“La maldad no ha cambiado nada en 200 años”
Berna González Harbour se adentra en la cuarta novela de la comisaria Ruiz en el mundo de los claroscuros de Goya y en la dualidad de España y de la vida
“La maldad no ha cambiado nada en 200 años. Estas pinturas, este escenario, son el mejor infierno donde se pueda instalar una trama de novela negra hoy”, comenta Berna González Harbour (Santander, 1965) mientras entra acompañada de un grupo de periodistas en la sala de las pinturas negras de Goya, en el Museo del Prado, donde ha presentado este miércoles El sueño de la razón (Destino). Confiesa González Harbour que, al principio, la cuarta novela protagonizada por la comisaria María Ruiz no tenía una estructura definida, solo dos cuadros, ambos del maestro aragonés: La pradera de San Isidro (1788) y La romería de San Isidro (1823), dos pinturas separadas por 35 años que reflejan dos Españas a una distancia infinita, la que intenta abrazarse a Europa y a la Ilustración y el oscuro y violento país del garrotazo. “Este es el verdadero protagonista de mi novela”, asegura la autora, señalando a un hombre de mirada aviesa, aplastado por la muchedumbre ebria y enloquecida que arrasa la pradera.
Goya hace como nadie el viaje del amor al odio, de la creación a la destrucción
En El sueño de la razón una joven becaria estudiante de arte es hallada muerta en una presa del río Manzanares, situación que da pie a la autora para llevar a su comisaria Ruiz –que ya no es comisaria, que está sola, sin arma, sin equipo– por un mundo de luces y sombras, de Goya a los túneles subterráneos de un Madrid poco conocido, y sin embargo a veces también luminoso. La clave del crimen estará en las pinturas, en cómo las miramos y en cómo nos interpelan sus personajes.
Es esta la novela más negra de González Harbour, periodista de EL PAÍS. “La vida se va tornando oscura. El libro refleja un estado de ánimo muy personal y muy de la España de hoy. Somos muy capaces de odiar y de llegar a lo peor. También de cosas maravillosas”, explica. Como en toda historia policial, en esta hay un malo, obsesionado con el pintor zaragozano, que se acerca al arte no para crear sino para destruir. “Goya hace como nadie el viaje del amor al odio, de la creación a la destrucción”, ahonda González Harbour con espíritu didáctico.
La novela refleja un Madrid diferente, “el de la gente que ha quedado fuera del sistema, el de los okupas, el de la miseria de la universidad, donde no hay meritocracia que valga”. También retrata una ciudad que vuelve a mirar al Manzanares, “ese río que representa el quiero y no puedo de Madrid, que no es París ni Londres pero que puede ser una gran ciudad”, resume la autora de Las lágrimas de Claire Jones.
El futuro de María Ruiz está marcado por la desafección. Ella, como su creadora, tiene la lealtad como valor máximo y está preparada para seguir sin los que se la han jugado, fuera de la policía, buscando la verdad por su cuenta. “María no lucha por el poder. Para ella, lo más importante es tener seguros sus valores”, explica, confundiéndose con su personaje.
“Imaginaos levantarse cada día, vivir rodeado de esta negritud, como hizo Goya en la Quinta del Sordo”, reflexiona González Harbour frente a Perro semihundido, otro cuadro que tiene su papel en la novela. Una fascinación tal por el pintor tiene también sus peligros. La escritora y periodista de EL PAÍS llegó a temer que se le escapara el lector, perderlo en esa inmersión en un mundo tan particular. También es consciente de que durante un tiempo se obsesionó con el artista, hasta que se dijo, como María Ruiz, “vuelve a la tierra”. “Fue un personaje muy enigmático, que no dejó casi nada escrito y sobre el que hay muchísimas teorías. Eso te puede atrapar”, confiesa ya en la cafetería del museo, resistiéndose a abandonar ese mundo dual tan inserto en la obra de Goya, en España, en la vida y en la novela negra.
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