Las otras transiciones de la Transición
Un ensayo indaga en la identidad de la mujer transexual en los años del cambio político a partir del filme ‘Vestida de azul’
“Mi vida comenzó a ser una vida moderna, pero muy bonita”, declaraba Josette, mujer transexual que en el Madrid de los ochenta actuaba en salas de fiestas como Centauros, Sacha’s, Gay Club y Minotauro, en un momento del documental Vestida de azul (1983) de Antonio Giménez Rico, perla anómala en el cine de la Transición que, frente a la inercia de los chascarrillos tránsfobos y homófobos que proliferaban en las comedias de la época, marcó la diferencia dando voz a un colectivo silenciado y maltratado. La película de Giménez Rico centra el ensayo Vestidas de azul. Análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la Transición española (Dos Bigotes), donde la periodista Valeria Vegas no solo se sumerge en la excepcionalidad de esa obra cinematográfica de imponente valor testimonial, sino que la utiliza como punto de partida para rastrear los destinos de las seis mujeres trans que la protagonizaron y, también, analizar el contexto legal, social y cultural que condicionaba las existencias y reivindicaciones del colectivo en esos años.
“Vi por primera vez la película en el año 2006, en una cinta de VHS que había pertenecido a una de sus protagonistas, Tamara, de etnia gitana, y que había heredado una de sus amigas”, recuerda Vegas. “Me pareció muy humana y la película puede incluso resultar divertida si una no sabe lo que viene después: cuatro de ellas fallecieron y tuvieron desenlaces muy tristes, marcados por la enfermedad, la drogodependencia o la exclusión social”. La preparación del libro permitió a la escritora comprobar cómo Wikipedia daba por fallecida a una de las supervivientes, Josette, a quien pudo entrevistar para la ocasión: “Ha vuelto a su género masculino y en su cabeza no ha existido más que el concepto binario. Su figura es una de las más singulares de la película: estuvo casado y Giménez Rico propició un tenso reencuentro entre él/ella y su exesposa que aparece en Vestida de azul. En los ochenta Josette se consideraba travestí y encajaba en el concepto de transformista, pero, en realidad, hoy sería más bien considerada una persona transgénero o de género fluido: es decir, alguien que se identifica con el otro género, pero no tiene necesidad de manifestarse físicamente en esa identidad. Localicé a uno de sus familiares, creyendo que Josette había muerto, y me quedé en shock cuando me dijo: ‘No, no, mi tía no ha fallecido y ahora ya no es mi tía, es mi tío’. Fue una sorpresa increíble”.
El primer sorprendido de que una película rodada hace 35 años, descatalogada y rara vez emitida por televisión se haya convertido en obra de culto para la comunidad trans es su director, Antonio Giménez Rico: “Al terminar el franquismo empezaron a proliferar espectáculos de transexuales que imitaban a Lola Flores, Sara Montiel y otras estrellas. Había un local, Centauros, al que solíamos acudir directores de cine, escritores y demás gente de la cultura. Nos divertíamos, pero con cierto respeto. No era como ir al zoo. Yo no conocía nada de este mundo y empecé a preguntarme cuál era el motivo, sociológico o psicológico, que llevaba a estos chicos a complicarse la vida queriendo convertirse en mujeres”. En un primer momento, el cineasta pensó en abordar ese universo desde el terreno de la ficción, pero, al empezar a documentarse, se dio cuenta de que lo mejor era dar voz a Loren, Eva, Renée, Nacha, Josette y Tamara, las mujeres trans que, conversando entre ellas en el Palacio de Cristal o mostrando relevantes aspectos de su vida cotidiana, conforman el cuerpo de Vestida de azul. “Cada una de ellas ejemplifica un arquetipo distinto y me hubiese gustado encontrar, por ejemplo, a una ingeniera de caminos que fuera transexual, pero no fue posible. Lo que tenía claro es que no quería hacer una película morbosa, ni moralizante, simplemente pretendía mostrar una realidad”, subraya el director.
En su libro, que Giménez Rico considera “impecable, serio y riguroso”, Valeria Vegas despeja confusiones terminológicas –“en la película, ellas mismas se consideran simplemente travestis, porque no sabían cómo definirse a sí mismas”-, detalla los grimosos chistes y arquetipos que el colectivo inspiró en la comedia popular española –donde a cada personaje trans se le atribuía un pasado de bombero o camionero, con recurrente mención a su paso por la mili- y, finalmente, a través de los testimonios de la película, aborda un esclarecedor análisis del contexto, hablando tanto de la evolución de las leyes como de la cobertura mediática, con oportunos palos a insensibles artículos de Paco Umbral o García Márquez entreverados de arrogancia patriarcal, sin obviar consideraciones políticas, sociológicas e incluso médicas: “Después de mi documental sobre Manolita Chen, primera transexual española en lograr la adopción de una niña, y de mi biografía de Cristina Ortiz, La Veneno, este libro sobre Vestida de azul cierra mi ciclo de reivindicación trans”, apunta Vegas. “Lo que me gustaría abordar ahora son esos personajes españoles insólitos que alcanzaron la fama antes de que la televisión gestionara la celebridad o cuando solo había un canal: figuras como Pinito del Oro, o la Sansona del siglo XX, que también fue médium, grabó un disco en Belter y acabó siendo tertuliana de Canal 9, o el cojo Mantecas, o Carmen Apolo, que fue la vedette de Fuerza Nueva, incondicional de Blas Piñar, al tiempo que actuaba junto a Susana Estrada en el célebre espectáculo del robot, que se estrenó en el Muñoz Seca en 1979”.
Un éxito de taquilla
Presentada el 6 de septiembre de 1983 en la 31ª edición del Festival de San Sebastián, en un momento en que el certamen donostiarra no era competitivo, y programada al mes siguiente en el festival de Chicago, Vestida de azul llegó a las pantallas españolas el 26 de enero de 1984 y enfrentó al público con una realidad que solo había nutrido el hambre de morbo de la prensa sensacionalista. Producida por el operador Teo Escamilla, la película atrajo a las salas a 248.081 espectadores, un más que considerable éxito en relación a la modestia del proyecto. "Éramos un equipo de seis personas: Teo, su ayudante, mi ayudante de dirección, el técnico de sonido, el responsable de producción y yo", recuerda Giménez Rico. "Rodamos kilómetros de material, porque era importante que las conversaciones entre las chicas no estuviesen dirigidas". Como toda película de culto, su eco fue creciendo a través del tiempo convirtiéndose en obra de referencia para la comunidad LGTB.
Babelia
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