Pawel Pawlikowski, el clásico que llegó del Este
Cineasta capaz de consensuar gustos, premios, crítica y taquilla, triunfa con 'Cold War'
En Los viajes de Dostoievski, dirigida en 1991 por Pawel Pawlikowski, Dimitri, único descendiente vivo del gigante de las letras rusas, reproduce el viaje que su bisabuelo realizó en 1862 desde San Petersburgo a Berlín y luego a Londres. Pawlikowski, nacido en Varsovia en 1957, pero formado desde la adolescencia en Inglaterra, tenía entonces 34 años, un título en Filosofía y Literatura por Oxford y un trabajo como documentalista para la BBC. En su búsqueda de las claves del nuevo orden que irrumpía tras la caída del muro, de los nuevos vínculos entre Este y Oeste, el cineasta se topó en Berlín con el último en el linaje del autor de Los hermanos Karamazov. Pero detrás de la melancólica mirada de Dimitri solo asomaba una tozuda realidad. Sin demasiado interés por su bisabuelo, la tradición o el pasado, su único sueño era poseer un coche Mercedes. Entre estos dos fracasos históricos (el comunismo y su burocracia, el capitalismo y su naturaleza insaciable) respira el cine del director de Cold War, melodrama de vocación clásica, rodado en blanco y negro, donde el amor (imposible) y el desarraigo van de la mano.
Hijo del médico y la bailarina que han inspirado a sus nuevos personajes, Pawlikowski es el cineasta de moda, capaz de consensuar gustos, crítica, premios y taquilla. Adorado en Cannes (logró este año la Palma al mejor director) y en Hollywood, donde este mismo otoño le espera una intensa campaña para conquistar por segunda vez uno o varios premios Oscar. Solo en España, el nuevo filme ha recaudado más medio millón de euros en 10 días y con 52 copias. Cuando en 2013 el cineasta estrenó Ida —Oscar a la mejor película en habla extranjera que inauguraba su etapa polaca con la misma fórmula narrativa que Cold War—, Pawlikowski explicó que no había uno sino muchos motivos detrás de aquella historia sobre una novicia en busca de sus raíces judías en la Polonia de los años sesenta. “La fe, la identidad, la culpa, el estalinismo, la pérdida de ideales, el jazz y el rock and roll”, dijo en referencia a un cóctel que bien podría resumir el terreno fronterizo en el que se mueve este cineasta que recurre a la música (él mismo es intérprete de jazz) como algo más que un abono emocional. En Ida, donde sonaban Adriano Celentano o John Coltrane, una de las voces de la banda sonora ya era la de Joanna Kulig, actriz protagonista en Cold War, filme entre cuyos innegables aciertos está situar su historia de amor fou en el contexto de un grupo de Coros y Danzas. Loable rescate del folclore nacional después de la Segunda Guerra Mundial que pronto mutaría en un popular vehículo para la siniestra propaganda soviética.
Ida se situó en medio de una agria polémica política en Polonia al escarbar en el tabú del colaboracionismo de algunos con la solución final nazi, pero Cold War parece contentar a todos. Pawlikowski tuvo claro desde el principio que Kulig era la actriz elegida para dar vida a la impetuosa Zula, pero le resultó más complicado encontrar al actor capaz de resolver el dilema entre amor y exilio del contenido Wiktor. Buscaba un nuevo Gregory Peck, ha señalado el cineasta, un galán clásico, y se decantó finalmente por Tomasz Kot, un intérprete que guarda un asombroso parecido con él mismo: alto, delgado, de labio fino.
Su cine respira entre los dos fracasos históricos del comunismo y el capitalismo
Más allá del guiño narcisista, de firmar sus películas con un pomposo “historia, imagen, dirección” y de ciertos clichés nostálgicos de la puesta en escena que no parecen irritar a nadie, Pawlikowski, disfruta de las mieles de su éxito en Varsovia con su mujer, la top model Małgosia Bela. Entre tanto, lo mejor de su cine sigue bebiendo de aquel excepcional fresco de cuatro documentales para la BBC sobre los países del telón de acero post caída del muro realizados en sus primeros años, antes de rodar sus más aplaudidas ficciones inglesas: Last resort (2000) y My summer of Love (2004).
Con una mirada casi antropológica, quizá su mayor hito fue la premiada Serbian Epics (1992), terrible filme que sirvió como documentación en el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) de La Haya. En una de las secuencias más célebres del documental, el criminal de guerra, psiquiatra, poeta y ex líder serbobosnio Radovan Karadzic le recita unos versos al escritor ruso Eduard Limónov en una colina de Sarajevo mientras al fondo, en las calles de la ciudad sitiada, se escuchan las ráfagas de los morteros. Unos segundos después es el propio Limónov quien pone a prueba sus dotes de francotirador mientras un cachorro que unos segundos antes jugaba feliz con las botas de un soldado se retira asustado. Desde hace tiempo Pawlikowski pretende llevar al cine, “en ruso y con un actor ruso”, el libro Limónov de Emmanuel Carrère, en el que aparece el propio cineasta (“un inglés de origen polaco con el que comparto muchas curiosidades y con cuyo camino me he cruzado varias veces al escribir este libro”) y su Serbian Epics. La película del polaco hizo abandonar a Carrère su empresa biográfica sobre el ruso durante al menos un año al ver retratado a su personaje como un tipo “ridículo”, “un maleante de barrio que trata de quedar bien con su padrino”. Limónov, dijo Pawlikowski a este periódico en 2016, “dice mucho de hoy, de la confusión y la atracción que tenemos por las ideas de la derecha, lo que es terrorífico”.
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