Algo que cruje
Editada la primera parte de los diarios del poeta, novelista y gestor cultural José María Souviron
El aire vibra tan fácilmente con el estallido de un trueno como con el chillido de una rata —anota Emerson en su Diario—, y es que los días invitan, por lo general, lo mismo a la indolencia que a la heroicidad. “Un día, sigue Emerson, es un abismo de recursos, pero mudo y vacío”. En efecto, los días se ofrecen al ser humano abiertos a enormes posibilidades, sujetos al ejercicio que la voluntad impone. Llevar un diario no cabe duda de que es una decisión que requiere una voluntad firme para crear un espacio más o menos íntimo y secreto donde volcar la propia ley a la hora de entender el mundo. De algún modo el diarista se dice: “Heme aquí, en mi elemento” y con su análisis los días se impregnan de una determinada coloración. Después, reanuda su vida, entendiendo por ello que abandona el pensamiento reflexivo sobre el día para volver a él, o al siguiente, de cabeza.
La publicación del primer volumen del Diario, inédito hasta ahora, del poeta malagueño José María Souvirón (1904 -1973) se integra en el proceso de recuperación de escritos autobiográficos que cruza la cultura española de las últimas décadas. Por suerte para todos, pues se trata de documentos y materiales enormemente valiosos para comprender las vidas del pasado de la forma más compleja y abierta posible. Hasta ahora nada sabíamos del Diario de Souvirón, excepto menciones surgidas aquí y allá. Este primer tomo es pues el comienzo de una feliz realidad. Se dice que el conjunto es de doce cuadernos de los que ahora se publican los tres primeros, irregularmente editados por Javier La Beira y Daniel Ramos. Se echa de menos un mínimo aparato de notas que facilite la ubicación de acontecimientos y personajes y una titulación de los distintos cuadernos menos confusa. El periodo de escritura (1955-1958) debería figurar en la cubierta y sería asimismo de agradecer que en la edición de los diarios figurara el año en las páginas impares. Por último ¿qué le pasó al índice?
Es difícil valorar una escritura que solo conocemos muy parcialmente. En la publicidad del Diario los editores han subrayado el carácter “peligroso” que su publicación representó en el pasado por las referencias indiscretas que se hacían. Razón por la que permaneció inédito. Pero en el presente apenas se percibe esa indiscreción, a juzgar por los tres primeros cuadernos donde sí hay una escritura franca pero más volcada en los sentimientos y estados de ánimo del propio poeta. Aunque decir poeta es decir poco, porque Souvirón fue novelista (a día de hoy totalmente olvidado) y gestor cultural a través de su labor en el Instituto de Cultura Hispánica (ICH).
Los tres primeros cuadernos que aquí reseñamos comprenden desde septiembre de 1955 hasta julio de 1958, un periodo importante en su vida. Souvirón había llegado en 1953 a su ciudad natal huyendo de una etapa dolorosa a la que se refiere como su “gran cataclismo”: la separación de su mujer chilena, Olivia Ros-Price, después de un periodo muy traumático, dejando en Chile a sus dos hijos. Vivía allí desde 1932 y la separación conyugal debió de producirse en torno a 1941. Dejó su cargo de profesor de literatura en la Universidad Católica de Santiago de Chile y su labor como editor de ZigZag para regresar a España, enfermo (gota y una necrosis coronaria) y desubicado. La desubicación será una nota constante en quien ha pasado media vida fuera de España y vuelve a ella con la honda conciencia de haber vivido mucho: “Poca gente ha tenido tanto, ha perdido tanto, ha recobrado tanto como yo”. En Málaga le acogen sus hermanos y en Madrid muy pronto se incorpora al Instituto de Cultura Hispánica como jefe de negociado. También encuentra un nuevo amor. En todo caso, en la capital recupera la relación con algunos poetas del 27 (Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y Gerardo Diego) pero, sobre todo, se siente vinculado a los poetas que se agrupan en torno al ICH y que le acogen con generosidad: Luis Rosales, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco, Eduardo Carranza y José Coronel Urtecho. Vive en un colegio mayor y el Diario se convierte para él en un necesario punto de anclaje, un principio de ordenación vital.
Una de las primeras entradas refiere su visita a Ortega en el Sanatorio Ruber, a pocos días de su muerte. En el ICH han recibido la miserable consigna de que cuando eso ocurra “no se anuncie su muerte a más de dos columnas”. ¡Qué mezquindad!, anota sin dar crédito. Souvirón se debate entre su amor a España, su firme y ortodoxo catolicismo (que le lleva incluso a aceptar los consejos del Índice de libros prohibidos) y el deseo de una verdadera renovación moral del país, al que ve abrumado por el arribismo y la maledicencia. “Pienso mucho en esta vida española en la que hay algo que cruje”. El recuerdo constante de los hijos, la difícil convivencia con Olivia, la soledad madrileña, los amigos, las lecturas, los intensos momentos de desánimo … “No sé a dónde mirar para sentirme seguro y fuerte”. Pero Souvirón no deja de intentarlo y su testimonio se hace irresistible.
Diario I. José María Souviron. Edición de Javier La Beira y Daniel Ramos López. Editorial Centro Cultural Generación del 27, 2018. 460 páginas
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