Campanella homenajea el humor negro de Lubitsch
El director argentino estrena la comedia ‘El cuento de las comadrejas’
¿Qué ha ocurrido para que los espectadores olviden a algunos de los grandes referentes del cine? Juan José Campanella se pregunta esto en El cuento de las comadrejas, su nueva comedia, que se estrena en España el próximo viernes y que describe la vida en una mansión de una vieja estrella ganadora del Oscar, su marido —un actor de segunda—, el director de sus películas y su guionista. El cuarteto languidece hasta que en la casa aparece una joven pareja amante del cine, pero que esconde ulteriores e inmobiliarias intenciones. Actriz de pasado glorioso, escalera de mansión, joven pretendiente... “Creo que el guiño a El crepúsculo de los dioses, de Billy Wilder, nace de la película original, Los muchachos de antes no usaban arsénico [de 1976, con Narciso Ibáñez Menta]... pero si usamos esas referencias renuncio a atraer a la gente joven”, comenta entre risas el director de El hijo de la novia y de El secreto de sus ojos, que ayer promocionaba el filme en Madrid. “La original era como un filme de la [productora británica] Ealing, y esta es como si la Ealing hubiera contratado a Ernst Lubitsch y le hubiera dado absoluta libertad. Tiene un lado de ternura y amor que en la primera no existía”.
El bonaerense, de 59 años, lleva con el guion desde 1997, sin decaer porque quería homenajear a sus mayores. “Siempre me gustó que la película escondiera un juego de cine, porque el cuarteto protagonista de El cuento de las comadrejas va explicando al público a su vez cómo se hace una película, y yo quería añadirle vueltas de tuerca, diálogos rápidos y que acabara con una celebración de un cine que ya no se hace”. Campanella es un profundo conocedor de la obra de Frank Capra, y algo de él hay en esta comedia: “Bueno, no sé si le hubiera gustado mi final...”.
Durante décadas, Campanella ha repetido como un mantra que en el cine no hay felicidad, “sino alivio”. Y en su octavo largometraje la frase sobrevuela los recuerdos de los protagonistas. “Tantas cosas pueden salir mal, en cada paso haciendo una película, que cuando en cambio llegas a buen puerto solo encuentras un poso de alivio”, confirma entre risas. “Aquí he estado tranquilo, gracias sobre todo al reparto”. Junto a tres estrellas como Graciela Borges, Luis Brandoni y Óscar Martínez, Campanella suma a Marcos Mundstock, la voz profunda de Les Luthiers. “Ha hecho poco cine, pero posee una presencia y un timbre... Es mi ídolo argentino más grande. Yo necesitaba cuatro glorias que tuvieran incorporada grandeza; están bárbaros”.
Jóvenes contra viejos, modernidad contra clasicismo... “No son los temas de la película, aunque las parejas sí me sirven para armar, en su contraste, el conflicto”, explica el director, de negro, tomando un café tras otro en un sofá de la Academia del Cine. “El tema tiene que ver más con cómo ves la vida. A unos todo les vale para ganar, a otros todo les vale para pasarlo bien. En resumen, el pragmatismo contra el romanticismo. Y yo me siento en el lado de los que lo pasan bien. Paradójicamente, de todas mis películas, que contaban con personajes más jóvenes, esta es la que más le gusta a los jóvenes, que acaban aplaudiendo a rabiar, tal vez porque contiene más carga transgresora, se identifican más con el cuarteto protagonista, muy políticamente incorrecto”. ¿En estos tiempos, Campanella tiene miedo de ser castigado por esa incorrección? “Hay cosas que antes no molestaban y ahora empiezan a molestar. Sigo pensando que nos deberíamos reír de todo, que hay maneras de bromear de cualquier cosa; sin embargo las sensibilidades han cambiado”.
El cine para adultos inteligentes de Lubitsch, de Wilder, de Capra, ese tono que busca Campanella, cada vez se ve menos en las pantallas. “Y duele. El cine de diálogo ingenioso desapareció cuando la taquilla extranjera empezó a sumar más que la estadounidense. Hollywood cree que esos diálogos no viajan bien. En fin, si se cierra esa salida, siempre me queda el teatro [está construyendo una sala, el Politeama, para 700 personas, en su ciudad]”.
Las comadrejas entran los gallineros buscando alimento. O como se escucha en pantalla: “Un bichito se come a otro bichito, que se come a otro bichito...”. Campanella ríe: “Uno querría que la vida no fuera así, pero la historia lo confirma. Si observas a un individuo, hay bondad. Si te alejas para coger perspectiva, alguien devora a alguien”.
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