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Crítica | La noche de 12 años
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En carne propia

Renunciando a un discurso en torno a lo ideológico, el director Álvaro Brechner opta por la universalidad de la experiencia sensorial

Antonio de la Torre, en 'La noche de 12 años'.
Antonio de la Torre, en 'La noche de 12 años'.

Álvaro Brechner coloca en el frontispicio de La noche de 12 años una cita de En la colonia penitenciaria, de Franz Kafka, que la película abraza como la clave de su poética: “El hombre miró al condenado y preguntó al oficial: '¿Conoce el preso su sentencia?'. 'No', contestó el oficial. 'Ya la sabrá en carne propia”. Y en eso se apoya el tercer largometraje del uruguayo: en intervenir sobre el lenguaje cinematográfico para que el espectador también sepa en sus carnes el grado de brutalidad de la sentencia que la dictadura militar aplicó sobre los tupamaros José Mujica, Eleuterio Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, acusados de sedición y traición a la patria. Los dos primeros acabarían siendo figuras clave en el futuro político de su nación, mientras que el tercero se erigiría en voz relevante de la escena literaria. Entre la detención y esa justicia poética, el prolongado tormento que detalla la película.

LA NOCHE DE 12 AÑOS

Dirección: Álvaro Brechner.

Intérpretes: Antonio de la Torre, Chino Darín, Alfonso Tort, Silvia Pérez Cruz.

Género: drama. Uruguay, 2018.

Duración: 122 minutos.

De nuevo, un estreno reciente –la valiente excepción sería la airada El silencio de otros de Almudena Carracedo y Robert Bahar-, toma la opción de no construirse como cine auténticamente político. Renunciando a un discurso en torno a lo ideológico, Brechner opta por la universalidad de la experiencia sensorial de quienes, privados incluso de la palabra, mantuvieron un pulso con la locura. No es mala opción en un momento en que las democracias son también territorios donde abrir debate sobre la definición del preso político, pero Brechner pone demasiada histeria en las formas y rompe los circuitos de empatía.

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