Descenso a los infiernos
Todo parece demasiado calculado en el último trabajo de Karyn Kusama, incluso las capas de mugre que admite el cuerpo de Nicole Kidman
Con el cutis más seco que el desierto de Arizona, pero puntuado de inquietantes ronchas, y las articulaciones abotargadas de un alma rota con suministro regular de metadona, Nicole Kidman da vida en Destroyer: una mujer herida de Karyn Kusama a Erin Bell, una detective de policía que, tras una operación infiltrada, quedó atrapada al otro lado del espejo. Cuando, a los pocos minutos de metraje, Bell tiene que masturbar trabajosamente a un yonqui postrado en su lecho de muerte, queda claro que Kidman no solo se ha creído a pies juntillas la leyenda de que el Oscar puede estar enterrado bajo una tonelada de cieno, sino que el verdadero sentido y argumento de la película de Kusama no es la historia de venganza que supuestamente cuenta, sino otra muy distinta: la crónica de la inmersión de la estrella glamurosa conocida como Nicole Kidman en las turbias aguas de la sordidez para despejar, de una vez por todas, cualquier duda sobre su talento interpretativo. La cuestión es que Kidman no necesitaba demostrar nada, que la nominación se ha resistido y que, bajo la vocación de impacto de la película, lo que hay es un relato más rutinario que transgresor.
DESTROYER: UNA MUJER HERIDA
Dirección: Karyn Kusama.
Intérpretes: Nicole Kidman, Tobby Kebbell, Sebastian Stan, Jade Pettyjohn.
Género: thriller. Estados Unidos, 2018.
Duración: 121 minutos.
Conjugada en dos tiempos –el de la infiltración (con la correspondiente tentación del lado oscuro) y el de la caída (con su redentora venganza)-, Destroyer: una mujer herida sabe que el foco de su espectáculo es ese personaje central que despliega facetas aparentemente paradójicas –madre ferozmente protectora, amor fatal, espectro demolido y ángel de venganza-, mientras la trama criminal va uniendo sus piezas para revelar su anticipada condición de suma de lugares comunes. Todo parece demasiado calculado en el último trabajo de Karyn Kusama, incluso las capas de mugre que admite el cuerpo de Nicole Kidman parecen escrupulosamente estipuladas por contrato.
Babelia
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