_
_
_
_

La estrella del ballet que no quería bailar

La directora Icíar Bollaín muestra en 'Yuli' el increíble recorrido vital del cubano Carlos Acosta, figura mundial de la danza, y la fiereza y el sentimiento de su disciplina

Gregorio Belinchón
Carlos Acosta e Icíar Bollaín, ayer en San Sebastián.
Carlos Acosta e Icíar Bollaín, ayer en San Sebastián.javier hernández juantegui

Desde hace años Carlos Acosta (La Habana, 1973) sabía que su vida era material fílmico. Cuando escribió No Way Home en 2006 no pensaba nada más que "en aprender a perdonar". Pero la gente leía su libro y le empujaba: no había nadie como él, surgido de un barrio marginal de La Habana, niño aficionado al break dance y al fútbol, alumno de danza a regañadientes por empeño de su padre, un camionero rudo, finalmente primer bailarín del English National Ballet, del Houston Ballet y del Royal Ballet de Londres. Y siendo negro. Nadie había llegado tan lejos. "Estuve una década empujando", recuerda en San Sebastián el bailarín y coreógrafo, "hasta que en mi camino se cruzó la prestigiosa productora británica Andrea Calderwood". La británica supo que aquel era un material para Paul Laverty. "Y hoy agradezco que todo lo anterior fracasara, porque Paul e Icíar me entendieron", comenta Acosta.

Más información
La leyenda de Carlos Acosta
Las mujeres claman contra la desigualdad en el cine

Así nació Yuli, una biografía descarnada, una película que encara un reto complejo: ¿se puede mostrar en pantalla la danza con toda su fiereza audiovisual y su hondura emocional? "Paul me dijo que si me apetecía, y yo acepté corriendo", recuerda Icíar Bollaín (Madrid, 1967). Ambos leyeron la biografía fascinados: "Es un material muy rico, con elementos increíbles como que no quisiera bailar de niño, que venga de familia de esclavos y de casa muy humilde para acabar en el Royal Ballet. Su familia es también espejo de 40 años de Cuba". Y la relación con su padre. "Después, con Paul ya en el guion, nos preguntamos: ¿qué pasa si además incluimos a Carlos en persona y a su compañía, si filmamos la danza y la mezclamos con la trama? Un doble mortal sin red. Fui a una reunión en la BBC, que participan en Yuli, y me preguntaron: 'Pero esto, ¿cómo va a ser?'. Y solo pude responder: 'Pues ya veremos". Ese "veremos" concursó este domingo en el festival de San Sebastián antes de su estreno comercial el 14 de diciembre.

De la pareja Bollaín-Laverty uno espera férrea dirección y escritura fílmica. Eso está en Yuli, pero se necesitaba algo más para salir con bien del reto. "Por eso enrolamos a Álex Catalán, director de fotografía con el que yo ya había trabajado en También la lluvia, y al compositor Alberto Iglesias", asegura la directora. "Los necesitábamos para dar ese algo más, y me busqué buenos aliados. Y con todo, hasta que no acabé el montaje no estaba segura de haber logrado lo que quería".  Como ejemplo, describe la dificultad de la danza: "Esta gente [señala a Carlos] se sale de cuadro al moverse. Si acercas la cámara, pierdes movimiento; si te alejas, te aburres porque parece teatro y no cine". ¿Cambia la manera de trabajar por colaborar con alguien como Catalán, tan meticuloso? "Sí, llevas todo más planificado, no te permites tanta capacidad de improvisación. Pero fue más complejo el trabajo con los bailarines, porque no puedes hacerles repetir y repetir".

Carlos Acosta, en 'Yuli'.

Carlos Acosta no recuerda ese proceso tan doloroso como el de revivir sus vivencias familiares: "No tengo arrepentimientos de aquellos años, y mis padres disfrutaron de mis primeros éxitos. Sin embargo, sufrí". En Yuli Acosta se encarna a sí mismo bailando coreografías de aquellos momentos complicados. "Yo sabía que todos estábamos en la misma línea. Es una película muy artística, y a la vez conmovedora, íntegra e innovadora. Su lenguaje es rompedor; ser parte de esto me enorgullece", cuenta el coreógrafo. Porque en manos de Bollaín, Acosta ha dejado sus dos tesoros más preciados: su vida y su baile. Un doble riesgo. "Pues tuve más miedo de ser yo, cuando bailara, quien enviara al infierno mi película", ríe el cubano. "Yo ya no salto tres metros, tengo 45 años, y dudé: ¿qué se espera de mí en Yuli? ¿Aquel chaval o qué cosa? Icíar me quitó el peso cuando me dijo: 'Te quiero a ti ahora, con tu verdad actual'. Así que me dejó ser quien soy, sin pretensiones".

Y ese Carlos Acosta es, según él mismo, "alguien que ya ha hecho lo que tenía que hacer, y convencido a la gente que tenía que convencer". El primer bailarín negro en protagonizar Romeo y Julieta. "Solo tenía que expresarme". Yuli es también la constatación de la paz final que lograron padre e hijo. "Fue a Londres, vio el escenario del Convent Garden con 80 bailarines y en medio su hijo convertido en príncipe. Disfrutó de la gloria que tanto ansiaba para mí", cuenta emocionado. "Llegaron a ver Tocororo, fábula cubana, mi ballet autobiográfico. Quedé tranquilo".

Hace pocos días que falleció la primera gran estrella negra del ballet, Arthur Mitchell, más centrado en el contemporáneo -con su gigantesca colaboración con el coreógrafo George Balanchine en el New York City Ballet- que Acosta, que primero triunfó en el clásico. "¿Sabes? Yo trabajé con él", dice Acosta. Sin embargo, Yuli no subraya el racismo. Solo se apunta cuando, por ejemplo, su familia materna, blanca, no quiere llevarles a la playa a él y a su hermana. Según el cubano, "el ballet es clasista, aunque ha evolucionado. En mis inicios no sabían qué hacer conmigo. Hoy un cuerpo de danza se asemeja a la sociedad. Yo tuve la suerte de que mis profesores priorizaron mi talento y muchas veces me convertí en el precedente". Y humildemente, acaba: "Solo quería satisfacer a mi profesora".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_