Inmersión en los arrabales de la ciudad de los sueños
David Robert Mitchell retrata un Los Ángeles de pesadilla a camino entre Hitchcock y Buñuel en ‘Lo que esconde Silver Lake’
David Robert Mitchell (Clawson, Michigan, 1974) encara con ojos ilusionados un café con leche acompañado de un plato de patatas fritas. En el festival de Cannes no hay tiempo a veces para alegrías. “Está siendo un día extraño. No preguntes”, y suelta una extraña risotada que intranquiliza al periodista, viniendo además de un renovador del terror con su anterior trabajo, It Follows (2014): “Cada 20 minutos os ponéis uno distinto delante de mí y ya no controlo mucho”. Mitchell concursó en el certamen francés con Lo que esconde Silver Lake, una zambullida en el lado más oscuro y onírico de la ciudad de Los Ángeles, en los tristes arrabales donde habitan quienes no alcanzan el éxito. De guía, un chaval a la búsqueda de una misteriosa vecina desaparecida. “Ya he hablado de influencias como Thomas Pynchon, Hitchcock... Eres español, ¿podemos hablar de Buñuel?”. Por supuesto. “Me gusta cómo coloca a gente normal en situaciones extrañas. En Lo que esconde Silver Lake no hay referencias directas de películas concretas de Buñuel, aunque sí en el tono de extrañamiento que acompaña el deambular de Andrew [Garfield, actor que encarna al protagonista]. En fin, ha sido una película con múltiples voces, porque soy uno más en este mundo de consumo cultural: ves, lees, oyes música, lo deglutes y posteriormente, cuando creas, lo regurgitas”, reflexiona.
Mitchell reconoce que su película favorita es La ventana indiscreta, de Alfred Hitchcock. “Puede que me haya excedido subrayando esa influencia. Pero con un protagonista voyeur no me quedaba otra. Si estás contando una historia en la que el personaje principal desentraña un misterio, no puedes regatear el cine de Hitchcock. Me gusta cómo mantiene un cierto nivel de diversión para el espectador y, a la vez, cómo puedes realizar una lectura más profunda en su aspecto cinematográfico”.
Mitchell escribió el guion sin darse cuenta de que estaba retratando a la generación millennial, a sus temores y a su estupefacción ante algunos acontecimientos. “Cierto, sin quererlo he ido más lejos de lo previsto en esa senda. Hablo con algunos de ellos y noto cierta sorpresa ante la vida, sentimiento que me ha ayudado a crear la atmósfera de Lo que esconde Silver Lake”. Lo dice sin ningún cinismo, tono que se guarda para reírse del gremio de los cineastas autores cuando asegura: “Hoy en día es casi imposible ser original en el mundo del cine”. Se explica: “Yo mismo no lucho contra esa situación. Mis esfuerzos los redirecciono a centrarme en lo que me importa, y a que los temas de mis películas sean atractivos para cuanta más gente mejor. Tampoco es que haga todo lo que quiero, como le pasa a casi todos los otros realizadores”. En cuanto a su proceso de escritura, el estadounidense prefiere la velocidad: “Este lo redacté en un mes. Escribo guiones sin parar, del tirón. Y en este caso entré en un proceso febril por la rapidez de escritura que me conectaba con el protagonista, y que espantó a mi esposa, que me decía que estaba como loco”.
Si It Follows se vendía como una película de terror que iba más allá, Lo que esconde Silver Lake arranca como si fuera un cóctel de drama y thriller para acabar destrozando la carcasa de los géneros. “Me salen así. En realidad, creo piezas, las junto de la manera que a mí me funciona —llámalo mi puzzle— y espero que salga algo atractivo”. En eso se siente “moderno”, no tanto en cómo se ve el cine hoy en día: “Me encanta la tecnología, veo películas en salas y en mi casa... Pero jamás en una tableta o en un móvil. No juzgaré a quien lo haga; yo, desde luego, no caeré en ello”.
Babelia
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