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La vida por aquí
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

“El éxito de todos los fracasos”

Kipling aconsejaba enfrentar las imposturas del triunfo y la derrota. De las caídas puede aprenderse más

Juan Cruz
Usain Bolt, tras fallar en el relevo 4x100 en los mundiales de atletismo de  2017.
Usain Bolt, tras fallar en el relevo 4x100 en los mundiales de atletismo de 2017.Richard Heathcote (Getty Images)

Ganar y perder arrasan las redes. Desafían la advertencia de Kipling contra ambos prestigios. Vence ganar en el recuento. Perder está lejos, como Godot, el ciclista que inspiró a Beckett. El fracaso acecha, pero su apuesta es perder. Valerio Rocco, filósofo de 38 años, recién nombrado director del Círculo de Bellas Artes de Madrid, reclama el valor formativo del fracaso. Y Álex Grijelmo, periodista, editor del Libro de Estilo de EL PAÍS, ilustra qué le inspira el fracaso: “Alguien que se levanta”. Bahamontes, cuando se creía el rey del Tour y lo venció la ictericia. El fracaso que hay dentro de cualquier victoria deportiva. La de Bolt, por ejemplo, ganando hasta en la derrota.

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Sobre el fracaso que persigue al científico López Otín escribió aquí este martes David Trueba: “Los fracasos son el nutriente de todo acierto mayúsculo”. Lo que pasa es lo que dice Trueba sobre Otín: esta historia “apunta hacia la destrucción profesional de un investigador objetivamente valioso”. Las redes hacen jirones con la ropa de los ídolos caídos.

Dice Rocco: “El lenguaje valora el éxito por encima de todas las cosas”. Y el fracaso “es visto como mera fuente de vergüenza y de marginación”. Y repta una trampa: “El discurso del coach o el empresario que ensalza banalmente el fracaso como única vía hacia el éxito, a menudo refiriéndose a experiencias personales”.

Eso confunde a jóvenes “entre un discurso del éxito a toda costa, que oculta la existencia del fracaso, y otro discurso trivial sobre el fracaso positivo, que olvida la dureza y el peligro que implican situaciones como la soledad, la derrota y el error. Por eso”, añade Rocco, “es tarea de la educación y de la cultura enseñar a fracasar mejor, por utilizar la expresión de Beckett”.

Juan Antonio Corbalán, héroe del baloncesto, conoció la angustia de perder, también en la vida, “pero el fracaso deportivo no es tal: te levantas, renaces. Del fracaso sentimental terminas saliendo. Lo peor es el fracaso financiero, social. El filo de la navaja está ahí, pero has de aprender a no caer en el lado malo de la incertidumbre. Hay casos de fracaso en los que se crean resistencias que te permiten buscar nuevas vías”. Si niegas el fracaso, dice Rocco, este se revuelve, “y ocurre lo que sucede con el desastre ecológico”.

A Eduardo Madina, que fue político y ahora estudia otras experiencias, le parece que los fracasos educan, y los éxitos “deseducan”. La generación de los abuelos que sufrieron la derrota de la guerra vivió, al fin, la recuperación de 1978, cuando la Transición. De eso han de estar orgullosos hijos y nietos. Fueron capítulos peores “de los que surgieron factores educativos que hicieron mejor este país”.

“Se prepara para el éxito”, dice Cristina Bravo, profesora que, como Rocco, ha estudiado la materia, pero se dice que se entrena para competir, “para participar”; sin embargo, “los que perdieron se ven silenciados en su recorrido posterior y han acabado en el ostracismo”. ¿Qué hacer? “Concebir el fracaso como una oportunidad para volver a intentarlo”. Fracasar y ganar.

Ángel González, el poeta, dejó dicho en su espejo: él ya era solo esto, “un escombro tenaz, que se resiste a su ruina..., el éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento...”.

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