El último gol de Campanella
Los dibujos son una cancha en la que jamás había puesto un pie el director argentino. Con ‘Futbolín’, Juan José Campanella aspira a seguir la estela de sus éxitos pasados.
Esta es la historia de lo que pudo ser un fracaso; del esfuerzo ímprobo de un cineasta por acomodarse a las reglas de un formato en el que nunca había trabajado, la animación; de cómo el tiempo se alarga para desesperación de un creador, y para desesperación de un equipo con el creador que lo dirige. No es una historia épica, eso se queda para la pantalla, y sí tiene un final feliz: hay película –Futbolín para España, Metegol para Argentina–, hay más de dos millones de entradas vendidas y la inauguración de un festival como el de San Sebastián, y hay estreno en España, el 20 de diciembre. Y hay un director, Juan José Campanella, ganador del Oscar con El secreto de sus ojos, que vio la luz al final del túnel y ha alcanzado su salida, aunque el camino se le ha hecho largo, largo.
Gastón Gorali fue el urdidor. Animador, director creativo del estudio Catmandú, Gorali es quien un día lee un cuento del escritor Roberto Fontanarrosa de no más de cinco páginas, Memorias de un ‘wing’ derecho, y piensa, primero, que ahí está el germen de una película de animación en la que cobren vida los muñecos de un futbolín, y segundo, que esto lo saca adelante alguien como Campanella. Sí o sí. “Yo estaba haciendo una serie de animación”, recuerda Gorali. “Y me planteaba hacer otra serie basada en cuentos de fútbol, que aquí es todo un género. Acabé la serie, y en la cabeza me seguía rodando ese cuento de Fontanarrosa. Contacté con Campanella, que estaba en Estados Unidos, y quedamos en vernos en Buenos Aires… seis meses más tarde. Estamos hablando de hace cinco años. Pensaba en él como guionista –soy fanático de su humor, de su forma de narrar y de estructurar las historias– y que a él no le interesaría nada más. Almorzamos juntos, le conté durante 15 minutos la película y por qué había algo interesante. Callé, me miró y me dijo: ‘Me voy al baño’. Me quedé puf… Y después descubrí que es algo que hace asiduamente [carcajadas]. Allí hace pausas para poderse inspirar. Entonces pensé que iba a decirme que me iba a rechazar. Pero volvió y me propuso no solo escribirla, sino también dirigirla”.
“Propuse a Campanella que hiciera el guion y me contestó que quería también dirigirla”
Desde el principio, Gorali entendió que debían sumar fuerzas españolas, como ya había hecho Campanella con la serie de televisión Vientos de agua. Con el cineasta entró JEMPSA, la productora de Jorge Estrada, el financiero que respalda los últimos trabajos de Campanella, y Telefé. Por España, Atresmedia y Plural, el área de producción audiovisual del Grupo PRISA, editor de este diario. Entre ambos mundos, Telefónica Estudios. Gorali, Campanella y Eduardo Sacheri, el autor de la novela en la que se basa El secreto de tus ojos, empezaron a perfilar los personajes. “En su núcleo está uno de los enfrentamientos clásicos en las artes: el de David contra Goliat. Fontanarrosa le había sacado partido de manera muy especial en este juego de diferencias, no contaba hasta la página tres que su protagonista era un jugador de futbolín. Me atrapó”, recuerda el ganador del Oscar. Y así nacen las aventuras de Amadeo, un chico tímido, que debe enfrentarse en un campo de fútbol al Crack, una estrella mediática del deporte rey. Para ello pide la ayuda de un equipo de futbolín, su equipo, que intenta reunirse tras ser desmantelado, un equipo que lidera Capi, su extremo derecho. Ellos también quieren vengarse del Crack y defender su pequeño pueblo de los cambios inmobiliarios que plantea la estrella.
Madrid, primavera de 2012. Campanella viaja a la capital de España para visitar la otra pata de la animación, el estudio que comanda Sergio Pablos, uno de los grandes en este mundo: creador en El jorobado de Notre Dame, Hércules o Tarzán [trabajos de su época en Disney]; diseñador de personajes en Río… Más aún, de una idea original suya nace Gru, mi villano favorito. En su estudio madrileño, The SPA Studios, está la mitad del corazón de Futbolín. “Me gusta trabajar con gente con personalidad, con ideas, que me discuta. Juan tiene las cosas claras, y con cada charla yo también aprendo. Lo importante es que la animación ha abandonado aquel esquema de comedia para niños, que hoy sirve para narrar cualquier tipo de historia. Curiosamente, a algunos les parece mal, y se enfadan cuando ven un filme animado y resulta que no es para niños”. Pablos entiende la frustración que a veces recorre el cuerpo de Campanella, desde que empezó la producción de Futbolín / Metegol en noviembre de 2009. “Ha sabido adaptarse a grandes cambios. Por ejemplo, en sus anteriores rodajes con actores reales solo necesitaba transmitir sus decisiones a una persona. Ahora tiene que comunicárselas a 30 profesionales. Me consta que está luchando por no desesperarse [risas]”.
A Pablos lo fichó para este largo viaje Gorali: “Cuando volví de Estados Unidos –llevo ya diez años con la empresa–, vi que en España estaba todo por hacer en este mundo mundo. Me puse a currar. Y así llegan guiones y posibilidades como Futbolín. Gastón conocía mi pasado. Sabía que resolveríamos todas las dudas y sugerencias de Juan, del estilo: ‘¿Puedes hacer que aquí este personaje respire?’. Claro que se puede, y para eso estamos. También le ayudamos a que no caiga en trampas narrativas y técnicas en las que Juan puede perderse por proceder de la dirección de actores de carne y hueso. Ese es mi mayor valor en la producción, el de dar una opinión ilustrada y de paso realizar parte del metraje”. En esta visita, Campanella se las promete felices: su mente se prepara para una cena en un asador, de los de cochinillo y lechazo. Su cuerpo, en cambio, lo deja en fuera de juego y un virus intestinal lo manda para el hotel, tras aclarar su pasión por un deporte llamado fútbol, no por un espectáculo también bautizado como fútbol. “Me gusta la épica del balompié. Mucho. Pero justo por eso no me interesa el profesional, solo el de potrero [el jugado por amigos en un terreno baldío, sin césped, el fútbol de aficionados]”. Y en cuanto a la lucha con la técnica, el argentino asegura: “Es un duro aprendizaje. Uno tiene que romper con muchos esquemas muy interiorizados. Como, por ejemplo, que no puedes hacer grandes cambios en montaje porque en dibujos todo va previamente muy decidido. La animación tiene otros ritmos, he debido aprender todo un léxico nuevo”.
Cannes 2012. Una pieza de Futbolín de tres minutos, sin voces, solo con animación y música, y obviamente el nombre de Campanella, logra que el proyecto sea uno de los más comentados en el mercado de cine más importante del mundo, el que se celebra en el sótano del Palacio de Festivales mientras en los pisos superiores se desarrollan las proyecciones y los oropeles del certamen. Las preventas a Rusia, China, Turquía, Oriente Próximo y toda Latinoamérica y el resultado de lo animado hasta ese momento empujan a Campanella a plantearse la segunda parte. En Cannes, el que disfruta del bullicio es el productor ejecutivo del filme, Gustavo Ferrada, la bisagra entre las dos patas, la española y la argentina. Ferrada se ha pasado años en un larguísimo puente aéreo Madrid-Buenos Aires para controlar que el esfuerzo, nacido de un presupuesto de 15 millones de euros, cuajaba en la pantalla.
“Me gusta mucho la épica del balompié. Pero justo por eso no me interesa el profesional”
Buenos Aires, febrero de 2013. Final de las vacaciones estivales en el continente sur. Campanella vuelve al estudio Catmandú. Ya queda poco para rematar la película en un proceso que se ha alargado un año más de lo habitual. Por eso, en el pequeño edificio al norte del barrio bonaerense de Belgrano ya solo hay unas 70 personas, animadores y técnicos procedentes principalmente de Argentina y España, pero también artistas de Francia, Brasil, Estados Unidos… En una pared en una escalera hay camisetas de las selecciones de fútbol de los países de los trabajadores. El edificio parece a punto de reventar por las costuras: según fueron necesitando espacio –en un momento hubo hasta 300 animadores– se techaron terrazas, se tabicaron pasillos. El jefe de todo ello, Gastón Gorali, pasea entre ellos junto a Diego Rosner, director de producción, y saludan a Campanella, que entra en su despacho, también sala de reuniones. Una mesa rectangular enorme de batalla, y en una pared lateral, fotos de Al Pacino en El precio del poder, Sofia Loren, Humphrey Bogart en El sueño eterno, otras de Marlon Brando, Audrey Hepburn… Delante del altarcillo cinematográfico, una barra y un mueble bar. La puerta se comunica con la sala de animación, donde 50 personas –allí han llegado a juntarse 150 animadores– rematan las últimas tomas. Otros departamentos, como el de luz o el de estereoscopía –las tres dimensiones–, todavía bullen. Campanella bebe en una taza que posee desde hace 20 años, con un cuadro de Hopper, y ahonda en un mandamiento que han mantenido hasta el final: no imitar a futbolistas conocidos y, por tanto, que no aparecieran voces de estrellas del deporte. “Los jugadores no se han creado a imagen y semejanza de astros del fútbol mundial, pero responden a arquetipos que se repiten en cada generación, como el filósofo o el egocéntrico”. Algunos de los animadores cuentan cómo el director quería tocar cosas que ya no tenían arreglo, y que de ahí surgían las frustraciones: no pueden repetirse tomas.
Campanella ha adelgazado y se ha musculado, tiene una entrenadora personal, y el codo le duele: “Mi cansancio actual viene no solo de Metegol, sino de que he estado también con un programa de televisión –ahí engordé 15 kilos–, de un hijo de cinco años, de que estoy preparando una obra de teatro. Es un sumatorio. No volveré pronto a dirigir un filme de animación, aunque seguiré en este estudio, ayudándoles, escribiendo. Sí creo que al entrar los ordenadores en esta especialidad el mundo se abrió a gente como yo, que además poseía una pequeña empresa de posproducción”. E insiste en que no habla de fútbol, sino que está pensada como aventuras para toda la familia. “Es una película tan mía como el resto de mi filmografía”.
San Sebastián, septiembre de 2013. Por primera vez, el Festival de Cine de Donostia inaugura sus proyecciones con una película de animación. “En el cine con actores de carne y hueso, yo podría hacer, mal que bien, los trabajos de mis compañeros como la fotografía o el sonido. En este terreno no, porque dependo mucho de la opinión de los artistas técnicos. Hemos tenido que decidir todo. Los ojos de Ricardo Darín son los suyos y vienen con él, pero la discusión para decidir el color de los del capitán del futbolín duró horas y horas, sobre si ponerle azul verdoso o verde azulado”. Argentina ha respondido: desde su estreno ya han vendido más de dos millones de entradas, aunque ha tenido críticas desiguales. “Sigo pensando en cambios. El título… Es el mejor que se nos ocurrió, pero seguro que hay otro superior. Esta película es tan de fútbol como Casablanca de guerra”. El director se sienta en una suite del hotel María Cristina: “He acabado muy satisfecho, pero más exhausto. Veo un ordenador y lloro… Claro, durante año y medio te encargas de la creatividad, y hay otro año y medio de programación, y ahí estás atado de pies y manos. Ahora estoy con un guion con actores de carne y hueso, que tengo bastante avanzado, y después, quién sabe. Aunque a mí como guionista me surgen más historias comunes y no con un lado extraordinario, tengo una idea de fantasía que podía ser mi próxima película de animación… Sí, como director”.
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