Riccardo Muti hace realidad el sueño de Mozart en Nápoles
El director italiano triunfa en el arranque de la nueva temporada del Teatro di San Carlo con ‘Così fan tutte’
“Todo comenzó con una llamada telefónica: ‘Soy Karajan’. Y yo pensaba que era uno que quería gastarme una broma”, recordaba anoche Riccardo Muti sobre el inicio de su relación con Così fan tutte. El maestro italiano (Nápoles, 78 años) acababa de dirigir esta ópera de Mozart en el Teatro di San Carlo de su ciudad natal, un esperado regreso a ese histórico foso, tras 34 años de ausencia. El evento ha supuesto el arranque de la nueva temporada en el teatro que dirige Paolo Pinamonti, pero también será la única ópera representada bajo la dirección musical de Muti esta temporada. Una coproducción con la Staatsoper de Viena, a donde llegará en 2020, que firma su hija, la actriz y directora de escena Chiara Muti, y donde se reivindican las esencias teatrales de este dramma giocoso, con libreto de Lorenzo Da Ponte, habitualmente tan hostigado por el modernismo escénico actual.
No se trataba de ninguna propuesta historicista. La revolución de Muti con esta ópera de Mozart, que se inició en el Festival de Salzburgo de 1982, entonces controlado por el todopoderoso Karajan, no ha perdido actualidad tras casi cuatro décadas. El director italiano se enfrentó a la tradición germana de Karl Böhm y Josef Krips, que se limitaba a sacar lustre a las notas escritas por Mozart, y reveló la importancia del libreto de Da Ponte para llegar a la música del salzburgués. Lo escuchamos, anoche, en cada recitativo, acompañado admirablemente al fortepiano por Luisella Germano, donde la libertad de los cantantes siempre estuvo estrechamente ligada a la estricta observancia del texto. Y esa fluidez, que emana de la simbiosis entre palabra y música, contagió una versión memorable de esta ópera. Otra más, pues Muti cuenta con la mayor y más destacada cosecha en DVD de Così fan tutte: Festival de Salzburgo, en 1983 (Arthaus/TDK), Teatro alla Scala, en 1989 (Opus Arte) y Staatsoper de Viena, en 1996 (Medici).
La genial simbiosis de Da Ponte y Mozart en Così fan tutte, entre un libreto lleno de dobles significados y una música de cautivadora sinceridad, sigue dando pie a la discusión. Empezando por su ambientación, que siempre se ha situado en Nápoles. Muti recuerda una única referencia en el libreto a la ciudad de Parténope, cuando Dorabella cita el Vesuvio como metáfora de su ardor amoroso. Pero también reconoce que podría ser un juego para referirse a la localidad de Wiener Neustadt, vecina de la capital austríaca y donde, según parece, pudo acontecer la historia real que inspiró esta rocambolesca comedia de jóvenes amantes que aprenden lecciones vitales. El director italiano, siempre muy aficionado a la semántica, lo ve claro: Neustadt (“Neu Stadt”) significa en alemán lo mismo que Nápoles (“Nea-polis”) en griego, es decir, “nueva ciudad”. También defiende la sinceridad de Mozart que siempre soñó con triunfar en Nápoles. “Fíjate que llegó a escribir a su padre que una ópera en Nápoles aportaba más crédito y honor que cien conciertos en Alemania”, recordaba anoche en su breve encuentro con EL PAíS, citando esa famosa carta de 1777.
COSì FAN TUTTE
Música de Wolfgang Amadeus Mozart. Libreto de Lorenzo da Ponte. Reparto: Maria Bengtsson, Paola Gardina, Alessio Arduini, Pavel Kolgatin, Emmanuelle de Negri, Marco Filippo Romano. Orquesta y Coro del Teatro di San Carlo. Dirección musical: Riccardo Muti. Dirección de escena: Chiara Muti. Temporada de Ópera y Danza 2018/19. Teatro di San Carlo de Nápoles, hasta el 2 de diciembre.
Muti no sólo opina exactamente lo mismo que Mozart sino que ha hecho realidad su sueño. Ya en su autobiografía leemos un jugoso capítulo acerca de su relación con el histórico Teatro di San Carlo de Nápoles, donde Rossini, Donizetti y Bellini estrenaron muchas de sus óperas. Aparte de sus primeras experiencias orquestales, en los setenta y con repertorio sinfónico, o sus visitas con otras orquestas, como el Concierto por Europa de la Filarmónica de Berlín, en 2009, su recuerdo más vivo aquí era la producción de Macbeth que dirigió en 1984. Ahora, 34 años después, parece más convencido que nunca no sólo de su eficiencia acústica, que somete a momentos de mágico intimismo, sino de estar dirigiendo en una de las salas de ópera más bellas del mundo. Muti se recreó ayer más que nunca en la exquisitez de la música de Mozart que hizo flotar con ingravidez en algunos momentos como, por ejemplo, en el plañidero recitativo con acompañamiento orquestal, “Di scrivermi ogni giorno”, con esas violas que cantaron como un personaje más o, poco después, en el famoso terzettino “Soave sia il vento”, que Muti convirtió en lo mejor de la noche. Su versión de la ópera materializa, ahora más claro que nunca, esa reivindicación de lo cotidiano sobre el escenario, donde sonreímos para sobrellevar las lágrimas de la vida.
Uno de los aspectos más inquietantes de esta nueva producción era, sin duda, la dirección escénica de Chiara Muti. Está claro que hay apellidos que en el mundo de la ópera pueden pesar como una losa. Pero también que esta joven actriz, que en 2012 inició una carrera como directora de escena, tiene un bagaje personal ligado a Giorgio Strehler, uno de los más conspicuos colaboradores escénicos de su padre; su influencia resultó evidente en muchos aspectos, como en las simetrías o los juegos tan característicos de luces y sombras. Pero también tiene ideas propias, como esa escenografía única, realizada por Leila Fteita e inspirada en El Juramento del Juego de la pelota, de Jacques-Louis David, que rellena con figurantes para aportar nervio y dinamismo; la primera escena dispone, por ejemplo, de una partida de tenis entre los dos oficiales, Ferrando y Guglielmo, con el filósofo Don Alfonso como árbitro. El espacio termina por combinar realidad e ilusión y representa ese desencanto que implica aprender de la vida y hacerse adulto. También hay momentos de ingenio teatral, como ese imán para extraer veneno convertido en unas sencillas cintas ondulantes. Y además sobresalen vistosas escenas, como la fiesta en el jardín a la orilla del mar, con Despina sobre un globo convertida en un cupido.
La orquesta y el coro del Teatro di San Carlo respondieron admirablemente a las demandas de Muti. Pero también un reparto vocal, joven y compacto, que fue a más durante la función. Lo encabezó la joven soprano sueca Maria Bengtsson, una brillante Fiordiligi, que tuvo su momento cumbre en el rondó “Per pietà”, con exquisitas dinámicas y un bello uso del filato. La mezzo italiana Paola Gardina, como Dorabella, combinó sus dotes como actriz con gran desparpajo en su aria del segundo acto “E Amore un ladroncello”. Y todavía más completa se mostró la soprano Emmanuelle de Negri, como Despina, donde aprovechó toda su ductilidad como cantante de música antigua para dar vida a todas y cada una de las dobleces vocales del personaje. El reparto masculino estuvo un punto por debajo. Alessio Arduini, como Guglielmo, exhibió un exquisito registro en el aria “Donne mie, le fate a tanti”, aunque el Ferrando de Pavel Kolgatin se entregó más en la cavatina “Tradito, schernito”. Por último, Marco Filippo Romano fue un buen Don Alfonso. A la salida, pasada la medianoche, todavía llegamos a cerrar la jornada con una sfogliatella en el histórico Caffé Gambrinus.
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