“Siempre escribes de tus obsesiones”
Manuel Jabois debuta en la novela con la historia de una amistad entre adolescentes
Manuel Jabois (Pontevedra, 1978) ha escrito Malaherba, una novela de amor y miedo que publica hoy Alfaguara. Él mismo tiene miedo, de lo que ha escrito, de lo que vive, del periodismo, de la noche. Miedo es la palabra que más se lee en este libro. “El miedo no acaba nunca”. Le robó a Ray Loriga esta frase: “El miedo, una vez que lo tienes, ya no sale nunca de dentro”. Con ese miedo vive el niño de 10 años de la novela, al que le da voz contándolo como si el propio Jabois, periodista de EL PAÍS, tuviera 15.
El protagonista se hace llamar Tamburino por la canción Bandera blanca, de Franco Battiato, banda sonora de la novela. Su amigo es Elvis, vive encima de su casa y su familia acoge a Tambu y a su hermana tras la muerte del padre de este. Ahí comienza la amistad de los dos chicos, una amistad que tiene algo de amor. Jabois, autor de Manu, un libro sobre su hijo, o Nos vemos en esta vida o en la otra, acerca del 11-M, no señala las causas del desastre que rompe esas familias que él conoció caminando por los parques peligrosos de entonces en Pontevedra: “Tambu no sabe qué ocurre con su padre, por qué desaparece de la vida en hospitales”.
“De niño hay un bombo gigante con las desgracias que te van a marcar el resto de la vida”. Imposible apuntar a qué desgracias se refiere el escritor sin destripar la trama de Malaherba. Es un libro de primeras veces, de primeras palabras. De intuiciones, de la inspección a oscuras de la vida. “Las primeras veces, el primer beso, esas cosas que de repente suceden y ya no vuelven más… Mi libro fetiche es El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, y ahí está Daisy gritándole a Gatsby que no se puede repetir el pasado. Y, de alguna forma, todos queremos repetir el pasado, no porque nos guste o nos interese, sino porque queremos la misma emoción que la primera vez que sentimos algo”.
En Malaherba están esos primeros roces, una felicidad que parece el descubrimiento del amor. “Los chicos están llenando de contenido cosas que ellos sentían o sabían, pero no sabían cómo llamarlas. Descubren los olores, los afectos, la vida. El niño no accede a la complejidad del pensamiento, pero se fía de sus sentidos”.
El libro abarca “una época muy marcada, cuando muchas familias quisieron ser familias a pesar de los problemas que tuvieran”. La palabra drogadicción no sale, no se pronuncia en la novela. “Mucha de esa gente murió, se arrasó, y otra intentó levantarse, dar la apariencia de una familia normal. Y ahí están los padres cayendo y las madres protegiendo, uno de los dos tenía que quedar en pie”.
Un drama velado
Lo que sucede desde el principio es un drama velado por los secretos. “Es algo de la infancia, el autoengaño continuo, a lo que Javier Marías dice: ‘no quiero saber pero he sabido’, quiero seguir siendo un niño, no quiero ir más allá, y entonces se encuentran ante un hueco terrible. Esta historia es la historia de cuando ya no te queda más remedio que cruzar”.
—¿Tuvo miedo al escribirla?
—Es una ficción absoluta. Y sí, tuve miedo. Por mucha ficción que quieras escribir siempre estarás escribiendo de tus cosas, tus obsesiones, y yo soy una persona que ha tenido miedo, lo sigo teniendo, de noche, de día, ante lo que escribo, después de lo que escribo, de todo. Miedo de ese equilibrio precario en el que estamos siempre, de que caiga alguien enfermo. Miedo de que no se pueda entender esto que he escrito.
—¿No será que eso lo ha hecho escritor?
—Me reconozco mejor escribiendo que viviendo. Me reconozco con el coraje que no tengo en la vida, con el instinto que no consigo tener del todo. No me he preguntado por qué la vida me ha hecho así.
“Aquí no hay nada de mi infancia”, añade Jabois. Su niñez fue normal, sus padres tenían 30 años en los ochenta, e hicieron para los suyos “una infancia feliz”. “Yo estaba muy solo, pero porque me gusta estar solo. A esos niños que hay en la novela no los conocí. Hay muchas cosas que pasaron en mi colegio, pero están muy tergiversadas. La localización es mía, el edificio en el que viven los niños es mío. Todo lo demás es inventado”.
Cuando se le comenta que podría evocar a Juan Marsé o a Salinger, Jabois recuerda la anécdota que le contó una vez Manuel Rivas. “Un día un escritor que presentaba su libro dijo que había en él ecos de Proust y de Joyce. Y alguien del público exclamó: ‘¡Ellos no tienen la culpa!’. El libro es hijo de lecturas e influencias. A lo mejor lo coge Marsé y dice qué cosa más ridícula. Hay algo de Loriga cuando escribe de chicos en Lo peor de todo… Cuando uno quiere acercarse a algo inmortal acaba calcinado. Mejor mantener la distancia. Y yo conozco mejor Pontevedra que Nueva York”.
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