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Los directores de ‘El caso Alcàsser’: “Allí vimos que el mal está entre nosotros”

En la serie documental de Netflix, Ramón Campos y Elías León Siminiani abren la caja de los truenos de la televisión española

Miguel Ricart, en una foto de archivo. En vídeo, tráiler de la serie documental de Netflix.
Tom C. Avendaño

En El caso Alcàsser, la serie documental que Netflix estrenó el viernes, los directores Ramón Campos y Elías León Siminani vuelven a las tres historias más estudiadas de la criminología española: el asesinato, en 1992, de Miriam García, Toñi Gómez y Desirée Hernández, tres jóvenes de Valencia; la obsesión nacional por la investigación y cómo nuestra entonces joven televisión privada engordó jaleando las peores pasiones del proceso. Para ellos no cabe duda de que reabrir esta caja de los truenos de la memoria española era, hoy, esencial

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P. ¿Qué historia quedaba por contar de Alcàsser?

Elías León Siminani: Nuestro trabajo es una crónica, desde noviembre de 1992 cuando desaparecen las niñas, hasta básicamente hoy. La sentencia del juicio se emitió en 1997 pero su herencia social llega a nuestros días.

Ramón Campos: Arrojar luz puede curar heridas y las del caso son hondas. Los medios entraron sin pensar lo que estaban haciendo en aquel pueblo y llegaron a lo más profundo. En Valencia, las sociedades musicales son muy importantes, el corazón del pueblo. La de Alcàsser está al lado del ayuntamiento. Pues el fatídico programa de Nieves Herrero, en el que se entrevistaba a las familias mientras se hacían las autopsias, se hizo allí. Para mí es una metáfora de lo profundo que se entró y lo hondas que están las heridas.

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P. ¿Por qué seguimos atraídos por una historia tan contada?

R. C.: Ocurrió en 1992: España estaba en apogeo, los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Expo, aún no había crisis, el PSOE aún no se había desplomado. Entonces desaparecen tres niñas y esa burbuja explota, llega una bofetada de realidad y de repente vemos que el mal está entre nosotros. Fue un homicidio triple, de una violencia espantosa, y las televisiones privadas que acababan de nacer demostraron hasta qué punto iban a luchar por la audiencia.

E. L. S.: Es un muestrario de cosas para entender la sociedad en la que vivimos hoy.

R. C.: Y luego la fuga de Antonio Anglés, el principal sospechoso. Si en un crimen no está el protagonista, el interés se multiplica.

P. Una de las principales tramas de la serie es el descenso a los infiernos de Fernando García, el padre de una de las víctimas, que cae en una espiral de negar la investigación oficial y volver y volver al caso en programas de prime time con teorías cada vez más estrafalarias. ¿Cómo se lo encontraron hoy?

R. C: Ha rehecho su vida. Tiene una hija de la edad de Miriam. En el primer capítulo, un psicólogo ya alerta: “Cuando a una víctima la haces sentir protagonista por ser víctima, le provocas algo que es peligroso. Va a querer seguir siendo víctima”. Es jodido que los medios desaparezcan de tu lado, te sientes huérfano.

P. El descenso empieza cuando conoce al criminólogo Juan Ignacio Blanco, un personaje tirando a turbio.

E. L. S: Para mí el caso tiene dos tiempos. El primero son los 75 días entre noviembre de 1992 y enero de 1993, entre la desaparición de las niñas y el hallazgo de los cuerpos, que tiene su clímax con los programas especiales que se emitieron aquella noche. Y luego está 1997. España es otro país, en otro momento político, socioeconómico y televisivo. Blanco aparece en ese segundo acto. Fernando García está recogiendo firmas por toda España para cambiar la ley y que asesinos y violadores cumplan sus penas. Entonces llega Blanco y le ofrece volver al foco de los medios.

P. ¿Cómo está Blanco hoy?

R. C: Alcàsser ha supuesto una carga de por vida para todos los implicados. Blanco está denostado, apartado del mundo del periodismo. Ha pagado por lo que hizo.

P. La gran exclusiva del programa es el vídeo del juicio. ¿Estaba escondido?

E. L. S.: Jesús Carrascosa, director de lo que era entonces Canal 9, pensó que si en Estados Unidos el juicio de O. J. Simpson se televisó por su alto interés social, este caso, con la cantidad de teorías conspiratorias que había provocado, debería ser el primer juicio filmado de nuestra historia. No logró que se retransmitiese, pero sí que se filmase y se archivase en Canal 9 para que lo consultaran estudiantes de periodismo y en los juzgados los estudiantes de Derecho.

R. C: Nadie sabía exactamente dónde estaba. Teníamos que haber entregado el documental el año pasado, pero entonces, tras un año de negociaciones, apareció. 700 cintas betacams, 400 horas de metraje.

P. En la serie presentan muchas ideas que luego resultan ser teorías conspiratorias.

R. C.: Eso fue lo que ocurrió en España. Desaparecieron las niñas, se investigó el crimen, nacieron las teorías y se retransmitieron en el prime time de Esta noche cruzamos el Missisissippi.

P. ¿Ahora sería distinto?

R. C: Hemos ganado en transparencia. Cuando Alcàsser, la Guardia Civil no tenía ni gabinete de prensa, no entendía que le hiciera falta, lo cual fue pasto para que se montasen teorías alternativas en otros medios. Compara esa situación con la de Diana Quer, donde los agentes dieron una rueda de prensa desglosando el caso minuciosamente, para que nadie pudiera ponerlo en duda.

P. ¿Y los medios qué hemos aprendido desde entonces?

R. C: Yo sigo viendo imágenes como las que se vieron entonces y que te revolvían el estómago.

E. L. S: La demanda para crear contenidos, para sobrevivir al yugo de la inmediatez informativa, sigue hoy igual.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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