La crisis global de la democracia, a debate en Cartagena
El Hay Festival encara las cada vez más preocupantes amenazas a los sistemas asentados en las libertades
De Nigeria a Brasil, de las bacterias que corroen Europa a la fanfarronería de Donald Trump… Entre los ramajes que con dificultad dejan ver los peligros que amenazan la paz en Colombia, con la certeza de que el populismo acecha y ningún sistema de libertades, por fuerte que sea, queda libre de las maldades del rencor o la inquina corrosiva del peor populismo, la democracia se encuentra seriamente amenazada. Así lo han avisado en sucesivas charlas varios de los participantes en el Hay Festival de Cartagena de Indias.
En cada debate al que acudieras se mencionaba el peligro que corre la libertad de expresión, como advirtió Chimamanda Ngoi Adichie que ocurría en Nigeria. Muchas veces, la amenaza viene directamente del Gobierno. Otras se presenta silenciosa, como cuando Alma Guillermoprieto contó que se la helaron los tragos de la fiesta que había organizado para celebrar el previsible sí al referéndum de paz en Colombia: “Aquello fue muy duro”, comentó la reportera mexicana, que vive en Bogotá.
Pero no tanto como para llevarla a abandonar el país que adoptó como propio hace tiempo: “Tan marcado por su tragedia, tan poco contaminado debido a su propio dolor, que me pareció siempre un buen lugar para reflexionar”, aseguraba este sábado en una charla con la editora Pilar Reyes, responsable de Alfaguara o Taurus. Era la primera de un ciclo constante que se irán dedicando sucesivamente a Claudio López Lamadrid, quien fue su editor en Penguin Random House y murió el pasado enero. Hoy, de hecho, Colombia es una de las democracias más sólidas de América Latina. Pero no por ello libres de contagio con Venezuela destrozada al este y Brasil embriagada por el turbio Bolsonaro, más al sur.
“¿Dónde queda el imperio de la ley para combatir lo que se nos presenta? ¿Son demasiado fuertes y seguras nuestras constituciones?”, se pregunta Philippe Sands
Sin olvidar aquellos países de lo ordinariamente calificado como primer mundo, la fortaleza que creíamos vacunada tras la Segunda Guerra Mundial, ejemplificada en el lazo Atlántico de Norteamérica con Europa. Si en esa latitud se ha logrado en las últimas décadas la realización de lo más próximo una utopía práctica –la Unión Europea- ésta hoy se encuentra sitiada.
A un lado la vapulea Donald Trump, por otro la Rusia de Putin. A coro. Sincronizados. Philippe Sands, escritor y abogado experto en derecho internacional, lanzó unas de las reflexiones más atinadas del festival sobre este asunto: “Vosotros en Suramérica sabéis lo que significa el fracaso de la democracia”, dijo en el Teatro Adolfo Mejía. “Nosotros, en el tiempo en que he vivido, no conocíamos eso en Europa. Pero ahora, por primera vez en mi vida, confrontamos situaciones en las que van apareciendo liderazgos amenazantes. Los tenemos en casa –si hablamos de la UE- o cerca de casa, si lo veo desde el Reino Unido: en Polonía, en Hungría y con otro sentido más espiritual, pero muy próximo también para nosotros los británicos, en Estados Unidos. Allí gobierna, seamos francos, un supremacista blanco”.
Ante el panorama crudamente dibujado con un realismo sin apenas posibilidad de ser rebatido, Sands se preguntó: “¿Dónde queda el imperio de la ley para combatir lo que se nos presenta? ¿Son demasiado fuertes y seguras nuestras constituciones?”. La moral no anda muy alta en el mundo anglosajón: “En cualquier mesa donde nos sentamos a desayunar unos británicos y unos estadounidenses la pregunta es la siguiente: ¿cuál de nuestros dos países está más jodido? ¿Es posible reforzar nuestras democracias cuando en un estúpido referéndum la gente ha elegido marcharse de la UE? Para empezar, eso nos lleva plantearnos seriamente si conviene un segundo voto una vez la gente ha hablado. ¿Cómo das la vuelta a un plebiscito donde el ciudadano ya se ha pronunciado? Habrá que obtener lecciones de todo eso y procurar que si no nos destruyen al final, nos fortalezcan”.
No fueron la mayoría de los norteamericanos quienes eligieron a Trump. Entre un 40% de votantes, sólo la mitad lo hizo”.
La novelista Zadie Smith, que también ha participado en el Hay Festival, explica sus dudas sobre el germen democrático mismo de aquel discutible paso: “Fue alentado por un reducido grupo de privilegiados que se educó en los mismos colegios y desea arruinar lo que se les ponga por delante para conservar sus privilegios. Viene dado por motivos económicos para la pervivencia de la desigualdad”.
Marc Thompson, británico también y uno de los responsables de The New York Times, acaba de estar en el foro de Davos y no ha podido elegir mejor lugar para vivir de golpe un contraste: Cartagena de Indias. “La gente que se reúne allí –por la localidad Suiza- son élites sin mucho conocimiento de la gente común. Si deseas encontrar el significado de la palabra autoengaño, debes pasarte. El mundo cambia y no quieren hacerse responsables de lo que ocurre. Por supuesto, ven a Trump como la encarnación de una extraña voluntad divina y no como una predecible respuesta a un cierto sentido de la rabia y el rencor que genera la desigualdad”.
La escritora Sarah Churchwell quiso puntualizar respecto a la aparición del fenómeno Trump en escena. “En su elección pudo comprobarse una clara voluntad de quebrar la ley. Con lo que su legitimidad como presidente es un asunto muy vivo hoy en EE UU. No digo esto porque no me guste, sino que los números lo demuestran, también. No fueron la mayoría de los norteamericanos quienes lo eligieron. Un 30% de posibles votantes no pueden hacerlo por diferentes cuestiones administrativas de permiso, otra cantidad similar se abstuvo. Quedaban para elegir un 40% de votantes. Sólo la mitad lo eligió”. ¿Son esos los porcentajes deseables para procurarnos opciones que desean hundir las democracias más asentadas?
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