La empanada argentina de Bergoglio
Jordi Évole hace historia al colarse en el Vaticano y el Pontífice tira de aforismos y refranes en los asuntos sobre los que se sabe una autoridad moral
Jordi Évole ha hecho historia al colarse en el Vaticano. Es uno de esos hitos que cualquier periodista del mundo querría firmar, pero la historia no siempre tiene el pulso trepidante de los desembarcos de Normandía, ni sus protagonistas, la locuacidad de Winston Churchill. La historia, a veces, no es más que el gesto y la constatación de estar allí. Como en los peores colegios, las lecciones más importantes pueden ser también las más aburridas, y a fe que los 71 minutos de este Salvados pasaron lentísimos. Después de este programa, no creo que el Papa vaya a ir nunca a divertirse a El hormiguero. Tampoco protagonizará una versión de The Young Pope, de Sorrentino.
Tal vez influyó que la entrevista se filmara a la hora de la siesta en una habitación que parecía la sala de espera de un notario. Dijo Francisco que vive en un museo, por eso tiene mérito que escogiera un escenario tan anodino, que iba tan a tono con su prédica de Chiesa povera, pero no hacía justicia al éxtasis barroco de Bernini.
Évole convenció a Bergoglio de que se sentara con él prometiéndole una entrevista sobre los refugiados, que es la gran preocupación pública del Papa. Por eso empezó por ahí y parecía que se iba a quedar ahí, pero las preguntas sobre este asunto ocuparon solo 11 minutos del metraje. Los 60 restantes (descontando un corto en blanco y negro recreando un episodio de la vida de san Francisco de Asís alla maniera de Pasolini, que sirvió para introducir y vestir un poco el programa) los dedicó a preguntar lo que le dio la gana, siempre con sonrisa y aludiendo, viniera o no a cuento, a los inmigrantes. Aunque el entrevistado protestó dos o tres veces (“¿ya hemos dejado de hablar de los emigrantes?”), el entrevistador fue colando todos los temas que había que colar, aunque los más espinosos, como los abusos de la Iglesia, la homosexualidad o el aborto, entraron casi en la prórroga.
Bergoglio tiró de aforismos y refranes en los asuntos sobre los que se sabe una autoridad moral. Sermoneó a placer sobre el capitalismo, las guerras, los muros de Trump (“si vos levantás ese muro, terminás prisionero de ese muro que levantaste”) y los de Europa (“La madre Europa se volvió abuela”). La elocuencia le abandonó, sin embargo, cuando llegó el tema de los abusos (“hay que entender la hermenéutica de cada época”), el aborto o los homosexuales, con los que intentó matizar unas declaraciones recientes en las que recomendaba que fueran al psiquiatra. Se lió tanto en las frases, que acabó por mandarlos otra vez al psiquiatra. “No le pillo muy bien”, confesó Évole ante la empanada argentina que armó el Pontífice para no decir lo que quería decir diciendo lo contrario pero no y no obstante tal vez sí.
La madre de Jordi, muy seguidora de Francisco y citada en la emisión, seguro que quedó encantada con el programa. Los que no estamos acostumbrados a ir a misa apagamos la tele un poco menos entusiasmados.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.