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Ceija Stojka: memoria del genocidio nazi

La artista transfirió a la pintura sus recuerdos de una infancia feliz hasta la aniquilación de la población romaní en los campos de exterminio

'Sin título' (2006), de Ceija Stojka.
'Sin título' (2006), de Ceija Stojka.

¿Recuerdan las paredes de roble cuando tenía hojas? Y los maderos cosidos con alambres de espino, ¿reconocen cuando transportaban la savia por sus tubos leñosos? Las preguntas del poeta sólo encuentran respuesta en la inocencia. Siendo niña, Ceija Stojka (Kraubath, 1933-Viena, 2013) sobrevivió a más de dos años de campos de exterminio, primero en Auschwitz-Birkenau (1943-1944, cuando se le tatuó en el brazo el número Z6399 que la designaba como romaní), luego trasladada con su madre y su hermana a Ravensbrück (de julio a diciembre de 1944) y por fin en Bergen-Belsen, el último mortuorio de la solución final, donde los prisioneros eran hacinados sin agua y sin comida en el mismo cercado en el que se amontonaban los cadáveres. En medio de aquella agonía sin nombre, la naturaleza puso voz a la poesía, regaló las imágenes sin pedir nada a cambio ante la pachorra de Dios (“la larga mirada a la calma de los dioses”, inscrita en la tumba de Paul Valéry).

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La pequeña sobrevive masticando la savia de las ramas y plantas que encuentra entre miles de cuerpos vaciados, pellejos sujetos a calaveras (“lo profundo es la piel”, pero mejor no imaginar por qué carecen de entrañas). ¡Claro que la naturaleza recuerda! Y para Stojka, el pensamiento es recompensa. La savia es más fuerte que la sangre y recorre las escenas de felicidad y hecatombe en sus pinturas y dibujos a tinta que dan cuerpo a la retrospectiva Esto ha pasado, en el Reina Sofía, en donde sorprende un detalle recurrente que asoma en la parte inferior de cada cuadro, a modo de firma: es una ramita de árbol y a su lado el nombre y el apellido, Ceija Stojka, con la fecha de un tiempo transferido: 1993, 1995, 2003, 2011…

Sobre el porrajimos (la lucha contra la “plaga de los gitanos” declarada por el Reich) poco se ha escrito y, aún menos, representado. Terminada la guerra, la propia Stojka borró todo signo de su gitanidad para no ser discriminada y, tras conseguir el permiso para ejercer su oficio de vendedora de alfombras, se tiñó de rubio para parecerse a las austriacas payas, callando el genocidio zíngaro que la Shoah eclipsó. Durante 35 años se autoimpuso un estricto silencio, aunque por su brazo tatuado iba circulando la savia nutricia que iba a explotar en color. Llegado el momento, a finales de los ochenta, siendo una mujer madura y tras haber criado a tres hijos, prácticamente analfabeta pero rebosante de oralidad, ­Stojka encontró una interlocutora, Karin Berger, quien la animó a desentrañar sus recuerdos en cuadernos, cartones y telas. Con pinceles o con sus propias manos, decidió expresar los recuerdos de su antigua vida familiar, cuando recorría en caravana los campos de girasoles de Austria, hasta su experiencia en primera persona del exterminio nazi. Es cuando los girasoles mudan los pétalos por los rizos de oro de guardias y guardianas de prisiones, mezclados con las sombras de la infamia, el negro de los cuervos y las fauces de los perros adiestrados, más rabiosas que lo que su propia genética les marca.

Durante 35 años se autoimpuso un estricto silencio, pero por su brazo tatuado circulaba la savia que iba a explotar en color

No hay forma de enfrentarse a una obra como la de Ceija Stojka sin estos preludios que llaman a la puerta de la inteligencia. La pregunta que surge para cualquier panegirista de un trabajo artístico tan renuente a la clasificación es cómo convencer al público(s) sobre la conveniencia de acudir a una exposición de un género maldito como es el exterminio de la población judía, romaní, homosexual y maleante, a riesgo de salir emocionalmente perjudicado. El escalofrío se repite en otra exposición contemporánea a la de la artista austriaca en la misma planta del museo, en concreto la de un segmento de la muestra Musas Insumisas, el vídeo de Delphine Seyrig Inês (1974), sobre la brutal tortura (teatralizada) a una presa política, Inês Etienne Romeu, que finalmente consiguió escapar de una cárcel de Brasil.

Pues bien, a la prenda del árbol (esa ramita salvavidas) uno debe encomendarse mientras camina por las salas que recomponen por capítulos una vida estigmatizada, que comienza con las vivencias felices de Stojka como miembro de un clan de comerciantes de caballos que se vio obligado a hacerse sedentario por las leyes nazis que llegaron después de la anexión de Austria a Alemania. Son pinturas que celebran el nomadismo con colores estridentes y un trazo ingenuo en escenas de costumbres y ejercicios campestres completadas con frases escritas en la parte inferior del cuadro o en el reverso, donde la autora deja constancia de la historia de la saga familiar. Llega el momento de la cacería y la Gestapo, la misma que “pintó” el Guernica, se hace con el rango mayor de artista de la ignominia. Stojka usa sus manos (mezcla pintura y arena) o el pincel y la tinta para transferir sus recuerdos al cuadro, son imágenes pese a todo (Georges Didi-Huberman) frente a la eliminación de todo vestigio del crimen.

Una obra sin título y sin datar de Ceija Stojka.
Una obra sin título y sin datar de Ceija Stojka.MATTHIAS REICHELT

Banderas con esvásticas se confunden con los cielos de fuego o son una gran gota de sangre en el blanco del paisaje invernal. El interior de los barracones es un pentagrama con las notas mudas de los cuerpos desnudos, Auschwitz “era un lugar sin fruta” y en su lugar los ojos sin cuerpos se ocultan de los uniformes pardos entre el ramaje. Cuervos y águilas, pechos sin gota de leche, bocas trituradoras y fosas saturadas de cadáveres apilados forman un gigantesco pájaro humano (Sin título, 2003). No es el apocalipsis, sino un fénix en llamas, imagen perfecta del maravilloso poder de la resistencia.

Ceija Stojka. Esto ha pasado. MNCARS. Hasta el 23 de marzo.

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