Exhibicionismo teatral e intelectual de Bernard-Henri Lévy
El filósofo llena su monólogo en defensa de Europa y contra el populismo con tantos nombres y citas que la corriente de conciencia se desborda en un torrente confuso
No se le puede negar valor a Bernard-Henri Lévy. Si en el pasado saltó de los cenáculos intelectuales a los contextos bélicos de Sarajevo o Libia, ahora se ha subido a un escenario para afrontar un monólogo de 100 minutos sin apenas dar respiro. A sus 70 años está hecho un pincel. Habla, declama, recita, increpa, alerta, lamenta, evoca, elogia, refuta y todo por Europa, por salvar a Europa del peligro del populismo y el nacionalismo, que en España tiene tres caras visibles, según reiteró: Pablo Iglesias, Carles Puigdemont y Santiago Abascal. Pero hay muchas más y eso es lo preocupante en la Europa de hoy, aleccionó. Están también Jean-Luc Mélenchon, Marine Le Pen, Matteo Salvini, Viktor Orban, Vladimir Putin, los brexistas o los chalecos amarillos... A todos ellos dirigió los dardos de su obra Looking for Europe (Buscando a Europa) que anoche recaló en Valencia (el 25 se representará en Barcelona y el 26 en Madrid), tras su estreno en Milán el pasado 5 de marzo.
Alto, delgado, vestido con un traje oscuro y camisa blanca, con el único atrezo de un escritorio, una cama y una bañera, el francés, uno de los intelectuales más mediáticos en la tierra de los intelectuales mediáticos, se interpreta a sí mismo durante la preparación de una conferencia sobre Europa que debe impartir en su querida y llorada Sarajevo, donde, al final, sugiere instalar el parlamento de la Unión Europea. En tiempo real, el espectador asistió a las muy intensas reflexiones y dudas del personaje en un eufónico francés (subtitulado al castellano) solo interrumpidas por un bufón protagonizado por Albert Boadella, que se presta con gusto a encarnar, con cierto acento pujoliano, al propietario catalán e independentista del hotel, un tipo que resulta “muy pesado” para el conferenciante con sus letanías de “España nos roba” o “Cataluña no es España”. Un poco previsible, ¿no?
Entre el público, que acudió en buen número al Teatro Olympia, se encontraban el exsenador del PP Pedro Agramunt y el líder de Ciudadanos por Valencia, Toni Cantó. No en vano, el monólogo es un texto cargado de política, que incorpora referencias a la actualidad de la ciudad donde se representa. A veces, ese encaje no se entendió bien, como la mención a que los responsables (se supone que políticos) de la Ópera de Valencia prefieren programar a Wagner que a Mozart (¿se tachaba de filonazis a Compromís?). Sí se entendió perfectamente que Bernard-Henri Lévy y Pedro J. Ramírez son amiguitos, porque el intelectual no dudó en elogiar y nombrar al periodista, así como a Manuel Valls, candidato a la alcaldía de Barcelona con el apoyo de Ciudadanos. El discurso del filósofo parece coincidir en buena medida con el del partido de Albert Rivera, si bien los mandobles que el intelectual propinó sin recato a Vox no son tan compartidos. Tampoco su defensa de la apertura de Europa a los inmigrantes en un pasaje en el que destacó la luz irradiada por Angela Merkel, que alumbró la oscuridad europea cuando se negó a cerrar las fronteras alemanas.
Más que corriente, Henri Lévy ofreció un torrente de conciencia, desbordante de nombres y referencias, cultas e intelectuales. Junto a recodos brillantes, como sus diatribas contra los conformistas sobre los que escribió Alberto Moravia y contra los que quieren que todo cambie para que todo siga igual, o su defensa de la Europa de los filósofos humanistas Kant y Husserl, cuyos rostros debían estar estampados en los billetes, o las citas a poemas de Rimbaud o Baudelaire, el monólogo se precipitó en una riada nominalista, un ejercicio exhibicionista de name-dropping, que desembocó en la tesis de que solo la cultura, la gran cultura (masculina, a tenor de la mayoría de las referencias emitidas), puede salvar a Europa.
El público respondió con aplausos intensos, pero no muy prolongados. A la salida, se escuchaban comentarios de todo tipo, desde la comunión absoluta con la fe europeísta del filósofo hasta quien aseguraba haberse perdido entre tantos grandes nombres, algunos de los cuales ignoraba incluso su compañero de butaca. "¡Y eso que es muy culto, eh!", apostillaba, sin parecer ironía.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.