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In memoriam
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La dignidad de los derrotados

Tu música, Patxi Andión, es, sin duda, un retrato terrible de aquellos años difíciles del franquismo

El cantante Patxi Andión en 1981.
El cantante Patxi Andión en 1981.ANTONIO TIEDRA

Muere Patxi Andión y la Jacinta y Rogelio y el marinero borracho y la chica del metro y el viejo maestro republicano... ya no tendrán esa voz ronca que cante -como nadie lo hizo- sus derrotas, sus fracasos y la gloria de unas vidas que nunca aparecerán en los periódicos.

Cuando hace unos meses me pidieron unas líneas para un libro homenaje a Patxi, me di cuenta de que muchas veces no sabes qué decir de la gente que de verdad quieres. Hoy, Patxi, no sé qué escribir. Lo único que quiero -ya ves- es encerrarme en el recuerdo. Y ni siquiera llorar. Recordar que si alguna vez hubo alguien que haya sabido cantar la dignidad de los derrotados, el deslumbramiento de una mujer en la noche, la épica cotidiana del hombre, la nostalgia de lo perdido, la ternura de los días de un pasado sin futuro... ese eras, sin duda, tú, Patxi Andión.

Y recordar cuando me contaste que eras vascomadrileño, que habías nacido el mismo año que yo, 1947, que tu familia era republicana, y que tú lo eras, claro. Recuerdo tu primer disco en 1969, Retratos se llamaba, y la conmoción que creó una obra que rompía los moldes de lo que era la canción de autor. Canciones duras, secas, desgarradas que hablaban -y hablan- de la gente de la calle, de los que solo tenían el olvido de su propia existencia. Gente cansada que, por fin, encontraba a alguien que les daba un reconocimiento negado hasta entonces.

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Fíjate, Patxi, recuerdo que alguna vez lo hablamos: cuando tan de moda estuvo presumir de haber sido luchador antifranquista, tú jamás hiciste ostentación alguna de tu compromiso político y humano. A casi nadie contaste cómo fuiste expulsado de Portugal, -país con el que guardabas una apasionada relación- por la PIDE, la temible policía política de la dictadura portuguesa. Ni siquiera alardeaste de tu exilio en Francia en los años difíciles del franquismo.

La discreción, la generosidad siempre han vivido en tu alma, y han hecho de tu persona una referencia moral que, a pesar de todo, has mantenido siempre. Queden para la historia tu paso por el cine, tu faceta como escritor, tus años de universidad, y hasta aquella etapa de tu vida arrastrada por el papel cuché que nunca consiguió manchar tu corazón.

Alguna vez confesaste tu militancia en el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota). Pero, como recordamos en alguna ocasión en esas conversaciones interminables, más bien pertenecías a la UPA (Unión Popular de Artistas) en la que algunos locos, poetas, artistas y cantautores nos dedicábamos a dar conciertos, montar exposiciones, recaudando para los presos del franquismo. Tú siempre encontrabas la forma de aportar un dinero que no tenías.

Siempre me ha gustado de ti tu decencia. Esa decencia que ya no se lleva. Y, sobre todo, que has sido un hombre coherente. Coherente con tu música, con tus amigos, con tus escritos. Coherente con tu trabajo de actor, con tu labor docente. Coherente con tu tiempo. Retratos no fue una nave ardiendo más allá de Orión. Una estrella que brilla intensamente y se apaga en la noche. Vivías cantando, componiendo para otros, actuando, escribiendo versos como metal ardiendo. Publicando nuevos discos que seguían hablando del hombre doliente, del amor deseado, de una sociedad gris y aburrida que miraba a un horizonte lejano y triste.

Tu música, Patxi Andión, es, sin duda, un retrato terrible de aquellos años. Nada amargo, porque siempre has tenido una inexplicable tendencia la esperanza. Hablabas de la España que amabas, de una España que sabías, como tu querido Antonio Machado, que sería vencida por la España de la idea.

Ante nosotros, que te adorábamos, nunca quisiste ser protagonista. Y un día, discreto, te retiraste, dijiste. Tranquila y serenamente. Pero seguiste escribiendo, componiendo, viviendo en tus hijos otras músicas y otros versos, saboreando el empuje de las canciones de Íñigo, la belleza de los versos de Jon.

Volviste más tarde, también con la misma serenidad. En Portugal eras una figura querida y admirada (recuerdo tu disco en directo). Volviste a cantar en público, convencido por tantos amigos que siempre nos habíamos sentido tan cercanos a ese universo parte ya de nuestras vidas. Ese universo en el que tus canciones nos daban calor y consuelo.

Te llamé hace unos días para decirte que estaba algo malito y no podría ir a tu concierto. Me contestaste tan cariñoso como siempre. Tan humano. Y ahora, maldita sea, siento no haber estado contigo, para hablar de nuestros hijos, de la vida, de lo viejos que estamos y lo bien que nos conservamos. Y de tantas cosas que seguiré contándote, como en aquella canción que tanto me gustaba, Carta a mi padre. Y que ahora recuerdo, amigo mío. "He oído, Patxi, que mañana lloverá / y que quizás por la tarde escampe". Cosas así, amigo. Recordar cosas así.

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