El ‘procés’ como género editorial
Los libros sobre el proceso independentista se han convertido en todo un género editorial. Las crónicas y ensayos alternan con los testimonios de algunos protagonistas
Casi ninguno de los libros políticos publicados antes del verano ha evitado un envejecimiento súbito o una caducidad inducida. El Gobierno de Pedro Sánchez ha cambiado agigantadamente el sentido de análisis que se escribieron con la expectativa deprimente de un Gobierno inmóvil e inamovible, y hoy se leen cuando el vuelco nos ha dejado a todos con una media sonrisa entre boba y aun incrédula.
Al unilateralismo le ha dejado con una secuela peor. Su esperable sobreactuación es ahora una pirueta doblemente artificiosa, además de incongruente. Mientras acceden al diálogo y a los paseos, el discurso sigue igual que si Rajoy siguiese gobernando. Incluso así, la noticia de esa pirueta forzada sigue siendo buena si se aspira a resolver un problema y no a vencer en una peligrosa pelea callejera. El sol estival no me ha secado la sesera: basta recordar el clima asfixiante de hace un año en Cataluña para saber que estamos en nuevos y mejores tiempos para la política entre catalanes y entre dos Gobiernos.
Por la misma razón, algunos de los libros más valiosos sobre el conflicto en Cataluña se han convertido sin querer en un catálogo de lecciones sobre los errores cometidos y sobre la frustración inherente a las peores decisiones del unilateralismo. El sentimiento de vejación ética y política hizo estallar a Joan Coscubiela en el Parlamento catalán en octubre del año pasado y después explayarse en un libro fresco, directo, vívido y muy bien razonado. La egolatría puede ser mal del autor, pero no daña su capacidad para explicar el empantanamiento catalán causado por la obstinación de dos enemigos dispuestos a seguir siéndolo hasta la derrota final. Su brillante hallazgo al caracterizar a las fuerzas del independentismo como “soviet carlista” pasará a la historia, y no hay razón alguna para que su propuesta de una “alternativa federal” desaparezca del mapa.
Bibliografía
Empantanados. Una alternativa federal al sóviet carlista. Joan Coscubiela. Península, 2018.
El golpe posmoderno. 15 lecciones para el futuro de la democracia. Daniel Gascón. Debate, 2018.
La secesión en los dominios del lobo. Pau Luque. Prólogo de Jordi Amat. Catarata, 2018.
57 días en Piolín. Procesando el procés, el caso, la cosa, la trila. Guillem Martínez. Lengua de Trapo / Contexto, 2018.
La confusión nacional. La democracia española ante la crisis catalana. Ignacio Sánchez-Cuenca. Catarata, 2018.
D'herois i traïdors. El dilema de Catalunya, atrapada entre dos focs. Santi Vila. Pòrtic, 2018.
El terratrèmol silenciós. Relleu generacional i transformació del comportament electoral a Catalunya. Oriol Bartomeus. Eumo, 2018.
Es verdad, sin embargo, que para eso es necesario que la credulidad que alguna izquierda gasta en sus análisis se vea refrendada por la realidad. Es posible que durante un largo tiempo el procés estuviese concebido como un win-win: no se ganaba la independencia pero se forzaba una negociación ventajosa. Desde los humillantes días 6 y 7 de septiembre dejó de ser propaganda y campaña publicitaria, como han querido Guillem Martínez en una crónica brillante y narcisista o Ignacio Sánchez-Cuenca al imaginar en el proceso un impecable movimiento democrático. La demanda de un referéndum es legítima, pero no lo es avalar el 1 de octubre como mandato democrático porque no estuvo convocado para todos los catalanes, sino solo para aquellos deseosos legítimamente de vencer las resistencias de un Estado opresor y votar refrendariamente la independencia. Eso no es un mandato democrático ni en pintura y tampoco lo redimen ni política ni socialmente las desoladoras imágenes de las cargas policiales.
Quizá por esas razones, otros intérpretes más desconfiados han centrado su atención en lo que verdaderamente hay de angustioso en esta historia. Lo son las cargas, por supuesto, pero lo es mucho más la conducta antidemocrática y civilmente vejatoria de una mayoría de diputados al sabotear las leyes catalanas estatutarias (y constitucionales, obviamente) impulsando una ley de Fundación de la República netamente deficiente y hasta involucionista. Daniel Gascón ha preferido leerlo como un golpe posmoderno, superando el temblor de piernas que da la primera palabra, y Pau Luque lo interpreta como un autogolpe frustrado y sin duda también posmoderno: la ausencia de violencia parece flagrante, y las medidas cautelares contra sus líderes, punitivas y políticas. Por eso quizá Pau Luque alienta una voluntad propositiva que pasa por un referéndum pactado, con condiciones negociadas y requisitos de lealtad y legalidad que nos incluyan a todos, y no solo al sí.
Entre quienes votarían por el sí quizá estaría todavía un político hoy desamortizado pero sobre todo desaprovechado. Santi Vila ha contado en una primera persona confesional y valiente sus propias decepciones y también la lentitud con la que se plantó ante lo que parecía —la declaración de independencia— una salida ilegal pero sobre todo ilegítima. Sus observaciones sobre el fanatismo de algunos de los líderes y la decidida apuesta por la bronca y el choque dejan sumido al lector en desapacibles consideraciones sobre el nacionalismo como religión sustitutoria. El propio Santi Vila estuvo —como tantos otros agentes mediáticos, empresariales y culturales en Cataluña— empujando el carro contra Rajoy sin reparar en que el carro que empujaban se cargaba la cohesión social y el respeto entre catalanes. Solo niegan el conflicto social quienes han logrado hacer el vacío a su alrededor, consumir redes y medios unidimensionales hasta lograr que amigos, familiares o colegas callen discrepancias o dudas, sumidos en una campana neumática que dibuja una Cataluña monolingüe, monolítica y monoteísta.
Estos libros y algunos otros explican con detalles la falsificación abusiva de esa realidad y en algún caso abogan con rotundidad —como Pau Luque o Sánchez-Cuenca— por salidas negociadas lentas, difíciles, abstrusas y hasta agobiantes. Pero muy preferibles al clima opresivo que vivió el país hace un año. Es la vía que rehuyeron tanto Rajoy como Puigdemont, y que les puso donde están hoy. Ambos fueron víctimas de la negación del espacio de la negociación y ese culto al fanatismo efímero —dicho en palabras de Oriol Bartomeus— nos convierte, aunque sea por poco tiempo, en “un creient, un dogmàtic, un talibà”. Unos más poseídos y otros más cínicos, pero en última instancia ambos democráticamente corrosivos.
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