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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La locura le sienta tan bien

A la Madonna de 'Madame X' no le sobran elementos ni ideas, por muy descabelladas que muchas de ellas sean

Xavi Sancho
Actuación de Madonna el pasado 1 de mayo en Las Vegas.
Actuación de Madonna el pasado 1 de mayo en Las Vegas.Mario Anzuoni (REUTERS)

En diferentes fases de su carrera, Madonna se ha dedicado a hacer lo que le decían, a hacer lo que le apetecía, a hacer caso a cualquiera que pasara por ahí, a no hacer caso a nadie, a enseñar a los que no sabían y a creer estar enseñando algo a quienes sabían más que ella. Ha hecho historia y ha hecho el ridículo. Todo, eso hay que otorgárselo, siempre con un empeño olímpico. Hay más relato en cada uno de sus discos que en la carrera completa de muchos cantautores o celebrados contadores de historias.

Esta vez, la de Detroit se ha dedicado a algo que resulta bastante contracultural en su devenir musical, un camión que en los últimos años bajaba ligero, descargado de expectativas, a toda velocidad rumbo a un ocaso que se adivinaba tan doloroso como predecible. En un giro inesperado de guion, su álbum número 14 es una chifladura maravillosa sin ninguna línea argumental reconocible. Casi nada de lo que hay aquí debería funcionar y casi todo lo hace. En vez de pillar una idea, como tantas veces hiciera en el pasado, ya fuera para reivindicarse, rejuvenecerse, politizarse o apropiarse de la penúltima moda, en Madame X, la autora de Like a prayer se dedica a decir que sí a cualquier cosa que pasa por su cabeza, por la calle, por el mundo, por Instagram, por Lisboa, por Cabo Verde, por Jamaica, por Colombia, por Detroit...

En Dark ballet se le va la pinza de forma absolutamente fabulosa. Es su Bohemian Rhapsody. Una balada que podría recordar a los momentos clase de yoga de Ray of Light, pero que, de golpe, introduce un solo de piano con fragmentos del Cascanueces de Chaikovski que parece tocado por un James Rhodes hasta arriba de croquetas. Luego vuelve, luego se va, luego se acaba. Más que una canción es un accidente de tráfico, pero uno de esos con los que vivían fascinados y empalmados los personajes de Crash de JG Ballard. Algo parecido sucede en God control, un tema de supuesta protesta política en la que ella y Mirwais, el tipo que la ayudó a facturar Music, pensaron que era buena idea mezclar más piano, coros búlgaros, ritmos disco, rap de fiesta de final de curso, guiños a Frozen, doble de queso, piña.... Tras seis escuchas, servidor aún no es capaz de saber si le gusta o no. Lo contrario sucede con los dos cortes siguientes. En Future, junto a Quavo, de Migos, se marca un tema dancehall que es una barbaridad. Sencillo y directo suena un poco a Rihanna cableada y lleva la huella del mejor Diplo, el que entra en el estudio con la bragueta subida. En Batuka se hace acompañar de la Orquestra de Batukadeiras, un colectivo afroportugués que otorga un ritmo marcial a una cosa que podría ser una mezcla entre Gwen Stefani y Carlinhos Brown y que termina en algo, de nuevo, fresco y rico. Pero si existe un corte de este Madame X que realmente desafía todas las leyes de la razón —y a estas alturas ya llevamos un puñado que podrían luchar por ese trono de acero— ese es Killers who are partying. Si ahora mismo llegara alguien a contarle que Madonna ha hecho un fado con toques de trip hop en el que denuncia todos los males que le han sucedido a la humanidad desde la II Guerra Mundial cantado en inglés y portugués, es muy probable que prefiriera arrancarse las orejas antes que escucharlo. Pues Killers…, a pesar de lo ridículo de su letra, es una de las cimas musicales de la Madonna de los últimos 25 años. En serio. ¡En serio!

Pero no todo son flores en este jardín en el que se ha metido la Ciccione. En I rise se le va con el autotune y cita a Jean Paul Sartre; justo estaba el límite. Extreme occident es un fraude a sí misma. Lo mismo sucede con I don’t search I find, donde se da un homenaje a su yo de los noventa y, claro, rodeada de tanto tema cargado de contenido, suena anémico. Porque Madonna en este disco es también Ariana Grande sin gorgoritos (Crave), la Diana Ross del sur de Londres en (Crazy) o la última sensación de baile funk (Faz gostoso, junto a la brasileña Anitta).

Hay pocos álbumes que contengan tantas canciones con una historia, tantos temas sobre los que haya algo que decir y algo que pensar como este Madame X. Tal vez le sobran minutos, pero no le sobran elementos, ni ideas, por muy descabelladas que muchas sean. Si se le perdonan los momentos en que su autora cree que ver la CNN desde su sofá de su mansión lisboeta ya la valida para tener una opinión sobre el mundo —su discurso es algo así como si las ideas de Noam Chomsky contadas por Steve Bannon—, el largo es tremendamente satisfactorio.

Madonna ha sido la vecina sexy, la prima confidente, la amiga lista, la amiga guapa, la líder de la banda, el icono de varias épocas, una promesa, un recuerdo… Ahora parece que ha optado por ser algo así como la loca de los gatos. En el sentido más aspiracional del termino, obviamente.

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Sobre la firma

Xavi Sancho
Forma parte del equipo de El País Semanal. Antes fue redactor jefe de Icon. Cursó Ciencias de la Información en la Universitat Autónoma de Barcelona.

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