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CAFÉ PEREC
Columna
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Una subversión fuera de sospecha

La rebelión empieza en una biblioteca, dice alguien en Libro de las máscaras, de Javier Vela, volumen de pensamientos que algunos considerarán inclasificable

Enrique Vila-Matas

La rebelión empieza en una biblioteca, dice alguien en Libro de las máscaras, de Javier Vela, volumen de pensamientos que algunos considerarán inclasificable y al que preferiría situar simplemente al lado de maravillas como Sur plusieurs beaux sujects (Wallace Stevens), o A Certain World (Auden), dos fascinantes commonplace books, es decir, cuadernos de citas forjados por poetas, creados como cuadernos de trabajo a los que fueron trasladando pasajes de obras ajenas relativos a sus propios intereses.

Los intereses de Javier Vela en Libro de las máscaras (Pre-Textos) son los del misterioso poeta vasco Juan Iturbe o, mejor dicho, los de su hija Valeria Iturbe, que, según se nos informa en la inicial “advertencia al lector”, retó a Vela a atreverse a espigar, de entre el sinfín de archivos y cuadernos que emborronó su padre, “apenas un puñado de aforismos en los que había venido trabajando justo en los meses previos a su muerte, a fin de compilarlos en un pequeño volumen”.

Sospecho que pronto hubo de trocarse a los ojos de Vela el aparente desorden de las numerosas citas recogidas por Iturbe en un orden secreto, un orden fundado en la misma aparatosidad de la confusión, como si las palabras del cuaderno no estuvieran más que subrayando estas de Edmond Jabès: “Una vez concebido por el hombre, el Todo se abismó en la Nada, y la Nada era el vocablo y el vocablo era el libro y el libro era la confusión. De esa confusión, ¿conoceremos alguna vez el alcance?”.

De conocer ese alcance o no trata esta antología, que no solo explora las fronteras entre poesía, ficción y pensamiento, sino también cómo pueden incluirse entre los aforismos reales y los sospechosos, entre las relativas verdades y el doble de esas relativas verdades, algunos aforismos del propio autor de la antología. Porque lo cierto es que Vela parece construir su subversiva poética —alejada de cualquier sospecha, precisamente por lo sospechosa que es— con aforismos ajenos, incluidos algunos que nunca fueron escritos, y por tanto ni tan siquiera trasladados por Iturbe a su cuaderno de citas, como si en el confuso espejo que determina nuestra noción de verdad lo real no tuviera sitio.

Parece que aún hay mitómanos que siguen hoy en día dispuestos a aceptar sin reservas ciertas imposturas, anota Vela al comienzo del libro. Y antes de abandonar él mismo, sutilmente, su propio yo, y de escapar como quien sale huyendo de una frase, o de un amor, o de un sueño, o de un país, añade. “Lo que es más: casi toda la obra del misterioso Iturbe, y sin duda el librito que ahora presentamos, parece preguntarse si tales subterfugios, tan comunes en siglos precedentes, lo son acaso menos en este”. Y es curioso pero, por raro que parezca, el país abandonado al que pertenece este libro podría ser el nuestro. Un país en el que lo que no está, no falta, solo se echa de menos. Y en el que, entre lo que hemos olvidado, se encuentra lo que dice O’Sullivan: “Bajo el soberanista puede no haber un patriota; bajo el cosmopolita al menos hay soberanamente un apátrida”.

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