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Feria de Albacete

La antítesis del toro bravo

Un inspirado Alejandro Talavante sale a hombros ante una insufrible corrida de Parladé

Alejandro Talavante, en un desplante ante el tercero, un precioso toro sardo.
Alejandro Talavante, en un desplante ante el tercero, un precioso toro sardo.María Vázquez

La bravura, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es la “agresividad natural de ciertos animales”. Se entiende, por tanto, que el toro bravo es aquel que posee agresividad. Agresividad, casta, codicia, nobleza… Todo este conjunto de virtudes -y algunas más- son las que convierten en bravos a estos animales. Sin embargo, los taurinos, aquellos responsables del curso de la fiesta, se han olvidado de todas estas condiciones creando un toro únicamente noble.

Un toro noble, pronto, fijo, con calidad, pero sin un ápice de casta, exigencia, agresividad o fiereza. Solo las llamadas ganaderías duras o toristas conservan ese tipo de astado, el que debería ser siempre piedra angular de la tauromaquia. Despojado de su condición de bravo, el toro actual, el que se lidia la mayoría de tardes, ese que exigen las llamadas figuras, se ha convertido en un triste figurante, un necesario colaborador del torero, que no emociona ni impone respeto.

Y, así, pasa lo que pasa. Los aficionados, hartos de tanto aburrimiento, han abandonado las plazas. En su lugar, un público ocasional y orejero ocupa -y cada vez menos- los tendidos de las distintas plazas. Una de ellas es Albacete que, a pesar de todo y de forma milagrosa, sigue gozando de buena salud. Pero todo tiene un límite y llegará el día en el que, como el resto, deje de llenarse. Sobre todo si abundan tardes tan insufribles como la última de la feria de este 2018.

PARLADÉ/EL JULI, PERERA, TALAVANTE

Toros de Parladé, correctamente presentados, muy nobles, blandos y descastados.

El Juli: estocada trasera y caída (saludos tras petición de oreja); estocada (ovación).

Miguel Ángel Perera: bajonazo (saludos); estocada trasera, desprendida y atravesada (oreja con petición de la segunda).

Alejandro Talavante: bajonazo (oreja con petición de la segunda); estocada corta trasera y desprendida (oreja).

Plaza de toros de Albacete. Lunes, 17 de septiembre. 10ª y última corrida de la Feria de la Virgen de los Llanos. Casi lleno.

Otra corrida de figuras en la que se lidió un insoportable encierro de Juan Pedro Domecq con el hierro de Parladé. ¡Qué descaste, Dios mío! Los seis animales que se lidiaron, de perfectas hechuras, tuvieron el mismo comportamiento: todos salieron de toriles picados, con las fuerzas muy justas; tras el simulacro de la suerte de varas, todos, abrieron la boca y ya no la cerraron hasta que les dieron matarile; todos desbordaron nobleza, pero no tuvieron un ápice de casta ni transmisión. Ah, y al contrario que todo toro bravo que se precie, no se crecieron ante el castigo y fueron a más, sino manifiestamente a menos, acabando muertos en vida.

El toro moderno, el artista, el que dicen que embiste. Una pantomima. Y, frente a ellos, tres supuestas figuras del toreo. Lo mínimo, teniendo en cuenta los benditos que tuvieron delante, habría sido bordar el toreo de verdad, pero ni con esas. Sólo Alejandro Talavante, ausente de la mayoría de ferias pese a su triunfo en Madrid, dejó detalles de su incuestionable personalidad. Entregado e inspirado con capote y muleta, firmó dos faenas incompletas, pero que contaron con chispazos de genialidad.

Con un farol y un puñado de largas saludó a su primero, un precioso sardo carente de belleza interior. De rodillas y mirando al tendido empezó Talavante un trasteo irregular en el que ejecutó el toreo con gran verticalidad y naturalidad. Aunque a veces citó al hilo del pitón, al menos, remató los muletazos atrás, en la cadera. Los pases de pecho, abandonados e infinitos, pusieron a la gente en pie. Una oreja tras bajonazo a la que sumó otra del manso sexto, inválido y rajado.

Muy diferentes fueron las actuaciones de sus dos compañeros. Tanto El Juli como Miguel Ángel Perera demostraron, una vez más, que son los reyes del destoreo. Pese a la extrema bondad de sus ‘enemigos’, ambos rehusaron cargar la suerte una sola vez. Ni por equivocación. ¡Qué forma de retorcerse y retrasar la pierna contraria para ligar los redondos y naturales! ¡Qué manera de citar fuera de cacho y despedir las embestidas a la lejanía! Aún así les aplaudieron y, tras un ‘arrimón’ ante un borrego moribundo, a Perera le dieron una oreja. ¡Y le pidieron la segunda!

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