intervención en el Congreso de los Diputados en marzo de 2003.EL PAÍS

“No puedo respirar”. George Floyd, bajo una rodilla ruin, en Minneapolis. No puede respirar. Escribe en El odio Wislawa Szymborska: “Qué bien se conserva / en nuestro siglo el odio./ Con qué ligereza vence los grandes obstáculos./ Qué fácil para él saltar, atrapar”. Spike Lee mira hacia sus rodillas. Podía estar recitando a la poeta polaca (al odio “el insomnio no le quita fuerzas, se las da”) mientras ve salir a la calle a Donald Trump con una Biblia de atrezzo. No puede respirar George Floyd, ahora respira por él el mundo.

“Arrastra solo el odio…, que sabe lo suyo”. Ese poema asustado de Szymborska. Hitler le reía las gracias al que inventó un periódico para enseñar a odiar a los niños judíos. “¿De dónde sacará este hombre esas ideas, jajaja?”. La carcajada dio permiso a matanzas posteriores. Fernando del Rey (historiador) ha escrito Retaguardia roja y, en colectivo, Políticas de odio. El primero es “una radiografía de la violencia del lado republicano en Ciudad Real”, su tierra. Lo que escuchó de chico convertido en dolor y en libro. Hitler, Mussolini, Franco, líderes políticos, “alimentaban el odio, la crispación, la destrucción de las instituciones”. Ese “alimento del odio” prosperó aquí, en la República y más allá: “Se buscaba desde los extremismos la ocupación de la calle”. El “ariete desestabilizador” llevó a eslóganes (“la dialéctica de los puños y las pistolas”) en una época en la que, además, “los diputados llevaban pistola”.

El diputado y maestro Labordeta afrontó el desdén de los pocos diputados que lo escuchaban. “Me dijo”, cuenta su amigo Paco Uriz, poeta, “que le zahirieron de tal manera que al final de aquella desvergüenza él les gritó: '¡Coño, joder, iros a la mierda!"

“Iros a la mierda”. Este miércoles, cuando el presidente Sánchez decía que veneno viene de virus y ahora es odio, Del Rey exclama sobre el ruido del ambiente: “¿Nos estamos volviendo locos? ¡No a la violencia verbal, no al odio!”. Años antes, en ese Parlamento, el diputado y maestro Labordeta afrontó el desdén de los pocos diputados que lo escuchaban. “Me dijo”, cuenta su amigo Paco Uriz, poeta, “que le zahirieron de tal manera que al final de aquella desvergüenza él les gritó: '¡Coño, joder, iros a la mierda!". Uriz le dedicó un poema, Un beduino en el hemiciclo. “Revoltosos, insolentes, vientres sentados,/ atrincherados en plomiza y anónima grisura,/ la bullanguera muchachada, cual barra brava/ ultramarina,/ intentaba acallar con su ingenio retrechero/ la soberana pero incómoda, por ajena, libertad de expresión./ Y el ‘coño joder iros a la mierda’/ sonó como el evangélico latigazo contra los mercaderes”.

“Cólera, ira”. Irene Vallejo (El infinito en un junco) ha rastreado toda la literatura. Este es el origen del “ruido y la furia” que halla su asiento de fuego en el odio como subrayado literario. Está en la primera palabra de La Iliada: “ménin, que significa cólera, ira… La Iliada mira de frente el dolor que provocan las guerras, el odio transformado en muertes”. Tucídides recoge lo que embajadores atenienses dijeron para rechazar un arreglo innoble: “Vuestra amistad se interpretará como una prueba de debilidad; vuestro odio es prueba de nuestra fuerza…”.

Y Catulo escribe sobre “el amor que, a veces, es un territorio fronterizo del odio”: “Odio y amo./ Quizá te preguntes cómo puedo hacer eso./ No lo sé./ Pero es lo que siento, y me torturo”. El maestro Emilio Lledó tiene dicho: “El lenguaje pone en los labios la esperanza de que no sea la fuerza —reflejo del poder gratuito— la que remedie la miseria, la rivalidad, el odio”. El odio es esa rodilla que, arrojada contra el cuello, deja sin respiración, asesina.

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