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Feria del libro | El paseante distraído
Crónica
Texto informativo con interpretación

Agricultores y ganaderos en el Retiro

Solo los hinchas británicos se perdieron este fin de semana la Feria del Libro de Madrid pese a los elementos

Guillermo Altares
La Feria del Libro de Madrid, este fin de semana.
La Feria del Libro de Madrid, este fin de semana.Jaime Villanueva

La Feria del libro de Madrid representa una lucha contra los elementos en la que, por una vez, pierden los elementos. El año pasado la inauguración oficial tuvo que suspenderse porque se abatió sobre el Retiro una tormenta digna de una novela marinera de Robert L. Stevenson. Este año, durante el primer fin de semana de feria, todo el calentamiento global se ha concentrado sobre el parque madrileño que ha sufrido en primavera unas temperaturas del más crudo verano. Sin embargo, los libros, los autores y los lectores estaban ahí, inasequibles al desaliento, desde primera hora del viernes, cuando se inauguró, hasta el domingo, cuando se convirtieron en multitudes.

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Este año la Feria ha perdido metros y se ha visto envuelta en una polémica sobre su posible traslado fuera del Retiro, algo que ya ocurrió en 1979, cuando fue arrastrada a la Casa del Campo sin que, por una vez, los lectores siguiesen a los libros. Tanto los organizadores como el Ayuntamiento han garantizado que no se moverá: resulta difícil concebir otro espacio mejor que, entre árboles y polen, aporte la misma confortable seguridad que dan las librerías o las bibliotecas. En esta ocasión, además, ha resistido como uno de los pocos espacios de Madrid libres de hooligans británicos, que acudieron en masa a la final de la Champions, pero se saltaron el festival libresco.

Los trabajadores de algunas de las 361 casetas, en este caso los editores, deslomados después de la apertura masiva de cajas y su posterior colocación, están embutidos en espacios más pequeños. La Feria es también el escenario de una versión de la mitológica pelea entre agricultores y ganaderos, en este caso entre libreros y editoriales. Se trata de un combate sin bajas y con buen humor porque los dos son conscientes de que su supervivencia mutua depende de su relación. Pero el tiempo y el espacio son finitos, más finitos este año porque la Feria tiene menos metros y encima hace mucho calor, y no se resulta fácil repartir el protagonismo, ni las casetas, entre los dos grandes gremios que mueven el sector.

La Feria se erige también como una saludable celebración del mundo del libro de papel, que muestra su resistencia ante todos los heraldos negros que anunciaron antes de tiempo su desaparición. El cartel de la edición número 78, una maravilla a cargo de la dibujante Sara Morante, es un homenaje a Farenheit 451, la novela de Ray Bradbury sobre un mundo en el que los libros han desaparecido, quemados y borrados del mapa, pero sobreviven en las mentes de los lectores. Pese al temor generalizado a Amazon, la cosa no está ni de lejos tan mal, por lo menos en el Retiro, donde uno se puede cruzar con los libros más extraños, que parecen salidos de El nombre de la Rosa, como facsímiles de manuscritos. Por no hablar de los tebeos, que poco a poco van conquistando el espacio que se merecen.

Los lectores se mantienen ajenos a todo esto: la mañana de domingo siguen dejándose llevar por ese rito del Madrid primaveral en el que se mezclan el paseo, el consumo y el contacto directo con los autores. Este año pasarán por aquí unos 1.700 escritores, una cifra sorprendente, que hace única a la Feria de Madrid: en ninguna otra del mundo se produce un contacto tan directo entre los autores y los lectores. Este rito se concentra en San Jordi en una jornada, en Madrid se prolonga durante dos semanas (con sus tres fines de semana).

Recuerdo de Carmen Martín Gaite

La megafonía repite nombres de escritores que llevan varias décadas desafiando a los elementos en el Retiro, pero desde hace casi dos décadas falta uno especialmente relevante: Carmen Martín Gaite. La escritora tiene su propio pabellón en la Feria, porque nadie disfrutaba tanto participando de este rito. Falleció en julio de 2000, pero aquel año todavía tuvo fuerzas para acudir. En un homenaje que se le hizo hace dos años, su hermana Ana María recordaba que para ella siempre fue "la gran fiesta del año, su fiesta, la de la comunicación con los lectores". Justo la semana en la que empezaba la Feria se fue también Ana María Martín Gaite, Anita, guardiana e impulsora de la obra y la memoria de su hermana.

Es un ausencia más que sobrevuela el Retiro, donde las generaciones de autores, libreros, editores, distribuidores, las gentes del libro, se suceden pero permanecen las obras, y esa extraña simbiosis que se produce estos días con los árboles y lectores. Como corearon el sábado por la noche miles de aficionados del Liverpool: "You will never walk alone", "Nunca caminarás solo", un lema que se aplica como ningún otro a la Feria de Madrid.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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