Kosmópolis mueve montañas
Aquella acción en Lima venía a decir que hay que realizar esfuerzos enormes para lograr reformas mínimas
Hemos visto este año cómo Kosmópolis se mimetizaba con la literatura amplificada, con su propia materia de estudio. Y también cómo se transformaba en una gran metáfora de metáforas (en su origen griego, esta palabra equivalía a traslado), ya no solo por la mudanza de mudanzas emprendida por la literatura hacia otras disciplinas artísticas y científicas, sino por la inmersión de los kosmopolitanos en una inútil pero en realidad estimulante apertura de panoramas que parece predecir que se podría ensanchar todo.
En ese proceso de mimetización del festival el primer paso lo dio el gran escritor portugués Gonçalo M. Tavares cuando, en la misma tarde inaugural y con genialidad, buscando ya desde el primer minuto conectar con la propia materia de estudio del festival, es decir, con la “literatura expandida”, citó nada casualmente la obra de Francis Alÿs.
Ahí empezó el baile. Porque nombrar a este artista belga que vive en México significó sacar a colación la tendencia de este a organizar acciones que conllevan gran esfuerzo y con las que normalmente se acaban consiguiendo escasos resultados. Escasos, pero suficientes, porque se sabe que en tiempos difíciles, por no decir desalentadores, elevan el ánimo de los que participan; lo elevan aunque sea solo porque los ayuda a comprender que, por mucho que el mundo ande rematadamente mal y parezca que nada podamos hacer para cambiarlo, en realidad aún es posible “mover algo”.
Se ha dicho que, no sabiendo ya desesperarnos como Kafka, somos ahora expertos en creer que no se pueda cambiar nada. Pero creo que, si uno tiene simplemente presente una obra de Alÿs como Cuando la fe mueve montañas, puede modificar enseguida tan conformista idea. Para esa obra, 500 voluntarios se citaron en una duna en las afueras de Lima y, tras un día de descomunal trabajo, consiguieron “mover dos centímetros la montaña”. Se dirá que fue un gesto colectivo absurdo e inútil. Quizás. Pero no nos lo parecerá tanto si lo situamos en su debido contexto político —en la época de Fujimori—, y observamos que fue una acción en la que afloró entre los anónimos voluntarios una tenaz voluntad de lucha.
“Lo que pretendo es que la gente vea que es posible, aunque sea por unos minutos, un cambio, ya sea por el lado absurdo, el poético, o el lúdico...”, dijo Francis Alÿs tras aquella proeza colectiva. Y bueno, en realidad aquella acción de las afueras de la capital peruana fue una metáfora de la economía general en Latinoamérica; venía a decirnos que hay que realizar esfuerzos enormes para conseguir reformas mínimas, y demostraba ahí Alÿs que le interesaba mucho el juego como mecanismo para que la gente entre en acción, es decir, como estrategia para involucrar a una comunidad de luchadores y resistentes.
Y en fin, creo que si la energía colectiva fue el motor de aquella aventura limeña de los dos centímetros, lo mismo podría decirse ahora de esa metáfora de metáforas que han encarnado este año, con su urgente voluntad de reanimarse —Barcelona está muy desvaída culturalmente—, los infatigables kosmopolitanos.
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