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HORARIO FLEXIBLE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una Sala de Turbinas para el Thyssen

El sótano del museo vuelve a subrayarse con otra realidad de posibilidades infinitas

Estrella de Diego
Una de las salas del Museo Thyssen con la nueva iluminación.
Una de las salas del Museo Thyssen con la nueva iluminación. MUSEO THYSSEN-BORNEMISZA

A menudo, los sótanos esconden los secretos mejor guardados de las casas y de las familias, las experiencias más comprometidas, las más radicales; las que, al salir a la luz, descubren relatos impensados hasta entonces… En este sentido la planta baja del Museo Thyssen de Madrid no es excepcional —lo demostró una muestra especialísima organizada por el Departamento de Educación—. Tras una apariencia discreta frente a la contundencia de la colección del museo y sus “grandes maestros”, Lección de arte daba a los espectadores menos avezados la oportunidad de enfrentarse a la producción artística más actual a través de pistas bien planteadas. La lección sobre el arte más contemporáneo se colaba luego entre esta colección excepcional —depositada primero y adquirida por el Estado después— de uno de los grandes coleccionistas del siglo XX, el barón Thyssen y su esposa española, la también coleccionista Carmen Cervera. Era, más que un juego didáctico, una invitación a repensar el “gran arte” del siglo XX —de Pollock a Lichtenstein, pasando por las vanguardias históricas—, algo que ningún otro museo de Madrid se puede permitir, al carecer de este tipo de obras por razones históricas de sobra conocidas.

Ahora la planta baja del Thyssen —el sótano— ha vuelto a subrayarse, a tomar protagonismo, aunque lo curioso de esta puesta en escena es que su nuevo estrellato no roba ni un ápice de popularidad al resto de salas, a la colección de “viejos maestros”. Es más. El diálogo que se establece entre los “maestros” y las instalaciones de Tomás Saraceno y Dominique Gonzalez Foerster es estimulante. Quizás, al fin, el Thyssen tiene su propia Sala de Turbinas, más modesta sin duda, pero igual de eficaz a la hora de entremezclar públicos —los que esperan encontrar obras de la vanguardia clásica y los que buscan trabajos más actuales— que, como en la Tate Modern, acaban por contaminarse.

El proyecto viene de la mano de Francesca Thyssen, hija del barón y una coleccionista que ha seguido los pasos de su padre al volver la mirada hacia el poder del arte como transformador de la vida, un arte que ahora prioriza nuevas formas de coleccionar más próximas a encargos particulares a los artistas, con lo cuales se trabaja de forma cercana. Es una idea ligada a la obra de arte total —iluminación, sonido, performance…—; un mundo de cambios que exige multiplicidad de sedes, una agenda comprometida con el medio ambiente. Por eso la fundación de Francesca Thyseen, TBA21, tiene además un aula infinita —el océano abierto—, donde intercambian ideas artistas, pensadores, activistas… Se trata, así, de una manera de repensar el mundo que en su estrecha colaboración con el Museo Thyssen ha potenciado una estrategia win-win. También los “viejos maestros” encontrarán en el sótano otra realidad de posibilidades tan infinitas como el aula en el océano.

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