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Muere Giuseppi Logan, superviviente del ‘free jazz’

El saxofonista, desaparecido durante décadas tras unos inicios en la vanguardia neoyorquina, fallece a los 84 años con coronavirus

El saxofonista de jazz Giuseppi Logan en Nueva York en 2010.
El saxofonista de jazz Giuseppi Logan en Nueva York en 2010.
Iker Seisdedos

La peripecia vital de Giuseppi Logan ejemplifica bien las tribulaciones de los jazzmen de su generación. Y, al paso que vamos, también lo hará su muerte: el saxofonista, que falleció ayer en un hospital de Nueva York a los 84 años, engrosa las estadísticas de músicos fallecidos con coronavirus. La noticia la dio el trompetista Matt Lavelle, colaborador de sus últimos años.

Como tantos, Logan fue un intérprete autodidacta. Nacido en 1935 en Filadelfia, tierra de grandes improvisadores, empezó con el piano, pero antes de los 12 años ya se había pasado a los instrumentos de viento: dominó con un sonido propio, deudor de Ornette Coleman, el saxofón, el clarinete y la flauta.

En sus inicios cursó estudios en la universidad del rhythm&blues, que en los años cincuenta había sustituido al jazz como el elemento aglutinador de la juventud negra. Perdida esa influencia, el género prosiguió su misión liberadora e ingresó en los sesenta dividido en dos facciones: los tradicionalistas, que se aferraron a los viejos circuitos y los ampliaron en los florecientes festivales europeos, y los jóvenes dispuestos a hacer saltar todo por los aires, aunque la explosión se los llevara por delante también a ellos.

"Me contó sobre su adicción, la separación de su mujer e hijos y su situación actual de extrema pobreza [vivía de pedir en la calle]. Le extendí un cheque, llamé a uno de sus colaboradores de antaño, y le grabé un disco”, contó el productor que lo rescató, Josh Rosenthal

Llegó a Nueva York en 1964, justo a punto para participar el festival de música de vanguardia October Revolution In Jazz, organizado con guiño bolchevique por el trompetista Bill Dixon en un café de la ciudad. Logan compartió cartel con los grandes de la escena del free jazz (aunque muchos desdeñaran esa etiqueta y prefirieran otra, new thing): de John Tchicai a Paul Bley; de Cecil Taylor a Sun Ra.

Poco después grabó su primer álbum para ESP-Disk, sello independiente consagrado a la escena neoyorquina de improvisación. Fue Bernard Stollman, su fundador, un abogado judío amante del esperanto con más pasión por la música que por la calidad de las grabaciones o por satisfacer los royalties de sus colaboradores, quien le sugirió, aparentemente, que se cambiara el nombre de pila, Joseph, por Giuseppi. Eso, unido a la escasa información de la carpeta original, llevaba en la era pre Internet a equívoco al aficionado, que fácilmente podía creer que el arte nervioso de Logan era el de un descarriado de la escuela italoamericana del saxofón. El cuarteto lo completaban el pianista Don Pullen, que gozó una respetable carrera como líder durante décadas, el bajista Eddie Gomez, integrante después de uno de los más duraderos tríos de Bill Evans, y el legendario baterista Milford Graves.

A aquél siguió otro disco más, More, en el mismo sello, y colaboraciones con músicos como la cantante Patty Waters, que llevó el free jazz a las universidades, o el trombonista Roswell Rudd. La vida doméstica que se adivina en un corto de Bill English, disponible en YouTube, en el que se ve a Logan en 1966 pasear por la parte baja de Manhattan, se fue al traste por las drogas en algún momento entre finales de los sesenta y principios de los setenta, cuando desapareció sin dejar rastro, tampoco para sus allegados, de una escena, que, sin blanca ni clubes que quisieran programar sus propuestas, se había visto obligada a replegarse en los lofts del SoHo. Allí vivían algunos de sus miembros; sobra decir que, inmobiliariamente, Nueva York era otra ciudad entonces.

La historia de la resurrección de Logan, tras décadas interno en instituciones mentales o sobreviviendo en la indigencia en las calles de Norfolk, Virginia, es también paradigmática de la revisión del relato de la música estadounidense emprendida con el nuevo siglo por aficionados jóvenes, más interesados por una buena historia que en preservar el canon. Fue, en su caso, gracias al productor Josh Rosenthal, fundador del sello Tompkins Square, llamado como el parque neoyorquino del mismo nombre y especializado en música de raíces y en guitarristas primitivos americanos. “Solía escuchar a Giuseppi tocar Somewhere Over The Rainbow una y otra vez en el parque”, escribe Rosenthal en sus entretenidas memorias, The Record Store of The Mind (2015). “No sabía nada de él, pero sí había visto aquel corto suyo de los sesenta. Me contó sobre su adicción, la separación de su mujer e hijos y su situación actual de extrema pobreza [vivía de la beneficencia y de pedir en la calle]. Le extendí un cheque, llamé a uno de sus colaboradores de antaño, [el piantista] Dave Burrell, y le grabé un disco”.

La publicación en 2009 de aquel álbum, The Giuseppi Logan Quintet, propició el reencuentro del saxofonista con uno de sus dos hijos, Jaee, pianista, así como el tardío reconocimiento a una vida de fatigas. También, que el parque se llenara de turistas enterados en busca de un rato con el superviviente.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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