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Hablemos de sexo, dicen las árabes

Dos ensayos, que entroncan con la rica tradición feminista árabe, abordan el precio que pagan las mujeres por romper con las normas de la casa, la calle y el Estado

Luz Gómez
Una mujer yemení con un niqab mira un vestido de boda en Saná.
Una mujer yemení con un niqab mira un vestido de boda en Saná.MOHAMMED HUWAIS (AFP / Getty Images)

El cuerpo de cualquier mujer árabe lo es por delegación, es el cuerpo de una madre, hermana, esposa o hija, incluso el que encarna el honor de una nación. Es un cuerpo a la vez colectivo y personal, público y vedado. En esto, por un lado, no es muy distinto del de cualquier mujer, también en las latitudes “occidentales”, en la medida en que de una mujer no se espera que responda de sus gestos corporales como un ciudadano cualquiera, sino sobre todo como mujer. Pero, por otro, en Argelia o Yemen, en Irak o Arabia Saudí, el cuerpo de la mujer resignifica la miseria social masiva, y sus consecuencias son de índole política, como denuncia la marroquí Leila Slimani, más conocida como novelista ganadora del Goncourt que por su faceta ensayística. Esta conclusión, no obstante, es igual de cierta intercambiando causa y efecto: la miseria política en el mundo árabe es tan profunda que se ensaña especialmente con las prácticas sexuales. El volumen de la degradante legislación sobre sexualidad, revestida de moral religiosa, es difícil de cuantificar y jerarquizar siquiera en países con una supuesta pátina aperturista, como Túnez o Líbano.

A proteger/secuestrar esos cuerpos guardianes de mil esencias se han consagrado varias haches malditas de la historia árabe: las de harén, hiyab, himen, hchuma. Esta última palabra, hchuma (vergüenza), apenas conocida en el imaginario orientalista, es sin embargo la que mejor sintetiza tal estado de cosas. Es una reconvención que las niñas no se cansan de escuchar en boca de cualquier mayor, y que les cala tan profundo que todos sus movimientos, físicos y mentales, quedan para siempre regidos por esa voz. A su vez, la virilidad se mide por la capacidad de transgredir la hchuma, eso sí, siempre en casa ajena. Precisamente en esa esquizofrenia reside el gran mal que aqueja a mujeres y hombres árabes, no por igual, pero sí de manera entrelazada.

El precio que pagan las mujeres árabes (y nótese que no decimos musulmanas) por romper con las normas de la casa, la calle y el Estado, con la omertà perversa que la activista egipcia Mona Eltahawy denuncia con rabia y a la que casi escupe, no tiene comparación con el de los hombres, sometidos a una misma miseria sexual, pero a salvo, al menos, de la violencia física. La liberación ha de ser, por tanto, múltiple y simultánea, lo cual es casi imposible para Eltahawy en el actual contexto político, mientras que tiene visos de haberse iniciado, al menos en el discurso marroquí, según Slimani. Ambas autoras son herederas de una rica tradición feminista árabe, que ellas reivindican por encima de las diferencias de planteamientos de, por ejemplo, sus respectivas paisanas Nawal Saadawi y Fátima Mernissi.

Ambos ensayos, llenos de desparpajo, reflejan algo que distingue de raíz este feminismo del europeo: su determinación de dar voz e integrar en una reivindicación unitaria a las mujeres más desprotegidas. En este sentido, el libro de Slimani es una buena continuación de la obra pionera de Mernissi Marruecos a través de sus mujeres. Lo sangrante es que, 40 años después, las mujeres más pobres estén aún más oprimidas; las más marginadas, aún más humilladas, y las más débiles, más pisoteadas en un mundo en el que la planetarización, en expresión de Gayatri Spivak, se traduce en un galopante aumento de las diferencias.

Sexo y mentiras. Leila Slimani. Traducción de Malika Embarek. Cabaret Voltaire, 2018. 224 páginas. 18,95 euros.

El himen y el hiyab. Mona Eltahawy. Traducción de María Porras Sánchez. Capitán Swing, 2018. 208 páginas. 18,50 euros.

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