‘30 Rock’: el gran arte americano
Esta comedia es magistral porque sus creadores no quieren salvar a la humanidad, ni echar sermones, ni abanderar ninguna causa que no sea la de su oficio
Vamos tan deprisa que ni la nostalgia reposa. Amazon Prime recupera 30 Rock, una cumbre de la comedia, obra maestra de Tina Fey, y yo me embobo ante sus chistes, evocando lo felices que éramos entonces. Qué tiempos tan ingenuos, pienso, qué época tan libre. Los episodios que veo se emitieron en la NBC en 2007, año que siento lejanísimo, de cuando aún no habíamos cortado las flores del huerto de Ronsard y corríamos delante de los grises y los tomates sabían a tomate.
Doce años, ayer mismo, pero un ayer que ya no existe, por eso lo percibo mucho más lejano que las novelas de Dickens. Su humor es despreocupado y libérrimo, no tiene las notas de amargor que le da la bilis ni se expresa condicionado por la reacción de la audiencia y los tuiteros. No quiere provocar el cabreo de nadie ni demostrar que los límites de la libertad de expresión son infinitos: 30 Rock es magistral porque sus creadores no quieren salvar a la humanidad, ni echar sermones, ni abanderar ninguna causa que no sea la de su oficio, en el que aspiran a ser los mejores. Y lo fueron.
Como 30 Rock se emitió en España de aquellas maneras, habrá quien no sepa que el título se debe a la dirección de la NBC en Nueva York, el número 30 de Rockefeller Center. La NBC ha sido siempre la cadena en abierto más innovadora y gamberra. De sus estudios salió Saturday Night Live, y en 30 Rock juegan con esa historia. Todo es muy metacómico. A Kenneth, el personaje del ayudante rarito e idiota, le preguntan por qué aguanta todas las humillaciones de los que trabajan en el programa, que le tratan como a un esclavo, y él responde: porque hacen televisión, y la televisión, dice Kenneth, es “el gran arte americano”.
¿Qué ha pasado en estos 12 años para que todo esto suene tan improbable hoy? ¿Cuántas cosas nos hemos cargado y cuántas nos quedan por destruir?
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