‘Press’: periodismo sin mitologías
La miniserie de la BBC juega con todos los lugares comunes y arquetipos del periodismo, pero en su simplonería encuentra su grandeza
Siempre me ha incomodado la mitología periodística del cine y la tele. El cuarto poder, los héroes solitarios e incorruptibles, la garganta profunda, los parloteos pedantes y endecasílabos de Aaron Sorkin en The Newsroom e incluso el cinismo halitósico de David Simon en The Wire me hacen revolverme en el sofá, sacudido por espasmos de vergüenza ajena. Pero no la provoca ese rechazo tan normal como ridículo que asalta a cualquiera que ve convertido en ficción lo que para él es un mundo familiar y tangible. Muy al contrario: defiendo el derecho de la ficción a distorsionar, caricaturizar, simplificar y banalizar cualquier realidad. Para eso están las ficciones, y por eso mis periodistas de mentira más verosímiles son Superman y Tintín. Puestos a sublimar, sublimemos a lo bestia.
Mi vergüenza ajena remite a algunos colegas que me he cruzado que de verdad se creen ungidos para una misión y que se identifican hasta en las arrugas de la camisa con esos héroes que fuman mucho y guardan una botella en el primer cajón del escritorio. El romanticismo no le sienta bien a casi nadie mayor de veinte años y es causa directa de numerosas enfermedades hepáticas.
Press (Filmin) es una miniserie de la BBC que juega con todos los lugares comunes y arquetipos del periodismo. Cuenta la historia de dos periódicos, uno bueno y serio (que se hunde) y otro malo y amarillísimo (que va como un tiro). Todo es maniqueo y, sin embargo, en su simplonería encuentra su grandeza: no he visto en la tele mejores reflexiones sobre los dilemas que atormentan a los periodistas del siglo XXI. No creo que nadie quiera estudiar periodismo después de ver la serie.
“Este oficio nos hace fuertes, nos hace ver el mundo como es, sin distracciones ni lealtades; somos puros”, dice Duncan Allen (Ben Chaplin), el periodista malvado, y al oírlo siento que me desintoxico, que la profesión pierde de golpe décadas de romanticismo. La vergüenza ajena se evapora y dejo de removerme en el sofá.
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