_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Aló, Maduro

Nada de lo que dijo Maduro importa frente a la imagen de un tipo que agarra y exhibe un librito de papel de fumar

Sergio del Molino

Nicolás Maduro sostiene y enseña un librito azul, un microlibro de juguete donde no cabrán ni tres letras por página. Sus dedos índice y pulgar parecen a punto de hacerlo polvo, y cuando lo coloca delante de su cara para mostrarlo a la cámara parece que se lo va a zampar. Es un ejemplar de la Constitución de Venezuela. Un ejemplar homeopático que dejará con hambre al presidente si al final lo ingiere. Ver a Nicolás Maduro, un gigantón, un macho de bigote y voz profunda, aferrarse a ese librito de papel de fumar como tabla de salvación provoca que las palabras de la entrevista que le hizo Jordi Évole en Salvados pierdan todo su sentido. Nada de lo que dijo Maduro importa frente a la imagen de un tipo que agarra y exhibe una legitimidad de juguete.

Más información
Así se lanzó Trump al derribo de Maduro
Dos semanas de doble poder en Venezuela
Maduro, a Guaidó: “Piense bien lo que está haciendo, que es un hombre joven”

Y eso que Maduro habló lo que quiso. Incluso mirando a cámara, pasando del entrevistado y rompiendo el protocolo mínimo de una entrevista. Incluso dirigiéndose directamente a Pedro Sánchez y señalándole con el dedo, con ese mismo dedo que estrujaba la constitucioncita de Venezuela. Estuvo tan a gusto que se permitió el lujo de perorar en nombre de todo un país, rescatando la vieja retórica del tercermundismo, recordando Vietnam, repitiendo la expresión “patio trasero” y sin olvidarse del pasaje bíblico tan caro al antiimperialismo de David contra Goliat, como si el Che Guevara aún anduviese dando discursos en la ONU o los sandinistas acabaran de derrocar a Somoza. Viéndole manejar el librito entre sus dedazos costaba imaginarlo como David, pero tampoco parecía el Goliat que subyugaba a los venezolanos. Todo lo más, un Tirano Banderas a punto de ser destruido por su propio ridículo y más solo que la una, abandonado hasta por esa izquierda sentimental a la que interpeló con patetismo. Su discurso, más que maduro, estaba pasado, listo para el compost.

No hizo falta, por tanto, que Évole planteara las preguntas que no pronunció, pues Maduro se basta a sí mismo para desacreditarse, aunque muchos habríamos agradecido un ataque más áspero.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_