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Los impresionistas saldan su deuda con la fotografía

El Museo Thyssen muestra cómo las cámaras estuvieron al servicio del arte de los pintores en la segunda mitad del XIX

A la izquierda, 'Retrato de un dandy', de Aguado (1854), y 'Retrato de Emile-Auguste Carolus-Duran' (1876), de Manet.
A la izquierda, 'Retrato de un dandy', de Aguado (1854), y 'Retrato de Emile-Auguste Carolus-Duran' (1876), de Manet.MUSEO DE ESTRASBURGO / THE BARBER INSTITUTE OF FINE ARTS

La primera de las ocho exposiciones que los impresionistas realizaron como grupo fue en 1874, en el estudio parisiense del pionero de la fotografía Félix Nadar. La elección del escenario no fue anecdótica para los entonces apestados impresionistas. Es una de las muchas pruebas que certifican la estrecha relación que desde un primer momento mantuvieron quienes intentaban retratar un instante de la naturaleza con los que se lanzaron a capturar momentos de la vida con sus revolucionarias cámaras fotográficas.

El Museo Thyssen inaugura mañana una amplia exposición (66 pinturas y 150 fotografías) con la que quiere mostrar la relevancia que la invención de la fotografía tuvo para las corrientes pictóricas del siglo XIX, subrayando afinidades e influencias entre los artistas de una y otra rama. La muestra se podrá ver hasta el 26 de enero de 2020.

Para Paloma Alarcó, responsable del proyecto y jefa de Conservación de Pintura Moderna del Thyssen, la relación entre la fotografía y el impresionismo es incuestionable. Recuerda que, a mediados del siglo XIX, París era la capital mundial del arte y el mayor centro de circulación de imágenes gracias a la aparición de los daguerrotipos y, sobre todo, de técnicas de impresión fotográfica. “Los primeros grandes fotógrafos”, explica, “tienen formación artística”. Y los artistas descubren muy pronto el poder documental que la fotografía ofrece para sus obras. La mayor parte de las imágenes, todas copias de época, están firmadas por Gustave Le Gray, Eugène Cuvelier, Henri Le Secq, Olympe Aguado, Charles Marville o Félix Nadar, confrontados con las pinturas de Édouard Manet, Edgar Degas, Camille Pissarro, Paul Cézanne, Alfred Sisley, Claude Monet, Marie Bracquemond, Pierre-Auguste Renoir y Berthe Morisot.

Dividida en nueve ámbitos temáticos, la exposición arranca con el bosque como argumento. Las fotos están fechadas varios años antes de la realización de las pinturas que las acompañan. Se puede ver El arroyo Brème (1866), de Courbet; El parque de los leones (1872), de Corot, o La choza de los carboneros (1855), de Rousseau, frente a las fotografías Sendero en el bosque (1850) y Efecto niebla (1855), de Cuvelier, o El camino a Chailly (1849), de Le Gray. Gracias a un montaje ideado para una lenta contemplación, se pueden ver las influencias. Alarcó asegura que los pintores incluyen por primera vez el encuadre, la composición y la iluminación lateral, características de la fotografía.

Frente a la extendida creencia de que los impresionistas solo salían a capturar un momento de luz en la naturaleza, la experta responde que eso se cumple en algunos casos, pero que cuando llega la fotografía los artistas no pueden renunciar a sus ventajas.

El movimiento del agua y el reflejo de los árboles en su superficie son otros temas que vinculan a los fotógrafos con los pintores. Monet es uno de los primeros en atreverse a pintar parte de una ola en primer plano, como en Olas rompiendo (1881) y lo hace seguramente después de contemplar fotografías como El bergantín (hacia 1857) de Le Gray. Alarcó comenta que este, a base de dobles negativos, logra reproducir el movimiento del agua con una textura casi pictórica.

El retrato ocupa la parte central de la exposición. Los encargos comerciales a los fotógrafos hicieron que su trabajo se multiplicara y que el retrato pictórico buscase nuevos caminos. Después del triunfo del daguerrotipo, se extendió la moda de las cartes-de-visite, patentadas por Disdéry en 1854, una versión artística de las actuales tarjetas de visita, que permitían obtener ocho imágenes en diferentes posturas con un único negativo, tal como se puede ver en los trabajos de Nadar, quien inmortalizó con su cámara a toda la intelectualidad y la bohemia parisiense.

Junto a imágenes realizadas por Manet y Cézanne con jóvenes modelos que luego llevarían a sus lienzos, se incluye una serie de instantáneas tomadas por Degas en 1895 con su recién adquirida máquina Kodak, en las que aparecen sus amigos formando composiciones claramente pictóricas.

El proyecto cuenta con préstamos fotográficos de la Biblioteca Nacional de Francia, el Museo J. Paul Getty de Los Ángeles, el Victoria & Albert de Londres, la Sociedad Francesa de la Fotografía o el Prado. Las pinturas proceden del Metropolitan de Nueva York, el Musée d’Orsay de París, el Marmottan Monet de París y la Fundación Beyeler de Basilea, así como de las colecciones privadas de Henry y Rose Pearlman y de la de Ann y Gordon Getty.

Desnudos de escándalo

La crítica llegó a tachar de indecente a Manet por la carnalidad de su Olympia y por el desnudo central de Le Déjeuner sur l'Herbe (Almuerzo sobre la hierba), de 1863. La figura central de esta obra está inspirada en la modelo Victorine Meurent, de quien se incluyen varias fotografías, que se calificaron de pornográficas, tomadas por Eugène Durieu, Auguste Belloc o Gustave Le Gray. Ingres, Delacroix y Courbet utilizaron también fotos de desnudos para plasmarlos en sus telas.

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