_
_
_
_
Café Perec
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Zig zag Peckinpah

Regresé a una tarde de 1970 en San Sebastián en la que el director de cine confundió la barra de recepción del Hotel María Cristina con la de un bar

Enrique Vila-Matas
El director Sam Peckinpah.
El director Sam Peckinpah.

Últimamente algunos vemos cine como si lo leyéramos, con zigzagueos mentales, con tics adquiridos de nuestras lecturas en la Red, donde nos hemos vuelto expertos en pasar de un texto plano, lineal, a uno abierto, plural, que se desdobla en otros textos, llevándonos hasta el hipertexto, que abre todo tipo de nuevos caminos a la lectura tradicional, lineal, permitiéndonos, con los nuevos procesos de lectura, ampliar zonas difuminadas del discurso central.

Más información
Era grande. Se llamaba Sam Peckinpah
Lupita Peckinpah: “Nunca hablamos de cine, cuando estaba con nosotras quería cocinar y descansar”

Este tipo de desplazamientos en torno a un hipervínculo quizás expliquen que ayer, nada más empezar a ver Suite Peckinpah —justo cuando Lupita Peckinpah entraba en el Murray Hotel, de Livingston, y se apoyaba en la barra de la recepción para pedir las llaves de la suite donde vivió su padre y que da título al documental—, me dedicara casi de inmediato a viajar por mi memoria, como si esta fuera el buscador de Google. Y regresé de pronto a una tarde del verano de 1970 en San Sebastián en la que Sam Peckinpah confundió la barra de recepción del Hotel María Cristina con la de un bar del Far West y exigió, con autoridad etílica, un whisky en vaso corto.

De aquel remoto festival de cine creo que podría estar hablando toda la vida, porque fui testigo conmovido del comienzo de la amistad de Gonzalo Suárez con Peckinpah y porque no he olvidado lo injustamente mal recibida que fue Aoom, aquella película del gran director y novelista asturiano, película todavía hoy ninguneada, pero en su momento elogiada hasta la extenuación por Peckinpah, que llegó a llevarla a Londres para defenderla ante los ejecutivos de la Universal. “La vieron y tardaron una semana en recuperarse”, comentaría luego Gonzalo Suárez.

Volvamos a la hija mexicana, volvamos a Lupita. Nada más entrar en la suite del Murray Hotel, a la busca de su padre (de su Pedro Páramo particular), nos informaba de que no percibía que allí quedara “algo” de él. Me pregunté qué habría sucedido si ella hubiera tenido noticia de lo que son capaces algunos cuando buscan una molécula de su mito favorito. Y pensé en el caso del narrador de La parte recordada, de Rodrigo Fresán, que, al entrar en el despacho de la Cornell University donde Nabokov escribiera Pnin y Lolita, se desnudaba y abría sus piernas y extendía sus brazos en una versión frenética del Uomo vitruviano de Leonardo da Vinci, iniciando una sesión aeróbica-atómica que buscaba que algo del talento de Nabokov siguiese allí, es decir que alguna molécula residual de su paso por el lugar aún zigzaguease rebotante entre aquellas paredes y pudiese entrar en su organismo y se convirtiese en una nueva célula que por fin lo nabokovizara…

A todo esto, como es natural, el documental Suite Peckinpah se resistía a ser ralentizado por tics de lecturas googleanas y seguía su trayecto rectilíneo, avanzando implacable. Y era como si quisiera evidenciar su incapacidad —no se sabía si innata— de captar las posibilidades del relámpago y verse proyectado incluso más allá de las lecturas de Red, hasta el mismísimo infinito.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_