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Crítica | The Song of Sway Lake
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Melodías pizarras

Su director no parece haber reparado en cómo se cuela por las fisuras de su relato una mirada tremendamente clasista

Rory Culkin (izquierda), y Robert Sheehan, en 'The Song of Sway Lake'
Rory Culkin (izquierda), y Robert Sheehan, en 'The Song of Sway Lake'

Una canción, ya sea encerrada en los surcos de un vinilo o en la memoria evanescente, es una forma de detener el tiempo, dice Hal Sway, la voz -en todo momento desencarnada- del patriarca de la familia cuyas ruinas protagonizan esta película en su absorbente y seductor prólogo. También una película es una cápsula del tiempo, como testimonia la propia existencia de este segundo largometraje de Ari Gold que, presentado en el circuito de festivales en 2017, contiene la última interpretación de Elizabeth Peña, fallecida en 2014 a la temprana edad de 55 años. Otra muerte precoz es la que activa la acción de la película: la del coleccionista Timmy Sway, hijo de héroe de guerra y padre de otro inadaptado existencial, Ollie, al que transmitió toda su memoria sentimental y heredó su misma estrategia de construirse una trinchera de discos de pizarra y vinilo para protegerse de las inclemencias y ordinarieces del presente.

THE SONG OF SWAY LAKE

Dirección: Ari Gold.

Intérpretes: Rory Culkin, Robert Sheehan, Mary Beth Peil, Elizabeth Peña.

Género: drama. Estados Unidos, 2017.

Duración: 100 minutos.

Oveja negra de una familia mítica en busca de su particular Santo Grial -el disco nunca escuchado de la canción que unió a sus abuelos-, Ollie tiene a su contrapunto y cómplice en la figura de su amigo Nikolai, ruso vagabundo con ansias de pertenecer a un clan que no es el suyo. The Song of Sway Lake parece a ratos Los Tenenbaums (2001) de Wes Anderson versioneada por un discípulo desaliñado de David Lowery. Su director no parece haber reparado en cómo se cuela por las fisuras de su relato una mirada tremendamente clasista -al desclasado Ollie le irrita sobremanera descubrir las aspiraciones de su amigo- y un tratamiento de la nostalgia que acaba resultando mucho más reaccionario que puramente estético o sentimental. Con todo, se trata de un trabajo inusual y no exento de complejidad, aunque tampoco de una marcada e inconsistente afectación indie.

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