Julian Lage: el jazzista magnético
El guitarrista ofrece en Getxo un concierto extraordinario en el que atrapa al espectador en un torbellino de energía y emociones
Era el tema recurrente en la segunda jornada del 43 Festival Internacional de Jazz de Getxo, y es natural pensar que seguirá siéndolo durante un tiempo: el cambio del principal escenario del festival es el auténtico protagonista en la edición de este año, con el debido respeto a todos los músicos que actúan en ella. Un cambio radical, no por la localización (el nuevo espacio queda a un minuto andando del antiguo), sino porque el concepto es completamente diferente: de una plaza cubierta por una carpa en la mejor tradición veraniega, con sillas de plástico y gente entrando y saliendo a placer en busca de cerveza, bocadillos o lo que se tercie, pasamos a la solemnidad de un auditorio oscuro, con butacas y un escenario de primera. El recién estrenado Muxikebarri, un edificio que alberga tres salas de diferente aforo y numerosas posibilidades, será a partir de ahora el marco del festival, y aunque es difícil no echar de menos el encanto popular de la vieja plaza, con todos sus (numerosos) defectos, está claro que los asiduos a Getxo Jazz se habrán olvidado de ella antes de lo que parece.
Las bonanzas del nuevo recinto quedaron más que demostradas en el concierto del guitarrista Julian Lage, un auténtico compendio de excelencia jazzística contemporánea. Decir que Lage es el mejor guitarrista del mundo puede ser toda una osadía, pero escuchándolo en directo resulta complicado no levantarse de la butaca y afirmarlo con rotundidad. En cuanto el joven norteamericano pone las manos sobre su guitarra, uno se ve irremediablemente atrapado por un torbellino de energía y emociones que muy pocos jazzistas saben generar en directo hoy en día. Así se vivió en Getxo desde el inicio del concierto, marcado por la sobrecogedora versión que Lage hace del Love Hurts que da título a su último álbum. El tema, escrito por Boudleaux Bryant y grabado por los Everly Brothers en 1960 (aunque fue Roy Orbison quien primero lo llevó a las listas de éxitos poco después), se convierte en manos del guitarrista en una pieza llena de sensibilidad, dinámica y personalidad, tres de las características que mejor definen la propuesta global de Lage. Esto no es solo cosa suya: tan impresionante como la riqueza de su lenguaje —con frases que van de lo sinuoso a lo abrupto, de lo más jazzístico a una retorcida cita de sus influencias del blues y el country—, es la mágica forma de comunicarse que tiene el trío, especialmente en la relación musical entre Lage y el baterista Kenny Wollesen. Este, uno de los grandes nombres de la escena neoyorquina desde primeros de los noventa, acompaña a Lage desde hace años, y muestra una conexión fuera de lo normal con el guitarrista. Junto al contrabajista peruano Jorge Roeder, conforman un trío que no tiene igual en la escena actual, no tanto por su pasmosa habilidad para construir y desarrollar piezas, o por la genuina sensación de gozo personal que transmiten tocando juntos, sino porque lo mismo da que toquen a Ornette Coleman, a Keith Jarrett o un original del guitarrista: todo suena compacto y personal, como si no hubiese otro grupo sobre la tierra que pudiese tocar eso o, al menos, que pudiese tocarlo de esa forma, ni pasándoselo tan bien sobre el escenario.
Por esto, tal vez, Lage se antoja el mejor guitarrista del mundo, y quizá lo sea, porque su directo es tan magnético que, en esos 90 minutos de música soberbia, uno se olvida de todos los demás: nadie toca con semejante mezcla de clase, capacidad y elocuencia hoy por hoy. Para cuando se despidió del público getxotarra con su escalofriante versión del clásico Crying de su adorado Roy Orbison, también incluida en su último álbum, Lage y los suyos habían convencido a los presentes: si no es el mejor guitarrista del mundo, desde luego lo parece.
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