Sant Jordi, pese a todo
Autores y lectores intentan mantener la tradición del libro y de la rosa ante el modelo virtual de la fiesta que ha impuesto la pandemia
“Sapienta sola libertas est. Desde la lectura a la sabiduría y, desde ella, a la libertad”. Es parte del texto que Santiago Posteguillo estampaba ayer en su Y Julia retó a los dioses jugando con una frase de sus personajes. Un dedicatoria para sus lectores en Sant Jordi solo diferente a la de otros años en dos detalles: que en lugar del nombre iba dirigida “a quien lea esta novela” y que se conseguía descargándola de la pàgina web de su editorial. Fuera de eso, el día en que el coronavirus retó a Sant Jordi con librerías cerradas y el confinamiento que desnudó las calles de tenderetes de libros, autores firmando y rosas, éste demostró que sobrevive y sus esencias son inmunes. La diada virtual no acabó con la voluntad de mantener el ritual de regalar rosas y ejemplares, mayormente provenientes de los repartidores del comercio electrónico, si bien en unas proporciones tan simbólicas (se calcula que se venderá casi un 70% menos que en un Sant Jordi normal) que el sector del libro ya calcula que este año la facturación caerá entre un 30 y un 50%. “El trimestre lo podemos dar por perdido”, admitía Patrici Tixis, presidente de la Cambra del Llibre de Catalunya.
Como si la consigna hubiera sido Sant Jordi es Sant Jordi, la compra online de libros físicos y la posibilidad de enviarlos a domicilio permitió que ayer muchas personas recibieran su ejemplar. Las ventas por ese canal han ascendido desde el inicio del confinamiento en un 15% y ya significan hoy un 28% del total, cifra récord en España. Así, sólo una plataforma como Libelista, que agrupa a 112 librerías independientes, cifra en unos mil ejemplares, de unos 500 pedidos, los entregados ayer. Durante la jornada, para servir ya en 10 días, recibieron casi unos mil encargos más. En la plataforma llibreriesobertes.cat, que opta por que los propietarios recojan los ejemplares en las tiendas tras el confinamiento, en los últimos tres días han facturado lo que en las cuatro semanas anteriores y ayer rozaban ya los 40.000 ejemplares.
La obsesión por mantener la tradición llevó incluso a que algunos compradores en Barcelona, aprovechando las persianas entreabiertas de algunas librerías que preparaban pedidos online, lograran que se les vendiera algún ejemplar de manera clandestina. También papelerías y quioscos mostraron una actividad frenética. Otra muestra de la fuerza impulsiva de la festividad fue la tipología de los libros más solicitados, donde en los últimos días escalaron posiciones en el ranquin un clásico, el libro que obtiene el premio Sant Jordi (este año Les amistats traïdes, de David Nel·lo), o La madre de Frankenstein, de Almudena Grandes, ya antes best-seller. Una lista oficiosa añadiría a Boulder, de Eva Baltasar, Canto jo i la muntanya balla, de Irene Solà, Ca la Wenling, de Gemma Ruiz, Terra Alta, de Javier Cercas, La chica de nieve, de Javier Castillo, y Sapiens, de Yuval Noah Harari, amén de un variopinto catálogo de títulos infantiles y juveniles.
Emoticonos por selfis
La normalidad, anómalamente, se tradujo en las redes sociales, en especial en Instagram, donde se volcaron autores, editores y libreros, en particular los dos grandes grupos Penguin Random House y Planeta, que programaron casi 11 horas de entrevistas y charlas, que en el caso del primero cerró Isabel Allende. Fue una reproducción casi mimética de la vida real. Así, había desde quien llegaba tarde a la cita con el autor perdiendo la firma (“Ya han salido”, informaban por el chat) a quien, previsor, hacía cola desde 15 minutos antes, como las más de 40 personas que aprovecharon las pruebas de conexión que la escritora Elia Barceló hacía con su editora de Roca para instalarse. Los emoticonos, mayormente pulgares arriba y rostros con besos, hicieron las veces de selfis. No había autores extranjeros (por la lengua), pero sí en cambio lectores de fuera de Cataluña y de América Latina.
Como la aglomeración era sólo virtual (Elísabet Benavent, autora de la saga de Valeria, en cuya adaptación trabaja Netflix, tenía a primera hora 1.248 lectores que contemplaban su nuevo pelo tintado de azul turquesa), daba para ciertas confesiones o intimidades. Entre ellas, comprobar que Mercedes Milá conversaba con el político Santi Vila (recomendó la biografía del camaleónico Fouché) sentada desde el retrete de su casa. El médico investigador Salvador Macip (Las grandes epidemias modernas) alertaba de que “los parámetros de la inmunidad no son tan buenos como se creía”; Baltasar aseguraba que no tenía miedo (“me dejo vivir”, frase con mucho emoticono de aplauso) y Manuel Rivas (Vivir sin permiso y otras historias de Oeste), despeinado y “sorprendido de que esto funcione”, de que se sentía “infelizmente óptimo”, si bien soñó la noche anterior que “navegaba por mar abierto”.
“Me falta el olor, el color, el contacto, mirarse a los ojos”, confesó Solà, mientras Grandes, que admitió que igual se le cruza “una historia rara ligada a la pandemia” antes de su nueva novela, lanzó: “Guardémonos Sant Jordi, como hacen los peques con los dulces, para el final, y el primer día que andemos por las calles vayamos a las librerías como si fuera este día”. La autora, como el sector, era consciente de que la jornada de ayer se cerraría muy lejos de los 1,6 millones de ejemplares vendidos en un Sant Jordi normal. En previsión, necesitado de ingresos para engrasar toda la cadena, el sector emplazó hace dos semanas a celebrar el Día del Libro y de Rosa el 23 de julio, si bien la evolución de la pandemia y las presumibles medidas de distancia social hagan que “quizá no sea posible”, como insinuó ayer mismo el propio presidente de la Generalitat, Quim Torra. En cualquier caso, vista la jornada de ayer, el espíritu resistirá.
Babelia
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