Ginés Liébana: “¿El compromiso? Me suena a comprarse un piso”
El pintor, última voz viva de Cántico, grupo cordobés de poetas, cumple 98 años mientras prepara una exposición en Madrid y un libro de poemas
Conversar con el pintor y poeta Ginés Liébana es como deambular por su casa, un laberinto de recuerdos y nombres en el que detrás de cada recodo hay una sorpresa: un retrato de Francisco Umbral con porte aristocrático ("a él le gustaba verse así", dice su autor), el dibujo de una maternidad dedicada por Dalí sobre la taza del váter y flanqueada por dos pequeños marcos con las manos plasmadas de Antonio López. En su habitación, un óleo que representa a la aristócrata Isabel Álvarez de Toledo, la duquesa roja... Un horror vacui en el que se rebulle el singular Liébana (Torredonjimeno, Jaén, 1921), personaje de vida novelesca que formó parte, a finales de los cuarenta, del grupo de poetas Cántico, surgido en Córdoba, que dio nombre a una revista en la que publicaron sus versos y homenajearon a la Generación del 27. Lo formaban, con él, los poetas Pablo García Baena [premio Príncipe de Asturias de las Letras], Ricardo Molina, Julio Aumente y Mario López, y el pintor Miguel del Moral. Liébana ha cumplido 98 años, ("con 65 céntimos de euros", bromea). El 6 de abril presenta en Córdoba un libro de poesías inéditas, con dibujos no publicados sobre la ciudad andaluza. Además, prepara una exposición en la Casa de la Moneda, en Madrid, para el 10 del mismo mes, y en la localidad cordobesa de Villa del Río está en marcha un museo sobre su obra. Habla la última voz viva de Cántico.
Pregunta. ¿Cómo logra seguir tan activo?
Respuesta. Trabajo mucho. Estoy divinamente, a lo mejor porque en 80 años no he hecho nada formal. No he sabido nunca tener un cierto orden.
P. Cántico se publicó entre 1947 y, tras una vida intermitente, murió en 1957. En ella colaboró con sus dibujos, pero también se atrevía con la poesía.
R. Yo era un poeta que no sabe escribir poesía. Lo que hacía era suprimir adjetivos, no sirven, ¿cómo se puede encontrar un adjetivo para definir un sentimiento verdadero? También quitaba los plurales porque si no sonaba como Rajoy cuando decía ‘nosotrosss losss españolesss’... Hacía caricatura, ironía de lo que veía en Córdoba. No te queda otro remedio al ver en lo que nos desenvolvemos. De aquellos poetas aprendí lo que sé, pero no les podía imitar, la genialidad no se puede imitar... Había que superar aquella poesía pesada de ‘la señorita del tercero no me quiere y me voy a suicidar’.
P. Y viniendo de la Guerra Civil, en la que mataron a su padre y su hermano.
R. Aquello fue un absurdo. Yo es que no veo lógico enfrentarme a una persona de mi propio país. La única riqueza de mi familia eran los libros. A mi hermano lo fusilaron con 19 años por rojo. Lo delató el sobrino de una aristócrata de Córdoba a la que conocíamos. Y a mi padre porque prestó dinero y dijeron 'si lo matamos y le llamamos rojo, no le tenemos que pagar'. Yo tenía que salir de eso por encima de todo, decidí que quería divertirme y que había venido a la vida para reírme un poco y no andar llorando.
P. Pero su madre se metió a monja tras la guerra.
R. Hasta que halló la muerte. Antes de entrar en el convento fue a ver a la aristócrata y le dijo: 'Que sepas que tu sobrino fue el que delató a mi hijo'.
P. A mediados de los cuarenta se marcha a Madrid, allí trabajó como ilustrador en revistas y conoció a personalidades.
R. Sí, Gutiérrez Solana, Giménez Caballero, Cela, Fernández Flórez... íbamos a casa de Baroja. Había pasado la guerra y la gente quería divertirse, vinieron muchos extranjeros y les sorprendía todo, veían una cigüeña en un campanario y decían: ‘Estos españoles, han puesto ahí un pájaro de adorno, cómo son’.
P. Uno de ellos fue una clavecinista brasileña con la que se citó para juntarse en París, en 1950.
R. Allí fui como exiliado alegre... por las noches escuchábamos a Cole Porter, se podía hablar bailando...
P. Pinta mucho en París, pero su arte nunca fue comprometido.
R. Yo no me quería comprometer. A mí eso del compromiso me suena a comprarse un piso [risas].
Liébana se dobla de risa varias veces en la entrevista, imita a personajes, recita, canta... Mientras habla, mira fijamente con sus ojos azules. Nos ha recibido con una camisa blanca, chaqueta azul y zapatos verdes puntiagudos. En una libreta bosqueja dibujos y hace recomendaciones a algún aficionado presente: "Hazlo así, con puntos... el contorno debería estar prohibido".
P. Lo suyo eran los retratos, pero en plena abstracción...
R. Es que no tengo vocación de contemporáneo, respeto el arte abstracto, pero me parecía un poco abigarrado... y muy caro. Viví años en París, pero es una ciudad que destruye, no tiene alma. Están siempre con la razón, el cartesianismo, la ordenanza… es aburrido.
P. Así que se fue a Río de Janeiro con la brasileña.
R. ¡Claro!, pero fue un drama...
P. Después se instaló en Venecia, en 1962, con el dramaturgo Francisco Nieva, de alquiler en un palacio de un pintor italiano.
R. Era entonces la ciudad más artística del mundo, solo había una tienda de Murano, todo lo demás era elegante. Qué clase en la ropa, los objetos, cómo se comía... Y qué acústica, se oye todo, como no hay coches... Hasta los ladrones son pausados, una vez vi a uno subiendo por la pared, le grité y bajó como si fuera un insecto [se ríe]. Allí viví con un amor ilegal.
P. ¿Ilegal?
R. Eran mujeres casadas, con hijos... [Liébana hace con el dedo índice el gesto de cortarse el cuello]. Pero tuve como pintor el éxito padre... a la casa venían artistas, personalidades como Peggy Guggenheim, que estaba mayor pero tenía mucho sentido del humor. Un día le dijo a la mujer de Nieva: '¿Es verdad que está usted casada con este hombre?' [risas].
P. No me extraña que haya escrito un libro que fabula sobre Casanova en Córdoba.
R. Yo no he sido mujeriego, las mujeres te escogen. Lo que he sido es ingenuo.
P. Al final se casó con una sobrina.
R. Y tengo un hijo de ella, pero el matrimonio fue un fracaso. Yo me casé cuando las nietas de mis amigos lo hacían...
P. Vuelve a Madrid en 1968.
R. Todo el mundo venía a mi casa, Serrat, Lucía Bosé, la duquesa Carmen de Hohenlohe, que traía unas comidas elegantes porque las que hacíamos en casa eran muy pobres, aceite, patatas cocidas y pimentón. Yo pinté muchos retratos porque se valoraban... luego llegó el euro y se acabó [risas].
P. Al grupo Cántico lo recuperaron los novísimos en los sesenta, pero usted los ha llamado los autoestimadísimos.
R. ¡Son una gentuza! Cántico no necesita novísimos, ni excelentísimos... García Baena se reía con ello. Querían explicar un poema críptico de Pablo en el que se vale de una palabra para hacer un entronque sentimental, como si se pudiera explicar el motivo por el que Romeo decía aquello en el balcón.
P. ¿Cómo le gustaría ser recordado?
R. De ninguna manera... A mí lo que me gusta es pasarlo bien. Me encanta el mal gusto, no puedo vivir sin él. Y ahora tengo el mejor campo del mundo, la televisión. Lo que puedo reírme.
"Serrat era muy de pueblo"
Pablo García Baena: "Lo conocí con 11 años y ya me di cuenta de lo que escribía. Tenía esa elegancia patricia, la de la indiferencia y la sobriedad. Me dedicó un poema bellísimo".
Ricardo Molina: "En una taberna espantosa de Córdoba me leyó Elegías de Sandua y le dije: 'pero esto es fantástico".
Juan Bernier: "Era una mezcla de Bach y lo andaluz. Hay que leer a un poeta que escribió: 'Señor, haz, por favor, que haya más lujuria en el mundo".
Ernesto Giménez Caballero: "Un personaje brillante".
José Gutiérrez Solana: "Era un pintor fantástico, él y su hermano tenían la casa llena de objetos antiguos, artefactos, muñecas...".
Joan Manuel Serrat: "Venía a casa, apenas había leído, era muy de pueblo. Yo le daba muchos libros de poesía".
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.