Triunfo de Emilio de Justo ante seis victorinos a pesar de su mala espada
El torero extremeño superó con raza y entrega una tarde aciaga en la suerte suprema
El torero Emilio de Justo se impuso a base de raza y entrega y salió finalmente triunfador, con cuatro orejas, de la tarde en la que se encerró con seis toros de Victorino Martín en la ciudad francesa de Dax, una gesta que casi le sale aciaga por la mala tarde que protagonizó con la espada.
El primero fue un victorino que no regaló nada. Un toro bronco, sin clase, embistiendo a empellones y sin entregarse. De Justo, que dejó un buen ramillete de verónicas en el recibo, hizo un esfuerzo tremendo con él en una faena de mucha disposición y sin rúbrica con los aceros.
Con lances genuflexos saludó De Justo al segundo, un toro bajito y fino, enseñando las puntas, y con fijeza y aparente nobleza de salida, aunque pronto mostró sus dificultades. El toro tampoco se entregó, aunque por el lado izquierdo pareciera que iba más largo, lo que aprovechó De Justo para echarle la muleta al hocico y tirar la moneda en cada tarascada que le pegaba el cárdeno, con el que volvió a mostrarse muy firme en una faena de exposición, en la que no pudo relajarse en ningún momento, y premiada con una oreja pese a faltarle nuevamente un mejor corolario con la espada.
V. MARTÍN/EMILIO DE JUSTO, ÚNICO ESPADA
Toros de Victorino Martín, aceptablemente presentados dentro de la variedad de hechuras, caras y remates, y de juego también muy desigual. El mejor, el incansable tercero; y también se dejó el noble quinto. Bruto y sin entrega, el primero; exigente, el segundo; áspero y con peligro, el quinto; y pegajoso y con transmisión, el sexto.
Emilio de Justo: cinco pinchazos y estocada (silencio tras aviso); pinchazo, estocada trasera y descabello (oreja); tres pinchazos y estocada desprendida y dos descabellos, (palmas tras dos avisos); pinchazo y media (ovación); estocada (oreja); y estocada arriba (dos orejas). Salió a hombros.
Plaza de Dax (Francia). 7 de septiembre. Lleno aparente.
Con el tercero parecía que la tarde iba romper de verdad. Fue un toro cariavacado, que echó las manos por delante en los capotes, pero que respondió con gran son en la muleta, con prontitud, fijeza y humillación.
Ahí brotó el toreo excelso de Emilio de Justo para cuajar una labor que aunó torería, naturalidad, encaje y mucho sentimiento. Faena a más, a mucho más, tanto en ritmo como en intensidad, y abrochada con una tanda de naturales de frente, totalmente abandonado el torero, simplemente extraordinarios. Tenía el triunfo en la mano, pero la espada fue nuevamente su talón de Aquiles, y cambió las dos orejas por sendos avisos.
El cuarto fue un toro áspero y peligroso con el que De Justo tuvo que enfundarse nuevamente el mono de trabajo para volver a la carga en otra faena de agallas y no volver la cara ante un animal que pedía el carné y reponía sus cada vez más aviesas y orientadas acometidas. Y para no faltar con la tónica general de lo que estaba siendo su actuación, volvió a fallar en la suerte suprema.
El quinto no tuvo mal aire aun faltándole finales en sus nobles y apagadas embestidas. De Justo anduvo esta vez algo más tensionado en una faena a la que le faltó asiento y sosiego, pues, aunque le robó algún muletazo estimable por el derecho, la sensación era de que podía haber estado mejor con el toro, al que acabó cortando la oreja gracias a que, por fin, acertó con la espada.
Al público se fue el extremeño a brindar la última faena de su particular gesta, y, ya despojado de todo nerviosismo, volvió a mostrarse muy entregado con un toro pegajoso, que se quedaba debajo y sin humillar, y con el que volvió a hacer el esfuerzo en una labor llena de raza y abrochada de manera colosal con el acero. Dos orejas, la segunda, quizá, por el conjunto de toda la tarde.
Babelia
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