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Fausto en babuchas

Repetición y facilidad obligan a hablar de Christian Boltanski únicamente en términos de dinero

Obra de Christian Boltanski en la Galería Solo
Obra de Christian Boltanski en la Galería Solo

En el arte francés hay dos artistas obstinados hasta el agotamiento: Daniel Buren y Christian Boltanski. Apolo y Dionisio, el sol sobre una lona de playa y el fauno lunático que descubrió en un pijama de rayas la tragedia real de la existencia humana. Les separan solo seis años y sus sueños y pesadillas están a la vista en calles y museos de todo el mundo. Mientras Buren sigue decorando el espacio público con cierta responsabilidad formal, Boltanski se aventura en viajes por Japón, China, Tasmania, Jerusalén o Chile con su vieja caja de galletas donde guarda fotos —fantasmagorías de almas condenadas— y su pequeño aro de plástico para hacer pompas de jabón. Pero hay un muro espinoso que divide el sentimiento y lo sentimental. Lo que vemos en las obras de Boltanski no es memoria, sino su efecto, parecida sensación a la que tiene una persona que se adentra en esos parques temáticos del horror: “El trabajo os hará libres”.

La galería Solo exhibe Sombras blancas. Son restos de escarcha del mismo pesebre: un sudario con una cara que desaparece, un conjunto de pedestales funerarios y pósteres con rostros que nos observan desde una medianera del callejón de Jorge Juan, esa bulliciosa vía bañada en una luz chata y aristocrática por donde pasan los buenos chicos de barrio.

Lo que caracteriza estas piezas no es lo que cuentan, sino lo que falta, esa pompa que estalla en un mundo amistoso incapaz de imaginar los campos de exterminio más allá de un decorado cinematográfico. La honestidad de Boltanski no le permite ignorar este hecho e insiste en que la galería no es el marco adecuado para su trabajo, que su obra siempre nace en el sitio específico y que su taller es su propia cabeza, las viejas revistas de El Caso y los telediarios. Él sabrá.

Hace 10 años, inspirado quizás por el pelotazo de Damien Hirst en Sotheby’s Nueva York, ideó una obra de elegante bribón: le ofreció a un coleccionista caprichoso la posibilidad de instalar una cámara de vigilancia en su estudio para registrar todos sus movimientos. A cambio de las grabaciones, el multimillonario australiano, que amasó su fortuna con los juegos de azar, le pagaría un sueldo mensual hasta que muriera. El artista reconoce que si tarda mucho en hacerlo —ahora tiene 74 años— no le saldrá a cuenta. Y creíamos que lo habíamos visto todo.

Sombras blancas. Christian Boltanski. Galería Solo. Madrid. Hasta el 2 de noviembre.

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