La carta a su madre analfabeta de un hijo de la Guerra de Vietnam
El escritor Ocean Vuong, última revelación de las letras estadounidenses, escribe desde su experiencia como joven inmigrante gay
Ocean Vuong nació en Saigón hace 31 años, nieto de un soldado estadounidense destinado a Vietnam y de una campesina analfabeta. Llegó a Estados Unidos a los dos años tras pasar sus primeros meses de vida en un campo de refugiados en Filipinas. Fue el primer miembro de su familia que llegó a ir a la universidad, pese a “arruinarlo todo estudiando lengua y literatura”. Trabajó en los campos de tabaco del Connecticut agrícola –sí, existe–, donde aconteció su despertar sexual, y luego salió del armario en un Dunkin’ Donuts. Mide 1 metro y 63 centímetros. Pesa 51 kilos y es “bien parecido desde tres ángulos y horrible desde todos los demás”. Es lo que dice al comienzo de En la Tierra somos fugazmente grandiosos (Anagrama), su primera novela, una larga carta de 260 páginas dirigida a su madre, también iletrada, por lo que nunca podrá leerla.
El libro, uno de los más aclamados de los últimos meses en su país, ha situado al escritor, que ya despuntó en 2017 con una asombrosa antología poética, en el radar de las letras estadounidenses, a las que ha aportado una voz distinta a la normativa como gay, pobre e inmigrante. Vuong se inspiró en fuentes diversas: un monumento literario como Moby Dick, pero también el Diario de duelo que Roland Barthes dedicó a su madre fallecida o incluso las películas de Hayao Miyazaki. “Me gustan los relatos japoneses porque prescinden del conflicto. Siempre me han dicho que sin conflicto no hay historia, aunque como poeta sabía que eso no era verdad…”, afirma Vuong al teléfono desde su casa en Northampton (Massachusetts). “Quería describir la violencia estadounidense sin someter a los personajes a una trama que les acabase redimiendo. Es tramposo tratar el dolor de esa forma, que es la propia de Hollywood o del orgasmo patriarcal: todo está pensado para llevarnos a un clímax y a una resolución. Es tan predecible como falso”. La primera, en la frente.
Nadie se pregunta si ese sueño [americano] es factible. Simplemente asumimos que lo es y abrazamos el capitalismo, destruyendo nuestros cuerpos trabajando
Firmar el libro con esta variante yerma de la literatura epistolar le permitió tomar distancia respecto a los tópicos de la novela estadounidense. Su libro no es un relato de iniciación al uso ni una puesta al día queer de Huckleberry Finn, sino una larga meditación que oscila entre pasado y presente, entre su infancia y adolescencia en Hartford –precisamente, la ciudad de Mark Twain, al que cita en el libro en una lista de autores clásicos “cuya vasta imaginación no logro abarcar, en carne o tinta, cuerpos como los nuestros”– y las vidas desdichadas de su madre y su abuela. “Escribirla como si fuera una carta me permitió usar la digresión, a la que la estética europea es más receptiva. En Estados Unidos, se suele ir más al grano. La novela epistolar es una espiral que no siempre va a un lugar determinado”, explica.
Vuong se debate entre el deseo primario de celebrarse a uno mismo, que diría otro clásico como Walt Whitman, y la imposibilidad de conseguirlo como ser sometido a abusos diversos. “No estoy seguro de estar de acuerdo con Whitman. Todas las celebraciones deben ir acompañadas de crítica y escrutinio, que es algo que el tatarabuelo de las letras estadounidenses nunca logró, al ignorar que América fue creada pagando el precio de un genocidio”, zanja. Su libro transmite un feroz desencanto con el ideal estadounidense. “Tenía 12 años cuando sucedió el 11-S. Mi imaginación se formó en plena fractura de la identidad de la nación”, aclara. El sueño americano es, en el mejor de los casos, una broma de mal gusto: “Nadie se pregunta si ese sueño es factible. Simplemente asumimos que lo es y abrazamos el capitalismo, destruyendo nuestros cuerpos trabajando”.
Me pregunto cómo logras poder cuando estás en lo más bajo del sistema. ¿Cómo gana un hombre asiático sin convertirse en John Wayne o Clint Eastwood?
El libro explora el difícil destino de quienes no se encuentran en el grupo adecuado en materia de clase, raza y sexualidad. Pero también plantea cómo encontrar poder en esa posición subalterna. “La sumisión, pronto aprendería, era también una forma de poder”, escribe en un tórrido pasaje, aunque no se refiera solo al acto sexual. “Me pregunto cómo logras poder cuando estás en lo más bajo del sistema. ¿Cómo gana un hombre asiático sin convertirse en John Wayne o Clint Eastwood? Me interesa más rechazar la totalidad de ese modelo como una estructura difunta. Mi libro busca métodos alternativos para medir el éxito”, responde Vuong.
En las paredes de su hogar, un antiguo rancho cercano a la Universidad de Amherst, donde da clases de escritura creativa, encontró agujeros provocados por las balas de un fusil. Decidió cubrirlos con las plantas que heredó de su madre, fallecida hace unos meses, transformando esa viril hacienda en un invernadero lleno de seres vivos. “Lo que yo digo es que la suavidad puede ser poderosa, incluso más que la dureza”, precisa. “En cualquier caso, ese es el único poder que tenemos los inmigrantes, pobres y queer. Mi libro se cuestiona cómo podemos empoderarnos sin recurrir al disfraz tradicional del poder”. No está seguro de haber respondido a una pregunta tan descomunal, pero puede que plantearla ya sea mérito suficiente.
Los colores de Lorca y la necesidad de pensar
Cabría meter 'En la Tierra somos fugazmente grandiosos' en el cajón de sastre de la 'immigrant fiction', el subgénero de los hijos (y nietos) de la inmigración que sirve igual para Cynthia Ozick y Jamaica Kincaid que para Jhumpa Lahiri y Junot Díaz. “Somos distintos, pero tenemos en común escribir desde un lugar que no ha tenido valor en la imaginación estadounidense. Siempre tenemos que demostrar que la historia que contamos es importante. Un escritor blanco nunca tiene ese reto, porque es algo que ya se da por sentado”, responde Ocean Vuong. Su obra plantea la importancia del color de piel en la América contemporánea. Pero también del color a secas: en este libro, escrito con un lirismo poco habitual, abundan las sinestesias casi simbolistas y otros juegos con los tonos cromáticos. “Eso viene de Lorca. 'Verde que te quiero verde'… En su obra el color siempre es abstracto y viene cargado de sentimiento”, añade el autor, a quien la prosa pura y dura parece no bastarle para describir la complejidad del mundo. Instado a escoger un color para definir el futuro, optaría por algún tono bastante oscuro. “Dos años después de la peste bubónica, la gente volvía a vivir igual que siempre”, asegura desde el fondo de su confinamiento, que ha pasado leyendo a Walter Benjamin y Susan Sontag mientras preparaba su próxima novela, que hablará de los trabajadores de un restaurante de comida rápida. “La solución pasa por pensar, una actividad que sigue siendo sospechosa. Se sigue creyendo que quien se encierra para pensar tiene un problema. Vivimos en un mundo donde el que grita es el que lleva la razón, como demuestra el caso de mi presidente, y dudo que eso vaya a cambiar. Pero me alegro de haber encontrado una vocación en la que pensar no sea algo malo ni sospechoso, sino necesario…”, dirá antes de colgar.
Babelia
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