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FERIA DE OTOÑO
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Cid, torero de Madrid

El diestro sevillano dio una vuelta en su despedida ante una descastada corrida de Fuente Ymbro

Antonio Lorca
El Cid sale a hombros de la plaza de toros de Las Ventas, tras la corrida de la Feria de Otoño celebrada.
El Cid sale a hombros de la plaza de toros de Las Ventas, tras la corrida de la Feria de Otoño celebrada.Mariscal (EFE)

FUENTE YMBRO / EL CID, DE JUSTO, MARÍN

Toros de Fuente Ymbro -el segundo, devuelto-, correctos de presentación,  cumplidores en varas -mansos quinto y sexto-, nobles, descastados, desfondados y con poca clase. Sobrero de Manuel Blázquez, feo, astifino y descastado.
El Cid, que despedía de Madrid: casi entera atravesada (silencio); estocada (vuelta al ruedo).
Emilio de Justo: dos pinchazos y estocada -aviso- (palmas); estocada caída y dos descabellos (ovación).
Ginés Marín: dos pinchazos y media (silencio); pinchazo y estocada (silencio).
Plaza de Las Ventas. 4 de octubre. Cuarta corrida de la Feria de Otoño. Casi lleno (19.535 espectadores, según la empresa).

No se había roto aún el paseíllo cuando una gran pancarta surgió del tendido 7 que decía: “El Cid, torero de Madrid. Gracias”, y la plaza entera irrumpió en una ovación que agradeció el torero desde la raya del tercio; pero, instantes después, cuando los alguacilillos abandonaban el ruedo, otra vez brotaron los aplausos desde el mismo lugar, y El Cid volvió a de nuevo a saludar montera en mano. Eso se llama cariño.

Y Manuel Jesús, que es hombre agradecido, brindó sus dos toros a la concurrencia; en la segunda ocasión, incluso se dio una carrerita desde la barrera hasta el centro del anillo para confirmar que se despide hecho un chaval.

Después, tras matar a ese cuarto toro de una certera y fulminante estocada (caso sorprendente en quien ha perdido tantos triunfos al fallar con el acero), hincó su rodilla derecha en la boca de riego y lanzó besos a los tendidos, en señal inequívoca de agradecimiento; y el público, más agradecido aún, le invitó a dar una clamorosa vuelta al ruedo en esta plaza donde tantas tardes de gloria ha protagonizado y otras tantas de desencanto. Además, Emilio de Justo y Marín le brindaron sus últimos toros y a hombros salió El Cid por la puerta de cuadrillas entre el contento general.

Era el día de su adiós y abundaron las sonrisas, las palmas, los besos, los abrazos, los claveles, los abanicos y un largo trago de vino para el torero de una bota lanzada desde el tendido.

Ese fue el protocolo, tan sincero como emocionante.

El toreo solo pudo ser emotivo; es verdad que El Cid lo intentó de veras de capote y muleta, pero ni el cuerpo ni el corazón son los mismos después de veinte años de alternativa, en los que ha madurado entre muchas dificultades y esforzadas alegrías.

Recibió a su primero con un par de templadas verónicas, rematadas con una preciosa media y quitó, después, por cadenciosas chicuelinas. Tras el brindis, tomó la muleta con la zurda, su mano buena, y quiso rivalizar consigo mismo y volver 15 años atrás cuando El Cid era la referencia del toreo al natural. El toro, justo de casta, escaso de alegría, negado para la humillación y corto de recorrido, no fue el colaborador soñado, y al torero le faltó un punto de entrega y arrojo, esa línea que separa una faena aseada de otra clamorosa. Fue la lección de un viejo profesor, sabio y respetable, pero sin la pasión contagiosa de la exitosa madurez.

El cuarto se desplomó en varias ocasiones y cayó por última vez tras la contundente estocada que le recetó El Cid. Paradojas del destino: después de tantos pinchazos en tardes de gloria, una estocada de verdad el día de la despedida.

Ni Emilio de Justo y Ginés Marín tuvieron toros para el triunfo. Ciertamente, la corrida de Fuente Ymbro llevaba dentro una profunda decepción, muy descastada y deslucida, desfondada y sin clase.

No obstante, De Justo volvió a demostrar que es torero de una pieza, serio, contundente, valeroso, cruzado siempre, obligando a embestir a sus oponentes. No hubo faena triunfal, pero sí la constatación de la fuerza del conocimiento, el compromiso y el mando en la cara del toro.

Muy feo era el sobrero de Manuel Blázquez y desinflado en el tercio final, ante el que el torero demostró su mente despejada y sus maneras ortodoxas y clásicas; nada pudo hacer ante el muy descastado quinto.

Y Marín tuvo aún peor suerte. Deslucido fue su lote y él mostró decisión y afán con la muleta tras lucirse con el capote al recibir al sexto.

La corrida del sábado

Toros de seis ganaderías, para Antonio Ferrera como único espada.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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