Ecos psicológicos del 11-M
A pesar de los deslices tonales, el guion se va sosteniendo durante un tiempo gracias al rotundo eco de los atentados
Casi una década y media después de la matanza yihadista del 11-M en los trenes de cercanías de Madrid, resulta sorprendente el poco eco que ha tenido en el cine español de ambiciones comerciales y artísticas. Salvo una referencia indirecta en una trama colateral, aunque esencial en su desenlace, en la magnífica No habrá paz para los malvados (2011), dos documentales de loables intenciones, pero de un perfil más cerca de lo aficionado que de lo profesional, y una película colectiva, Madrid 11-M, todos íbamos en ese tren (2004), con algunos nombres importantes entre los 31 directores de sus múltiples historias breves, pero de muy corto alcance público y artístico, la mayor tragedia de la historia de nuestra democracia reciente no parece interesar a creadores y productores. Así que, aunque solo sea porque se atreve a entrar en su dimensión psicológica, en la huella de destrucción mental que dejó entre las familias, la ficción Alegría, tristeza merece el mayor de los elogios.
ALEGRÍA, TRISTEZA
Dirección: Ibon Cormenzana.
Intérpretes: Roberto Álamo, Manuela Vellés, Pedro Casablanc, Claudia Placer.
Género: drama. España, 2018.
Duración: 95 minutos.
Tercer largometraje del también productor Ibon Cormenzana, Alegría, tristeza está centrado en el estrés postraumático de un bombero relacionado directamente con la masacre y que, tras pasar un tiempo de baja, regresa al trabajo sin estar aún preparado. Y ahí el concepto clave va a ser el de la alexitimia: una enfermedad relacionada con la incapacidad para sentir e interpretar las emociones.
A pesar de los deslices tonales, el guion del propio Cormenzana y de Jordi Vallejo se va sosteniendo durante un tiempo gracias al rotundo eco de los atentados, y a que la estructura está bien trabajada, con los flashbacks informativos en el momento justo y, esquivando las evidentes limitaciones presupuestarias de la producción, con la suficiente carga de emotividad. Sin embargo, las derivas constantes en la personalidad de la película acaban arañando una buena idea inicial que, quizá por falta de identidad propia, se desmorona en buena parte en su penúltimo tramo. Así, lo que comienza siendo un drama familiar enmarcado en un tono y estilo de cine social europeo de autor, gira durante la estancia en el psiquiátrico del protagonista hacia una órbita más comercial, y mucho menos compleja y trascendente, como una pálida tentativa de un Alguien voló sobre el nido del cuco a la española.
Y cuando ya en su parte climática un discutible último giro de guion la lleva hasta unos matices cercanos a la intriga criminal, que poco se ajustan a lo propuesto hasta entonces, tanto en el tono como en su verosimilitud interna, Alegría, tristeza queda definitivamente malograda, e instalada en el territorio de la digna tentativa de acercamiento profundo a nuestra más reciente historia.
Babelia
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