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ENSAYO

Texas: el indio, el lazo, el potro… pero también petróleo

Lawrence Wright deconstruye un territorio que podría convertirse en un referente del progreso futuro de EE UU o el motor de una América en versión Trump

Juan Luis Cebrián
Un grupo de niños simula la batalla del Álamo en un jardín en Texas.
Un grupo de niños simula la batalla del Álamo en un jardín en Texas.Ralph Morse (getty images)

"Texas es un Estado machista… Lo que se hace patente en la indiferencia ante la belleza, y en una suerte de repugnancia por la compasión”. Esta es la conclusión a la que llega Larry Wright, periodista y ensayista tejano, ganador de un Pulitzer por un famoso libro sobre Al Qaeda. En su reciente obra Dios salve a Texas, combina con maestría indiscutible el reportaje, la narración histórica, la literatura de viajes, la reflexión política y la memoria personal en lo que es una descripción compleja y honesta de su patria chica, en realidad una patria grande. Comienza por advertirnos de la magnitud del territorio, mayor que cualquier Estado-nación de Europa con excepción de Rusia; su economía le situaría, si fuera independiente, en el décimo lugar del mundo, por encima de España; y su población llegará en los próximos 20 o 30 años a los 50 millones de habitantes. Pero enseguida se aplica el autor a la deconstrucción del mito del Estado de la estrella solitaria. Lo que nos obliga a preguntarnos si las corrientes contradictorias que se cruzan sobre su áspero suelo acabarán por convertirlo en un referente del progreso futuro o en el principal motor de una América en versión Trump.

De la multitud de anécdotas y relatos que pueblan el texto no me resisto a espigar la historia de Mary Lou Bruner, maestra jubilada, que optó a ocupar una vacante del Consejo de Educación del Estado. Durante su campaña “publicó en Facebook que Obama había sido chapero cuando rondaba los 20 años”, con lo que podía financiarse las drogas. Dijo también que el calentamiento global era un estúpido bulo, “que las matanzas de las escuelas las provocaban estudiantes a los que se enseñaba la evolución de las especies y que los dinosaurios desaparecieron porque los que iban en el arca de Noé eran demasiado jóvenes para reproducirse”. Bruner perdió la elección en la segunda vuelta, pero su integrismo casi fantasmal es ejemplo de la pervivencia de la América profunda que dio el triunfo al actual presidente de EE UU. Un sentimiento no tan excepcional y atávico como puede suponerse.

La esclavitud, el racismo y el petróleo marcaron la historia de Texas desde que Sam Houston arrebatara su soberanía a México, años después de que España abandonara el virreinato de la Nueva España. Wright hace una apasionada y brillante descripción del suceso épico más conocido de aquella historia: El Álamo. Gracias a Hollywood es un referente universal del heroísmo, pero también una seña de identidad de los tejanos que ha perdurado a lo largo de casi dos siglos. La película de John Wayne disimuló el principal y casi único motivo de la rebelión de los colonos americanos contra el Gobierno de México: su negativa a abolir la esclavitud como ordenaban las leyes promulgadas por la nueva República. La obra que comentamos es explícita al respecto y señala hasta qué punto hubo una especie de esclavitud larvada hasta la promulgación de la Ley de Derechos Civiles por Lyndon B. Johnson, primero de los presidentes tejanos de EE UU. El autor le dedica un capítulo en compañía de los otros dos: George Bush padre e hijo. Y aunque no deja de caricaturizar a los personajes, se muestra en gran medida condescendiente con ellos. L. B. J. gustaba de presumir públicamente del tamaño de su pene, era zafio y mal hablado y despachaba con sus asesores mientras cagaba, según se ve en la película sobre él dirigida por Rob Reiner. Bush hijo apenas dominaba las reglas de la gramática. Pero Johnson fue capaz de aprobar las leyes progresistas ideadas por J. F. Kennedy y, salvo el desastre de la invasión de Irak, el segundo Bush no sale tan mal parado del relato.

Mucho peor resulta el tratamiento de otros gobernadores del Estado, en una narración casi exhaustiva, no del todo interesante para lectores extranjeros, no familiarizados con la política interna tejana. De su análisis se desprende, no obstante, que las habituales críticas a la baja calidad de nuestros dirigentes políticos apenas tienen fundamento si se la compara con la de los que han hecho grande a los Estados Unidos de América. La única diferencia apreciable es que estos tenían una concepción del poder mucho más sólida que nuestros jóvenes principiantes y también menos resortes morales a la hora de ejercerlo. Aunque no lo hubieran leído —y de hecho muchos no lo hicieron—, supieron seguir casi al pie de la letra las recomendaciones de Maquiavelo.

Al lector español le consolará la abundante presencia de símbolos y proclamas secesionistas

Leyendo el libro llega uno a la conclusión de que Texas padece una especie de psicopatía política bipolar. Ciudades como Austin y Houston, la propia Dallas, se muestran como poderosas metrópolis cosmopolitas y progresivamente liberales, capaces sin embargo de convivir aún con los resabios xenófobos, machistas y un tanto brutales del estereotipo vaquero. Al lector español le consolará también la abundante presencia de símbolos y proclamas secesionistas, pese a que no llega a una cuarta parte la población que anhela la separación de EE UU, algo no solo improbable sino mucho más difícil de lo que sueñan sus partidarios. También resalta la competencia apenas larvada con el otro gran Estado de herencia hispana, California, la quinta potencia económica mundial, y en el que la población y la cultura latinas ocupan cada vez más relevancia. La pregunta que es lícito hacerse es si las tendencias del republicanismo más retrógrado, presentes en la sociedad tejana, anuncian el discurrir futuro de EE UU o si la creciente inmigración y el impulso cultural y económico de sus grandes ciudades impedirán el avance del trumpismo.

En el vestíbulo del inmenso edificio de la Asamblea tejana, un gran mosaico presidido por la estrella solitaria reproduce los emblemas de los países a los que perteneció el territorio. España está representada por el escudo de Castilla y León. Aunque perteneciente a la antigua Corona castellana, ni los colonizadores, capitaneados por Cabeza de Vaca, ni posteriormente el México de la independencia se ocuparon mucho de aquella inmensa región, cuyas tribus indígenas, apaches y comanches, opusieron siempre feroz resistencia al invasor. Pero la huella hispánica permanece viva y está siendo recuperada de muchas formas. El Harry Ransom Center de la Universidad de Austin compró hace cinco años el legado de nuestro Gabriel García Márquez. En sus archivos, entre 40 millones de documentos, junto a una de las biblias de Gutenberg y manuscritos de Beckett, Hemingway o Coetzee, puede encontrarse también el soneto que Borges, visitante ocasional de la ciudad y ya casi ciego, garrapateó con esfuerzo en homenaje a Texas: “Aquí también. Aquí, como en el otro / confín del continente, el infinito / campo en que muere solitario el grito; / aquí también el indio, el lazo, el potro. / Aquí también el pájaro secreto / que sobre los fragores de la historia / canta para una tarde y su memoria; / aquí también el místico alfabeto / de los astros, que hoy dictan a mi cálamo / nombres que el incesante laberinto / de los días no arrastra: San Jacinto / y esas otras Termópilas, el Álamo. / Aquí también esa desconocida / y ansiosa y breve cosa que es la vida”.

Sobre la vida en Texas, su turbulenta y proteica contribución al futuro de América, versa este memorable libro.

Dios salve a Texas. Viaje al futuro de Estados Unidos. Lawrence Wright. Traducción de Miguel Marqués Muñoz. Debate, 2019. 352 páginas. 23,90 euros.

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